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"120 latidos por minuto": el mejor cine sobre dignidad

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  • "120 latidos por minuto": el mejor cine sobre dignidad
  • Maximiliano Torres

Las expectativas que tenemos del cine son cada vez más binarias y convencionales. Vemos películas con cierto egoísmo, con la única intención de ser conmovidos. Reír y/o llorar. Todo lo que no nos produzca esa reacción es un despropósito; se interpreta como una película que no está bien hecha. 120 latidos por minuto, la excelente, verídica y audaz crónica de Robin Campillo sobre el activismo en favor de la lucha contra el sida en la Francia de los noventas, es justo la clase de cine que, como espectadores, amplía el rango de emociones e ideas que una película nos puede provocar. Si bien su premisa nos hará suponer los botones que oprimirá en nuestro sistema nervioso, su efecto no es el del mero ojo lloroso o la indignación ante la situación mundial de la epidemia del VIH. Es una lección de respeto y sensibilidad hacia la experiencia humana.

A comienzos de la década de los noventa, el mundo aún no aprendía a hacerle frente al VIH. El gobierno y el sector farmacéutico respondieron con una lentitud cínica ante las cifras alarmantes de infectados, su índice de mortalidad y estigmatización social. En respuesta, surgió ACT UP (AIDS Coalition to Unleash Power), grupo activista con sede en París (aunque iniciado en Nueva York) enfocado a llamar la atención sobre la epidemia de sida para conseguir legislaciones favorables, promover la investigación científica y la asistencia a los enfermos. Los procesos de organización de este colectivo, alternados con sus historias personales forman una película valiosísima y pertinente. Tanto para la cultura del sida que aún estamos construyendo y, en un segundo sentido, pertinente para la clase de cine antinatural que nos invade.

Grandes porciones de 120 latidos por minuto son sesiones dialogadas de los miembros de ACT UP: lluvias de ideas, debates, planeación de protestas. Esto recuerda a las dinámicas grupales en La Clase, de Laurent Cantet, cuyo magistral guión es autoría de Robin Campillo. Por escasos segundos, pareciera que esta familiaridad a otra de sus creaciones hará de la historia algo menos original u opacado por la comparación, pero el director conduce a sus personajes del dicho al hecho. Los vemos poner en práctica el estándar moral por el que vociferan en las calles y avientan globos llenos de sangre. Mejor que mejor: siendo este grupo un microcosmos social de un país, ninguno de sus integrantes es, ni remotamente, un estereotipo. Justo cuando vamos a dar por hecho que esta es una cinta de más diálogo que acción, suceden su desafiante y avasallador tercer acto.

Su naturalidad en el recuento de lo histórico y lo ficticio (la cinta está basada en hechos reales) no es inédita en el cine francés, y menos en el caso de Campillo, en cuyo vocabulario fílmico no existen palabras como sentimentalismo, romanticismo o dolor. En relación a otros filmes que abordan o refieren al sida, como Philadelphia, The Hours o Dallas Buyer’s Club, 120 latidos por minuto es superior al estar exenta de la emotividad cliché y trascender potentemente la dignidad de los portadores del VIH.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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