Hola, lectores, regresé de mi primer periodo de licencia para escribir un libro y estoy ansiosa por volver a sumergirme en el pantano con ustedes. Como socio, tengo la suerte de contar con Jonathan Barth, asesor sénior del Cambridge Institute for Sustainability Leadership, cofundador del ZOE Institute for Future-Fit Economies y experto de Bruselas con una visión interesante sobre la Europa actual.
Estados Unidos celebró su aniversario la semana pasada, pero estos días mis pensamientos están en Europa. Hace un par de semanas asistí a una conferencia de directores ejecutivos en Italia y me sorprendió (una vez más) el entusiasmo de los inversionistas por diversificar su dinero más allá del dólar y hacia el euro. Eso no quiere decir que ya lo estén haciendo, pero creo que nos encontramos en un momento crucial donde esto puede cambiar.
Como señaló Currency Research Associates en un artículo reciente: “No solo la exposición al dólar de los fondos de pensiones y las compañías de seguros (globales) es grande y excesiva, de 50 por ciento o más, sino que la exposición agregada por país es alarmantemente alta”, con Taiwán, con más de 90 por ciento de su PIB en dólares, al que le sigue Japón, con 60 por ciento, y Australia y Corea del Sur, con 30 por ciento.
La diversificación en este momento tendría mucho sentido, incluso si Donald Trump no estuviera trastocando el sistema comercial global y cuestionando la independencia de la Reserva Federal de EU, que es, en mi opinión, el único riesgo que los participantes del mercado no pueden darse el lujo de pasar por alto. Sin una Fed libre, los mercados estadunidenses se corregirán rápidamente.
Por supuesto, se puede presentar un argumento en contra. El sólido informe de empleo de Estados Unidos de la semana pasada reforzó la narrativa del excepcionalismo y el dinamismo estadunidenses en medio del caos político. Y sí, las acciones subieron después de la aprobación de la “grande y hermosa ley”, porque a los mercados de valores siempre les encantan los recortes de impuestos. Pero lo cierto es que los inversionistas serios también están muy preocupados por el panorama de deuda y déficit a largo plazo de EU, así como por el riesgo político y el populismo.
Por estas razones el euro llegó a experimentar cierto impulso a largo plazo frente al dólar y puede tenerlo aún más si Europa logra organizarse e integrar sus mercados de capitales. Hasta ahora, el oro es el segundo activo de reserva más grande del mundo después del dólar. Pero en la conferencia de directores ejecutivos pregunté a 29 líderes mundiales si preferirían invertir en eurobonos (si existieran) en lugar del mercado de bonos estadunidense en este momento, y 18 dijeron que sí. En mi opinión, esto indica que si Europa pudiera renovar su compromiso con la integración, sanear sus mercados de capitales y ofrecer a los inversionistas la escala que necesitan para diversificar, el euro se dispararía.
La presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, escribió recientemente un artículo en Financial Times en el que abogaba por un momento de “euro global”. Y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, convirtió la integración de los mercados de capitales en una prioridad clave para su segundo mandato.
Entonces, ¿cuáles son los obstáculos para que esto ocurra? Las políticas, como siempre, por supuesto, la inercia y las habituales trabas tecnocráticas que representa unir a 27 Estados miembros con 27 sistemas jurídicos y regulatorios diferentes. Pero Jonathan, has presentado el argumento de que hay algo más profundo y psicológico en juego. Así que dinos, ¿qué debe hacer Europa para forjar un futuro nuevo y mejor en lo que parece un momento muy oportuno?
Lecturas recomendadas
-Creo que Ruchir Sharma presentó en Financial Times algunos buenos argumentos sobre por qué los mercados estadunidenses todavía no reflejan la realidad global.
-Hay un excelente artículo de The Wall Street Journal que analiza cómo las deportaciones en el cinturón industrial estadunidense pueden frenar la recuperación económica. Los migrantes (incluida mi propia familia) son una parte fundamental del éxito del Medio Oeste; esto me desgarra.
-Y echen un vistazo a mi columna del lunes sobre por qué los mercados globales están sufriendo un “efecto Rashomon” en el que los inversionistas pueden interpretar la misma información de maneras muy diferentes.
Jonathan Barth responde
Gracias, Rana. De hecho, Europa se siente atrapada en una parálisis, aferrándose desesperadamente a los viejos mantras del manual del liberalismo de mercado: libre comercio sin restricciones, política fiscal restrictiva y un enfoque limitado de la estrategia industrial. Ni el informe Draghi, ni la Ley de Reducción de la Inflación de EU (IRA, por su sigla en inglés)., ni el regreso de la geopolítica, ni siquiera la inminente segunda crisis de China, han podido cambiar eso.
Los comentaristas le dan sentido a la parálisis actual haciendo referencia al concepto de interregno de Antonio Gramsci: ese punto intermedio donde el viejo mundo moldeado por el liberalismo económico ha muerto, pero el nuevo lucha por nacer. Esto se aplica sobre todo a Europa en la época actual.
