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El embalsamador que le habla a los muertos

El proceso de tratamiento de cadáveres en el DF, su preparación para el velatorio, caen en buena medida en manos de una familia, dedicada desde hace medio siglo a este milenario acto mortuorio.

Cuando tu corazón deje de latir, tu sangre se espesará. Horas después, cuando tu cuerpo llegue a sus manos, él te colocará en una plancha de acero inoxidable. Te despojará de la sábana que te cubre. Tu cuerpo también estará frío y algo rígido. Te limpiará de pies a cabeza, frotándote delicadamente. Te hará una incisión. No sentirás el filo del bisturí. Buscará una arteria para inyectar una sustancia compuesta por formol, fenol, alcohol y glicerina, para evitar que las bacterias empiecen a poblarte. Agregará un colorante rojo para devolverle el color a tu piel. Pero no encontrará la arteria. Se le dificultará. Creerá que tu cuerpo se niega a partir...

Entonces él te hablará: "Por favor, déjame hacerlo. Te prometo que te vamos a dejar muy bien, para que tu familia no se lleve una impresión muy fuerte y se puedan despedir de ti".

Tu cuerpo se relajará después de esas palabras. O eso creerá él cuando encuentre la arteria. Entonces la sangre abandonará tu cuerpo.

Y José Luis Franco Avilés, el hombre que te habla, empezará a embalsamarte.

***

La casa de José Luis Franco Avilés está en la colonia Agrícola Pantitlán, en una cerrada ubicada a espaldas de una tienda de autoservicio que está sobre la Calzada Zaragoza. La fachada es color azul cielo y nadie imagina que, detrás de esa puerta, se embalsaman al día entre uno y tres cuerpos de seres humanos.

Adentro hay un amplio patio que se mantiene libre para facilitar el descenso y ascenso de los cadáveres. Del lado izquierdo está la puerta que dirige a la sala de embalsamamiento; del lado derecho, otra puerta, abierta, que conduce a la casa que habita la familia Franco. Las construcciones son independientes.

La sala de embalsamamiento es un cuarto con paredes de mosaicos color café claro en la que saltan a la vista dos planchas de acero inoxidable. Una de ellas está flanqueada por una estantería en la que hay maquillaje, un gel, frascos de perfume, un talco, un envase de crema, un spray insecticida, un peine, entre otros objetos.

En el techo hay un riel sobre el que corre un polipasto que, mediante cadenas y cinturones ajustables, se utiliza para cargar y trasladar los cuerpos de una mesa a otra. El lugar es inodoro y está limpio. No hay marcas de sangre ni rastros de la muerte.

José Luis Franco, embalsamador, es un hombre de 70 años, de baja estatura, ojos grandes y cabello negro escaso. Lleva una camisa blanca y su mano izquierda, larga, rugosa, la misma que ha tocado tantos cadáveres a lo largo de 50 años de carrera, se introduce en la bomba inyectora y extrae una bolsa de algodón.

"Ya no la usamos porque es muy lenta", dice, refiriéndose a la bomba.

No es un médico de formación, pero se expresa con un vocabulario que demuestra sus vastos conocimientos sobre el tema.

"El embalsamamiento es algo preventivo y no paliativo. Los ataúdes en México no son herméticos. Por esa razón hay fuga de bacterias y otros microorganismos. Al morir una persona, hay algunos virus que se potencian, como la hepatitis. Se embalsaman los cuerpos para evitar una epidemia", explica.

En épocas decembrinas, por lo regular su trabajo aumenta, debido al incremento de suicidios. A su sala llegan cuerpos de gente de la tercera edad y sobre todo adolescentes.

"He atendido casos de niños de 7 a 13 años. Son muy frecuentes", cuenta.

Después de embalsamar un cuerpo, el piso, las mesas y los instrumentos utilizados se limpian con una solución a base de hipoclorito de sodio.

"Para nuestra protección, usamos cubrebocas, goggles y un gorro, además de una bata color azul o verde, como en las películas, pero no crea que se usa porque sí", dice. Y agrega: "Tiene un motivo de fondo: esos colores repelen a las bacterias".

Los residuos biológico-infecciosos reciben un tratamiento especial: cada 15 días pasa por ellos un vehículo que los transporta hacia su destino para ese tratamiento especial.

"No se puede tirar a la basura ni al drenaje, pues estaríamos esparciendo virus y bacterias", explica.

Unos guantes blancos, de plástico, reposan sobre una repisa de madera que sostiene un ventilador. A su lado cuelga un crucifijo.

Tras el recorrido por su área de trabajo, José Luis abre la puerta de un cuarto anexo a la sala, en donde reposa un altar con una imagen de la Virgen de Guadalupe y un plato con una veladora en el centro, rodeada de guayabas.

"En la familia utilizamos 21 guayabas, para la buena suerte, para que no falte el trabajo, a pesar de que no le deseamos el mal a nadie".

