En el universo del Holocausto, un nombre se impone con especial crudeza: Josef Mengele. Médico de formación, oficial nazi por ambición y “científico” bajo el amparo del Tercer Reich, su presencia se convirtió en sinónimo del terror. No fue un verdugo cualquiera, sino alguien que utilizó el prestigio de la ciencia como coartada para cometer atrocidades inimaginables.
Los prisioneros de Auschwitz lo llamaban el Ángel de la Muerte, y no era un apodo poético: cada movimiento suyo decidía la vida o el exterminio, cada gesto suyo sellaba destinos. El bisturí y la bata blanca, símbolos de cuidado y esperanza en cualquier otro contexto, se convirtieron bajo su mano en instrumentos de sufrimiento y degradación.
De ahí que nos detengamos a hablar de Mengele, para revelar cómo la intolerancia, la ambición y el fanatismo pueden corromper la disciplina y pervertir incluso los más nobles propósitos de la humanidad.

La escena en Bertioga: el hallazgo de un fantasma
En febrero de 1979, en una playa aparentemente tranquila de Bertioga, Brasil, un oficial de policía atendió una llamada rutinaria: un cuerpo había aparecido sin vida. El escenario parecía simple, un ahogamiento. Sin embargo, esa tarde escondía una verdad monstruosa. El cadáver identificado como Wolfgang Gerhard era en realidad Josef Mengele, prófugo del nazismo desde hacía más de tres décadas.
El hallazgo no solo sorprendió a las autoridades locales, también estremeció al mundo: el hombre más buscado de la posguerra había muerto oculto tras una identidad falsa, protegido por redes de simpatizantes y el silencio cómplice. La justicia, una vez más, había llegado tarde.

El médico que confundió ciencia con barbarie
Josef Mengele nació el 16 de marzo de 1911 en Günzburg, Alemania, en el seno de una familia acomodada gracias al negocio de maquinaria agrícola. Estudió antropología y medicina, especializándose en genética. Su formación coincidió con el auge de las ideas eugenésicas, que bajo el nazismo se convirtieron en dogma.
Lejos de ser un fanático ideológico en sus primeros años, se unió al Partido Nazi porque lo consideraba una vía segura para ascender académicamente y, posteriormente, ingresó a la SS, el cuerpo de élite del régimen nazi.
Según el escritor Olivier Guez, autor de La desaparición de Josef Mengele (2017), su verdadero motor era el prestigio personal: la posibilidad de pasar a la historia de la medicina como un hombre respetado. Auschwitz le dio escenario, pero al costo de convertirse en una de las figuras más siniestras del siglo XX.

Auschwitz: el teatro del horror
En 1943, Mengele fue asignado como médico en Auschwitz, el mayor campo de exterminio del régimen nazi. Su papel no era curar, sino seleccionar. En la rampa donde llegaban los trenes con miles de prisioneros, un simple movimiento de su mano decidía: derecha, trabajo forzado; izquierda, la cámara de gas. Esa frialdad convirtió la llegada al campo en un ritual de muerte.
Pero no solo eso: Auschwitz fue también su laboratorio. El científico nazi encontró en los prisioneros —judíos, gemelos, enanos, mujeres embarazadas, personas con malformaciones— un banco de pruebas involuntario para su obsesión con la genética. Bajo su supervisión, la ciencia dejó de ser conocimiento para convertirse en tortura sistemática.
Así mismo, el Ángel de la Muerte encarnaba la crueldad absoluta del régimen de Hitler. Semana tras semana, recorría los barracones con frialdad glacial, haciendo de la vida humana un experimento. Sus evaluaciones se transformaban en veredictos de desesperanza, atrapando a las almas en un ciclo perpetuo de sufrimiento, eliminando cualquier vestigio de compasión y haciendo de la ejecución un acto rutinario, casi burocrático.

Los experimentos con gemelos: ciencia o sadismo
Quizá el aspecto más conocido de su legado son los procedimientos con gemelos. Mengele buscaba descifrar los secretos de la herencia genética: ¿cómo nacían los gemelos?, ¿podría el Reich multiplicar la raza aria si lograba controlarlos?
Para responder, usó métodos crueles:
- Inyecciones de sustancias químicas directamente en los ojos para intentar cambiar su color.
- Transfusiones de sangre entre gemelos, muchas veces fatales.
- Inoculación deliberada de tifus, tuberculosis y otras enfermedades.
- Cirugías sin anestesia, amputaciones y extracción de órganos.
Tras los estudios, muchos gemelos eran ejecutados y disecados. Quedaba la impresión de que, para Mengele, las personas eran piezas de laboratorio descartables.

Pruebas con enanos y el pueblo romaní
Pero los gemelos no fueron sus únicas víctimas. Mengele se obsesionó también con los enanos, a quienes sometía a mediciones exhaustivas, inyecciones hormonales y cirugías para alterar su estructura corporal.
Del mismo modo, la comunidad gitana, particularmente los romaníes de Auschwitz, sufrió bajo sus “investigaciones” sobre la resistencia a enfermedades infecciosas.
El patrón era siempre el mismo: los experimentos no tenían valor científico real, solo buscaban reforzar la retórica nazi sobre la superioridad racial. La ciencia quedaba reducida a un pretexto para justificar la barbarie.

La fuga interminable
Con la caída del Tercer Reich, Mengele huyó disfrazado de soldado raso. Evadió los juicios de Núremberg y, como otros jerarcas nazis, encontró refugio en Sudamérica gracias a las llamadas “ratlines”: redes de exfiltración gestionadas por simpatizantes, clérigos y antiguos oficiales.
Primero se instaló en Argentina, protegido por la comunidad nazi expatriada. Más tarde se trasladó a Paraguay y finalmente a Brasil. Cambiaba de identidad constantemente, trabajaba como agricultor o comerciante, y se mantenía siempre en movimiento. La caza internacional, liderada por grupos como los de Simon Wiesenthal, nunca logró alcanzarlo.

¿Cómo murió Josef Mengele?
De acuerdo con informes, el 7 de febrero de 1979, mientras nadaba en la playa de Bertioga, Mengele sufrió un infarto y se ahogó. Fue enterrado como Wolfgang Gerhard, sin que nadie sospechara quién era en realidad. Solo en 1985, tras la exhumación del cuerpo y los análisis forenses, se confirmó su verdadera identidad. El Ángel de la Muerte había escapado de la justicia hasta el último día.
Hoy, el esqueleto de Mengele se utiliza como material didáctico en Brasil para clases de medicina forense. Un destino irónico: su cuerpo, convertido en objeto de estudio científico, después de haber manipulado miles en nombre de un conocimiento pervertido por el odio.