La nueva generación de fármacos supresores del apetito, como Mounjaro, podría convertirse en el tipo de medicamento de adopción más rápida jamás lanzado al mercado.
En apenas dos años, 2.5 millones de personas en Reino Unido los han consumido —1 millón de ellas solo en los últimos seis meses—. Eso equivale a 1 de cada 20 personas adultas.
Para comparar, las estatinas —que probablemente aportan mayores beneficios para la salud en general— tardaron 17 años en alcanzar ese nivel de penetración. Aun así, la mayoría de quienes toman supresores del apetito pagan por el privilegio: casi hasta 4 mil dólares al año.
Y no solo los ricos: personas con menores ingresos están recortando gastos esenciales para poder adquirirlos. La demanda es tan fuerte que ha surgido casi de la noche a la mañana un mercado negro criminal.
Tal es el poder de la apariencia física. Las personas no toman Mounjaro solo para sentirse más saludables: también quieren verse mejor. A medida que estos fármacos se abaraten y pasen a formato de píldora, literalmente remodelarán nuestra sociedad.
Al hacerlo, alterarán drásticamente los modelos económicos que sostienen nuestro sistema alimentario. Durante décadas, productores y consumidores han quedado atrapados en lo que llamo el “círculo vicioso de la comida chatarra”.
El datoLa mayoría de quienes toman
Supresores del apetito pagan casi hasta 4 mil dólares al año.
Las compañías, guiadas por incentivos comerciales, se han vuelto expertas en desarrollar y promocionar productos que alcanzan el “punto óptimo” de azúcar, sal y grasa. Nosotros comemos más comida chatarra, así que producen más. Ellos obtienen mayores ganancias; nosotros enfermamos más.
Pero ahora ese ciclo está siendo roto por la farmacología. Mounjaro y Ozempic no son simplemente “medicamentos para adelgazar”. Modifican de manera fundamental las vías de recompensa en el cerebro y reducen el volumen de nuestros impulsos innatos.
Las empresas de bienes de consumo de rápido movimiento (FMCG) operan bajo un modelo de altos volúmenes y bajos márgenes. Dependen de que comamos en exceso. Las personas que usan supresores del apetito suelen reducir su ingesta calórica entre 15 y 35 por ciento.
Y, crucialmente, no comen menos de todo en general: reducen específicamente los productos de alto margen y altamente palatables que impulsan las utilidades de la industria. Si eres el CEO de un fabricante importante de botanas, una caída sostenida de 5 por ciento en el volumen es un desastre.
No puedes simplemente desacelerar la línea de producción. Te quedas con “activos varados”: enormes líneas diseñadas para producir millones de barras de chocolate o paquetes de papas fritas para los que la demanda está disminuyendo.
Menos apetito
El golpe también lo sentirá el comercio minorista, aunque de formas menos obvias. Las tiendas de conveniencia serán probablemente las más afectadas. Sobreviven gracias a las compras impulsivas de dulces, botanas saladas, cigarrillos electrónicos, cigarrillos, alcohol y boletos de lotería.
Ahora existe buena evidencia de que los supresores del apetito reducen nuestro deseo por los primeros cinco; hay investigaciones en curso para determinar si también disminuyen la propensión a apostar.
La mayoría de las empresas de alimentos apenas han comenzado a reconocer la magnitud de este desafío. Algunas aún están en negación. Las compañías de FMCG están dando pasos pequeños —como lanzar líneas específicas para quienes toman supresores del apetito—, pero no basta con quitar azúcar y grasa a un snack hiperpalatable y esperar que venda igual.
el datoLas personas que usan supresores
Del apetito suelen reducir su ingesta calórica entre 15 y 35 por ciento.
Algunas empresas están simplemente deshaciéndose de las marcas que serán más afectadas. Unilever, por ejemplo, escindió su negocio de helados de casi 9 mil 300 millones de dólares (mdd) el lunes.
Los primeros datos de consumo muestran que 2025 será el primer año registrado en el que disminuye el volumen de comida consumida en Estados Unidos (EU). Las compañías deberán abandonar el modelo basado en volumen y pasar al de “valor por bocado”.
A medida que los usuarios reducen calorías, querrán que cada bocado valga la pena. Ya están dirigiendo su gasto hacia alimentos densos en nutrientes para evitar la desnutrición y la pérdida de masa muscular.
Para los fabricantes, esto implica una renovación radical del portafolio. No basta con reducir el tamaño del paquete. Deben innovar y crear productos “alineados a porciones” que justifiquen un precio premium mediante calidad nutricional genuina, no solo sabor adictivo.
Los minoristas también deberán reimaginar la distribución de sus tiendas. El pasillo de “conveniencia saludable” será el nuevo campo de batalla. Los supermercados deberían crear estaciones de comida.
JLR