México y Chile celebran en 2015 el 25o aniversario de la reanudación de relaciones diplomáticas, interrumpidas durante la dictadura militar. En este período se ha construido no solo una relación estratégica, sino de alta calidad en una variedad de campos donde existen acciones concretas, intercambios de todo tipo, fondos de cooperación muy robustos y mecanismos en los cuales los dos países son socios como la Alianza del Pacífico (AP). Pero en este lapso, también, han surgido nuevos desafíos que es indispensable afrontar si ambos quieren participar de manera más competitiva en un mundo globalizado, complejo y sofisticado.
Desde hace poco más de 15 años, el comercio bilateral ha venido creciendo a tasas anuales de 9%, intercambiamos bienes y servicios por casi 4 mil millones de dólares (mmdd) anuales, frecuentemente superavitarios para México y con una canasta muy complementaria pues las empresas mexicanas exportan manufacturas y Chile principalmente commodities y derivados. Por su parte, las inversiones en ambas direcciones superan los 6 mil 600 mdd, si bien la inversión mexicana en el país sudamericano supone 80% de ese monto.
Por otro lado, Chile puede parecer un mercado pequeño comoeconomía (es una quinta parte de la mexicana) o como consumidores (17 millones), pero es el país con el mayor ingreso per cápita de la región y la composición de su matriz productiva está aún concentrada en sectores como minería de cobre, vinos, productos del mar, madera, papel y celulosa, lo que sugiere, como criterio general, que la industria manufacturera mexicana tiene un espacio de oportunidad muy interesante en sectores donde esta es potente como automotriz y autopartes, eléctrico y electrónico, salud y belleza, algo en el aspecto agroindustrial y servicios de capacitación o desarrollo de infraestructura, entre otros, donde Chile ofrece también oportunidades.
Dicho de otra forma, crecer es perfectamente posible pero conviene explorar modalidades más imaginativas de relación económica. Por ejemplo, para los chilenos es muy atractivo crecer en México, solos o asociados con empresas mexicanas, porque si son exportadores tienen un mercado de 121 millones de consumidores, y si son inversionistas, México es una plataforma regional NAFTA hacia un mercado potencial de 470 millones de consumidores. Este es uno de los objetivos más importantes para los próximos años. El otro es cómo aprovechar nuevos proyectos como la AP.
La AP es de lejos el esquema de integración más innovador que hay en la región. No es casual que a sus cuatro miembros fundadores, les sigan ya otros que ingresarán en un futuro próximo, que 42 países más tengan el carácter de observadores y que ya esté arrojando logros concretos en materia de desgravación arancelaria, movilidad estudiantil, facilitación de comercio, promoción en terceros países o regiones, entre otras.
Pero si el mapa global ha cambiado y sigue cambiando hacia lo que Robert Manning llamó un mundo “post occidental”, entonces México y Chile deben reflexionar con mucha creatividad en cómo afrontar de manera más competitiva un reacomodo de tal dimensión. Es decir, más allá del TLC o de la AP, hay que alentar modalidades de inversión conjunta, de cooperación científica y tecnológica, de sofisticación industrial o de inserción en las cadenas globales de valor, que permitan ejecutar una nueva agenda de innovación y productividad de la que depende la posición que todo país quiera ocupar en un ambiente de competencia global que no teníamos tan claramente perfilado hace 25 años. En síntesis, la mejor forma de celebrar la historia es, sin duda, construir el futuro.