El Periférico Raúl López Sánchez se ha convertido en una especie de reloj urbano: marca las horas de la ciudad, mide la paciencia de sus habitantes y revela, en cada embotellamiento, el pulso de la Zona Metropolitana de La Laguna.
A pesar de las obras, los pasos a desnivel y los intentos por agilizar el tránsito, recorrer esta vialidad en hora pico sigue siendo una hazaña cotidiana para el alma obra de las tres ciudades.
MILENIO realizó un recorrido en sentido Torreón–Gómez Palacio y viceversa, para constatar lo que muchos laguneros viven día a día: el tránsito denso, los retenes de seguridad recién implementados y los interminables minutos que se suman al reloj del estrés.
Inicio complicado: el oriente que se atasca
Desde el oriente de Torreón, justo donde inicia el desnivel que conecta con el Periférico, la historia se repite sin importar si es lunes o viernes, ocho de la mañana o seis de la tarde.
Los automovilistas se arman de paciencia mientras el flujo de vehículos apenas avanza unos metros por minuto.
Las largas filas comienzan en los accesos a colonias como Valle Oriente o Las Etnias. Ahí los claxon se confunden con el sonido de los motores y el sol de las mañanas laguneras se refleja en los parabrisas con la misma intensidad con que se enciende la impaciencia.
“Es todos los días igual, no hay descanso”, comenta José Duarte, conductor que vive en Valle Oriente y trabaja en la zona industrial de Gómez Palacio.
“Antes hacía media hora, ahora llego a tardar hasta una hora, sobre todo con los retenes y el tráfico en la glorieta del Independencia”.

El flujo mejora apenas un poco al avanzar por los puentes elevados, pero quienes deben incorporarse o tomar alguna salida saben que ese alivio dura poco: un camión que se detiene, un tráiler que cambia de carril o un agente que intenta dirigir la corriente de autos pueden volver a detener todo.
Tráfico, carga y desorden
A pesar de los anuncios oficiales para limitar el horario del transporte de carga pesada, muchos traileros circulan fuera de tiempo, entorpeciendo el paso de miles de vehículos particulares.
Agentes de Tránsito y Vialidad patrullan, pero la demanda los rebasa. En horas pico, entre 7:00 y 9:00 de la mañana, y de 1:30 a 2:30 de la tarde, la vialidad se convierte en una marea de carros, camionetas, camiones y motocicletas.
En el sector de Santa Fe, por ejemplo, los automovilistas ya saben que deberán sumar varios minutos a su trayecto.
Pero el verdadero cuello de botella se encuentra más adelante, en la zona de los Viñedos, donde el crecimiento urbano ha sido tan rápido como el aumento de vehículos.
El puente que cruza por el sector Campesino, antes símbolo de fluidez, ahora es punto crítico: incluso con la presencia de agentes, también los accesos laterales se congestionan.
Un conductor de transporte de personal se asoma por la ventana de su camión mientras espera avanzar unos metros y viene la mentada de madre para el "vivo que se metió".

Conducción temeraria: el otro enemigo
La señalética es clara: límite de velocidad de 60 kilómetros por hora. Pero en la práctica, pocos la respetan.
Algunos aceleran para ganar segundos; otros cambian de carril con maniobras temerarias. La mezcla de prisa y desesperación convierte el Periférico en una pista de competencias.
“Manejar aquí es estar alerta todo el tiempo”, comenta Laura Ríos, conductora que evita el periférico cuando puede. “Hay gente texteando, otros van con prisa o se pegan demasiado. Cualquier distracción y ya chocaste”.
La recomendación de los agentes de tránsito es sencilla: espejear, mantener la distancia y no usar el celular, pero en medio del caos, las reglas parecen opcionales.
Y aunque algunos automovilistas buscan vías alternas, la realidad es que ninguna escapa del tráfico.
“Decían que el Giro Independencia iba a desfogar, pero aún no sabemos usarlo”, agrega José Duarte. “Ahora los retenes después de la Puerta Amarilla también son un lío en el regreso”.
A la altura de la glorieta del bulevar Independencia, el tránsito se convierte en un laberinto a vuelta de rueda. Entre el sonido de los motores y los silbatos de los agentes, los automovilistas intentan mantener la calma.
Algunos aprovechan para revisar el teléfono, otros para ajustar el aire acondicionado o simplemente resignarse a que el reloj siga avanzando más rápido que los autos.
El desnivel ayuda a avanzar un poco más fluido, pero las laterales son un auténtico campo de batalla: incorporaciones cerradas, luces intermitentes y conductores impacientes que se disputan cada metro.

Aun en zonas más tranquilas, como el tramo de las universidades UANE y UAL, la tensión persiste. Basta que un tráiler quiera incorporarse para que con el claxon haya otra mentada de madre más.
Retenes: entre la seguridad y la lentitud
Desde la implementación de los retenes de seguridad sobre el Periférico, la percepción ciudadana se divide. Hay quienes los aprueban por razones de seguridad, pero también quienes critican la falta de agilidad y el tiempo perdido.
Edgar, motociclista y trabajador de una empresa privada de seguridad, que pidió ser identificado solo con su nombre, lo vive en carne propia todos los días.
“De Torreón a Gómez no es tan complicado, porque los retenes del lado duranguense son más rápidos. El asunto está cuando es de Gómez para Torreón, ahí si te paran, te preguntan o te revisan. Yo digo que está bien por seguridad, pero deberían ser más ágiles, sobre todo a la hora de entrada y salida del trabajo”.
Su motocicleta le da cierta ventaja sobre los automovilistas, aunque sabe que no está exento del riesgo de algún accidente por correr a la chamba.
Los retenes de la Policía de Acción y Reacción (PAR), instalados recientemente del lado coahuilense, han aumentado entre 15 y 25 minutos los traslados. A esto se suma el cierre del paso por el vado, que complica aún más la movilidad para quienes buscan atajos.
El lado duranguense: fluidez con reservas
Una vez que se cruza al territorio de La Laguna de Durango, el tránsito parece más fluido, las avenidas amplias y los tramos con menos incorporaciones dan respiro, pero la calma es relativa.
En horas pico, especialmente de 7:00 a 8:30 de la mañana y de 6:00 a 7:00 de la tarde, la historia vuelve a repetirse.

La noche cae sobre la línea que divide a los dos estados y las luces rojas de los frenos parecen una fila luminosa que serpentea hacia el horizonte.
El movimiento nunca se detiene. Para muchos, el Raúl López Sánchez no es solo una vialidad: es una rutina, una prueba diaria de paciencia.
En esta arteria que conecta a dos estados y miles de historias, cada embotellamiento tiene su propio relato.
Hay obreros que se apresuran a llegar al turno de la tarde, estudiantes que se distraen con la música, madres que planean la cena desde el volante y motociclistas que esquivan el tráfico como quien sortea obstáculos en una carrera.
A pesar de los proyectos, de los pasos a desnivel y de los operativos, el periférico sigue siendo el mismo: una línea interminable que divide y une a la vez, el reflejo más claro del crecimiento urbano y del caos que acompaña a una ciudad que se mueve sin parar.
Al final del recorrido, el reloj marca casi una hora desde la salida, el tráfico apenas se ha dispersado y los retenes siguen ahí, firmes, recordando que en el Periférico Raúl López Sánchez, el tiempo no se mide en kilómetros, sino en paciencia.
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