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¿Trump se retractará de los aranceles una vez más?

Los impuestos son absurdos y perversos: centrar la atención en los bienes del pasado es ridículo, lo que importa es la competitividad en el futuro; es el equivalente económico a intentar recrear dinosaurios

Con una persistencia feroz, Donald Trump siempre regresa a los aranceles. Ahora propone una lista modificada de ellos sobre una serie de países, incluyendo aliados cercanos y varias naciones pobres, que se impondrán el 1 de agosto. ¿Se va a echar para atrás de nuevo? ¿Quién sabe? Pero las probabilidades de que logre, o de hecho pueda, alcanzar acuerdos que mitiguen su mercantilismo irracional parecen bajas o inexistentes. Un hombre irracional es impredecible. Tal vez en esta ocasión hable en serio. De ser así, el ya elevado arancel promedio efectivo de Estados Unidos de mayo, de 8.8 por ciento, será mucho más alto. Entraríamos en un mundo nuevo.

Echemos un vistazo a algunas de las propuestas: aranceles de 50 por ciento a las importaciones de Brasil, de 40 por ciento a Laos y Birmania, 36 a Tailandia, 35 a Bangladés, 32 a Indonesia, 30 a Sudáfrica, Sri Lanka y la Unión Europea y de 25 por ciento a Japón y Corea del Sur. Los gravámenes propuestos siguen siendo similares a los sugeridos por la fórmula extraordinaria que presentó en abril el asesor de Trump, Peter Navarro, en la que el factor determinante es la relación entre el déficit bilateral estadunidense y las importaciones bilaterales.

Nunca se podrá decir lo suficiente de que esto es una economía absurda. No hay ninguna razón para que el comercio bilateral deba equilibrarse. El hecho de que no lo haga no demuestra, sin duda, que el país con superávit esté “haciendo trampa”.

La balanza comercial global de bienes no es un acumulado de saldos bilaterales determinados independientemente. Es el producto de la interacción entre ingresos netos de los factores, flujos de capital y, sobre todo, ingresos y gastos agregados. Es una locura creer que EU puede tener un enorme déficit fiscal sin tener también grandes déficits comerciales y de cuenta corriente, al menos mientras el resto del mundo esté dispuesto a financiarlos. ¿Qué ocurriría si el mundo se detuviera? Un caos financiero.

Mientras, el mosaico irracional de aranceles que se propone actualmente provocará una gran asignación de recursos deficiente. Uno de los puntos que el régimen de Trump no logra comprender es que las tarifas sobre algunos bienes son un impuesto a la producción de otros. Las altas cuotas sobre insumos, como acero o aluminio, son un impuesto a los productores de los bienes que los utilizan. Si estos últimos producen sustitutos de importaciones, los aranceles pueden compensar, al menos de forma parcial, dichos costos. Pero si producen bienes exportables, no podrían. Por tanto, los aranceles de Trump beneficiarán a los sectores menos competitivos de la economía a escala internacional a expensas de los más competitivos. ¿Tiene sentido? No.

Centrar la atención en los bienes del pasado es ridículo. Lo que importa es la competitividad en el futuro. Esto, entonces, es el equivalente económico a intentar recrear dinosaurios. Como señalan David Autor, del MIT, y Gordon Hanson, de Harvard, el reto actual para EU es el ascenso de China como superpotencia tecnológica y científica. Para responder, Estados Unidos debe cooperar con sus aliados, dedicar más recursos a la investigación científica y acoger a inmigrantes talentosos, justo lo contrario de lo que hace Trump. ¿Hacer que Estados Unidos sea grande de nuevo? Para nada. Los mercados ignoran estos peligros a largo plazo. Es posible que tengan razón, pero puede que no.

Estos aranceles no solo son absurdos. También son perversos. Permítanme mencionar dos ejemplos. El primero es el de 50 por ciento propuesto por Trump a Brasil. Como él mismo dejó en claro en una carta al presidente Luiz Inácio Lula da Silva, esto responde al juicio contra el mini-me de Trump, Jair Bolsonaro, por tratar de tumbar los resultados de las últimas elecciones presidenciales. ¿Les suena conocido? Como señala Paul Krugman, esto forma parte del “Programa de Protección al Dictador” de Trump. Aparte de todo lo demás, el republicano no tiene autoridad legal para utilizar los aranceles con este fin.

Luego están los brutales aranceles a Laos. Según el FMI, Laos es muy pobre, con un PIB real per cápita de tan solo 11 por ciento del de EU. ¡Su superávit bilateral con Estados Unidos también fue de tan solo 800 millones de dólares en 2024! La idea de que una superpotencia siquiera considere imponer aranceles punitivos a un país así es absurda y espantosa. Lo que lo hace perverso es que, según CNN, “de 1964 a 1973, EU lanzó más de 2 millones de toneladas de bombas sobre Laos… se lanzaron más bombas sobre Laos durante la guerra de Vietnam que sobre Alemania y Japón juntos durante la Segunda Guerra Mundial. Esto convirtió a Laos —per cápita— en el país más bombardeado de la historia”. ¿Esta gente no tiene vergüenza?

Esta administración está encabezada, declara la Casa Blanca, por “el mejor negociador comercial de la historia”, cuya “estrategia se enfoca en abordar los desequilibrios sistémicos en nuestros aranceles que han inclinado la balanza a favor de nuestros socios comerciales durante décadas”. De hecho, no había la más mínima posibilidad de que se hubieran alcanzado acuerdos con casi 200 países, o incluso 100, en pocos meses. Además, muchas de las exigencias de Estados Unidos —por ejemplo, que la Unión Europea abandone el impuesto al valor agregado— son ridículas. El IVA no distorsiona el comercio: se aplica a todos los bienes o servicios que se venden en los mercados del bloque, como debe ser, de acuerdo con el principio de destino. Sobre todo, estos aranceles no eliminarán los déficits comerciales de EU.

¿Qué hacer ante esta locura? Primero, debemos esperar que Trump se eche para atrás una y otra vez, aunque la incertidumbre creada seguirá siendo costosa. Segundo, debe haber represalias contra EU. Tercero, todos los miembros de la Organización Mundial de Comercio deben declarar que cualquier concesión comercial hecha a EU se extenderá a los demás miembros, según el principio de la “nación más favorecida”. Por último, los demás miembros también deben cumplir los acuerdos entre ellos. El comportamiento de Estados Unidos está fuera de control. El resto del mundo no tiene por qué seguir su ejemplo.


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@The Financial Times Limited 2025. Todos los derechos reservados . La traducción de este texto es responsabilidad de Milenio Diario.

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