El problema con la noción de interregno es que —por muy descriptiva que pueda ser— ofrece poca orientación para encontrar una salida a la parálisis. Cuando busqué alternativas, me topé con la psicología del duelo. Curiosamente, nuestras experiencias personales de duelo pueden ofrecer orientación para navegar el interregno en el que nos encontramos. Ahora estoy trabajando en un libro que explora esto con más profundidad.
En la psicología del duelo existe el conocido modelo de Kübler-Ross. Este divide el duelo en cinco etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Argumento que hay una sexta: la reimaginación, una etapa que alcanzamos una vez que dejamos atrás lo viejo y comenzamos a dar forma a lo nuevo.
Europa todavía está en pleno proceso de duelo, a diferencia de EU, donde percibo un toque de reimaginación. Esto se debe a que estamos una década por detrás de ustedes en Estados Unidos. Europa nunca experimentó una crisis de China de la misma magnitud. Tampoco vivió un desplazamiento a la derecha a gran escala comparable al que siguió a esa crisis en Washington. (Sobre esto recomiendo el reciente artículo de Sander Tordoir y Brad Setser en el Centro para la Reforma Europea sobre el segundo shock chino).
Como resultado, Europa sigue estancada en las primeras etapas del duelo: negación, ira y negociación. Todavía me encuentro con colegas que niegan que el liberalismo económico no cumplió sus promesas. Justo la semana pasada, en una conferencia en Berlín, tuve que defender la política industrial contra las acusaciones de arrogancia e idealismo.
Todavía oigo a la gente decir: “Si conseguimos paneles solares o vehículos eléctricos baratos de China, ¿no es eso bueno para los consumidores?”. La preocupación por la seguridad económica y la dependencia, el hecho de que las personas no sean solo consumidores, sino trabajadores que encuentran identidad y pertenencia en sus empleos —todas ideas que parecen de sentido común en Estados Unidos— están muy lejos de constituir un consenso entre los líderes del centro democrático europeo.
Mientras tanto, lo que le queda a Europa es ira contra las élites políticas que rompieron la promesa liberal de mercado de un progreso material eterno. Es una ira que la derecha sabe muy bien cómo explotar.
Debido a que están atrapados en la negación, los líderes europeos dudan en escapar de la ira entrando en la etapa liberadora del duelo. Esto implica aceptación de que la concentración de la riqueza, el capital financiero y las ideas ricardianas de especialización de comercio hacen a las democracias susceptibles al chantaje. Aceptar que la flexibilidad que exigen los mercados —recapacitación, reubicación y reinvención de la identidad— contrasta de manera muy marcada con el anhelo de estabilidad y seguridad de la gente.
En cambio, la clase política europea sigue atrapada en compromisos tibios que no hacen justicia al nuevo orden actual y se aferra a las ideas del pasado liberal de mercado, en lo que, en el lenguaje del duelo, se llama negociación. Sí, las conversaciones que mencionas —la unión de los mercados de capitales o una mayor integración del bloque único— pueden avanzar, pero la supervivencia de Europa depende de la interacción de los mercados de capitales con la política fiscal e industrial. (Ver, por ejemplo, la caja de herramientas de finanzas privadas del Instituto ZOE). Y aquí no debemos engañarnos. La mayor parte de lo que vemos es política simbólica arraigada en la ortodoxia del mercado.
Tomemos como ejemplo la nueva laxitud fiscal de Alemania con su paquete de inversión de un billón de euros. Desde fuera parece un cambio de paradigma. Pero si lo analizamos con más detenimiento, se centra en infraestructuras y defensa, no en la renovación industrial. Y Alemania es una excepción. Las normas fiscales europeas siguen siendo restrictivas para la inversión. Las flexibilizaciones del gasto fiscal se limitan a la defensa. En consecuencia, iniciativas industriales como el Pacto Europeo para una Industria Limpia carecen de respaldo fiscal. Incluso las nuevas normas europeas sobre ayudas estatales del mes pasado cambian poco.
¿Mi esperanza? Que las crecientes presiones —la inminente crisis de China y el continuo ascenso de la derecha— obliguen a los líderes de izquierda y derecha a reconocer que esto no puede continuar. Y que no se queden estancados en la resignación, una forma de la cuarta etapa del duelo, la depresión. Los líderes políticos deben recordar que la región ha manejado con éxito cambios de paradigma en el pasado, y que no son una amenaza, sino una oportunidad para aprender y mejorar.
Entonces, tal vez, Europa estará por fin preparada. Lista para responder a esta ruptura histórica con una verdadera unión de los mercados de capitales, con una política industrial y una estrategia monetaria y fiscal coordinada, y con su propia visión geopolítica; lista para atraer el capital del que hablas utilizando el manual posneoliberal. Pero primero debe completar las cinco etapas del duelo por el liberalismo económico, antes de poder comenzar a reinventarse.