Pumas UNAM no solo se mide en goles ni en títulos. Se siente en la historia que laten sus pasillos, en los recuerdos de quienes han vestido la camiseta y en la complicidad silenciosa de quienes han hecho del club su hogar. Hoy, dos hombres que representan generaciones distintas caminan juntos por el mismo propósito: el Doctor Miguel Mejía Barón, vicepresidente deportivo y leyenda viva y Efraín Juárez, canterano convertido en director técnico.
Hace unos días, durante una platica con Miguel Mejía Barón fue cuestionado, sin rodeos, sobre cómo podían convivir dos personalidades tan distintas: Efraín, joven, rebelde, impulsivo, tempestuoso y él, centrado, meticuloso, analítico, con años de experiencia que pesan como piedras de cantera.
Se carcajeó, se rió abiertamente y soltó: “Es que soy viejo”. Yo insistí, recordándole que la experiencia y la sabiduría no se comparan con la edad. Y él, con esa honestidad que desarma, me dijo: “Efraín es muy respetuoso conmigo; algunas veces le he dicho que tiene que bajarle (a sus impulsos), y creo que sí me ha hecho caso, pero me gusta que sea así… porque así es él”.

Ese momento lo dijo todo: aquí no hay jerarquías ni formalismos, hay respeto, confianza y fraternidad. La juventud y la energía de Juárez se encuentran con la calma y la experiencia de Mejía Barón y de esa mezcla nace algo único: un club que mantiene viva su identidad y que sueña en grande sin perder el corazón.
Pumas es más que un equipo, y ellos lo saben. En cada charla, en cada decisión, en cada gesto de complicidad silenciosa, se siente que hay algo que trasciende los resultados: pasión compartida, lealtad a los colores y un compromiso profundo con los jugadores y con la historia del club.
Miguel Mejía Barón y Efraín Juárez no solo trabajan juntos: se cuidan, se respetan y, sobre todo, se entienden. Y esa fraternidad que respira en Ciudad Universitaria es el recordatorio de que Pumas sigue siendo una casa donde las generaciones se encuentran para construir, para aprender y sobre todo, para soñar.

FCM