En la misma mesa hay un segundo altar, éste con la imagen de San Judas Tadeo, que se utiliza para "peticiones personales". Se acerca a la pared en la que está enmarcada la "Oración del embalsamador", escrita por su sobrino Arturo Ruiz Franco.

––Entonces, ¿usted es una persona creyente?

––Por supuesto.

––Y atestiguar muertes tan violentas y tan terribles, ¿no le ha hecho perder la esperanza?

––No, al contrario. Para mí, la muerte es parte de la vida. Todos vamos a morir. Trabajar con la muerte te ayuda a aceptarla.

***

Mis hermanos y yo, desde niños, nos acostumbramos a ver cadáveres humanos. Mi padre se dedicaba al traslado de los cuerpos desde los hospitales de la Ciudad de México hasta la Facultad de Medicina, en donde los concentraba. De ahí los distribuía hacia distintas universidades, como la Escuela Libre de Homeopatía, la Universidad La Salle, entre otras. Los cuerpos se utilizaban para que los estudiantes practicaran la disección. Cuando mi papá puso su negocio, solo había dos embalsamadores en la Ciudad de México: él y un militar. Te estoy hablando de 1961.

Mi infancia fue normal, a pesar de que los vecinos tenían cierto recelo porque sabían que manejábamos cadáveres humanos. Me acuerdo que mi papá tenía un museo personal en el negocio, en el que había, sumergidos en formol, manos, cabezas, esqueletos y fetos humanos. Suena raro, pero antes era común que se permitiera usar esqueletos humanos en hospitales y consultorios. Ahora no, ya está prohibido por la ley.

Me formé en la Facultad de Medicina con el doctor Fernando Quiroz Gutiérrez, que fue el autor del primer libro de anatomía humana en México. Armábamos esqueletos en la Facultad de Medicina de la UNAM, para que los alumnos practicaran en el tercer piso. Tenía 15 años de edad. Fungía como técnico.

Mi padre empezó a trabajar en el Servicio Médico Forense. Y yo entré ahí, con él, en 1961. Me salí porque pagaban un sueldo muy bajo y entré a trabajar al Centro Médico. Recuerdo bien que dejé el Semefo en noviembre de 1963 y entré al Centro Médico un mes después. Fui afortunado. Entre 1961 y 1963 hacía dos necropsias de ley al día, más dos embalsamadas en el negocio familiar.

A la par que trabajaba en el Centro Médico, en el área de necropsias anatomopatológicas, ayudaba a mi padre con el negocio de embalsamar. Ahí los médicos residentes practicaban y les enseñábamos a disecar, desde el tubo digestivo, órganos, hígado, baso, riñones, para conocer el proceso de una enfermedad y cómo tratarla.

Terminé la preparatoria y no estudié más. Fui autodidacta, pero debido a mis conocimientos técnicos, tenía la capacidad de enseñarles a los médicos residentes a disecar. Bien dice el dicho que la práctica hace al maestro.

Participé en la fundación, junto al doctor Martínez Galindo, de la Museografía del Centro Médico Nacional. Colaboré con él en la elaboración de las piezas en exhibición, sobre todo las que evidencian la progresión del cáncer, pues ahí las mayorías de las necropsias que elaboraba eran oncológicas.

Yo inicié mi negocio en 1973. Se reclutó a la familia y empezamos a distribuirnos por la ciudad, pues hubo un aumento de la mortandad a causa del crecimiento poblacional. Toda la familia se involucró en el negocio de la embalsamada. Y aquí andamos hasta la fecha.

***

Escribir en el buscador de imágenes de Google la palabra necropsia de ley arroja un catálogo de imágenes espeluznantes, que ponen a prueba la capacidad de asombro. Para José Luis Franco, los casos legales; es decir, aquellos cuerpos sometidos a una necropsia de ley, son los más complicados.

"Cuando hacen la necropsia realizan cortes en todo el cuerpo, por todos lados. Entonces destruyen el aparato circulatorio. Ya no se trata de inyectar una sola arteria, sino seis".

Si se trazara en un mapa del DF y el área metropolitana las áreas que cubre los servicios de la familia Franco, entre hermanos, primos, hijos y sobrinos, abarcaría más de un 50 por ciento del territorio. Tan solo la familia del señor José Luis Franco Avilés cubre las delegaciones Tlalpan, Tláhuac y Xochimilco, además de los municipios de Nezahualcóyotl, Valle de Chalco y Chalco.

De acuerdo con las estadísticas del INEGI, en su conteo de "Homicidios por entidad federativa", cuyos datos fueron recolectados en las Oficialías del Registro Civil, en el DF y el área metropolitana se registraron en 2014 un total de tres mil 976 homicidios. Sin duda, algunos de esos cuerpos han llegado a la sala de embalsamamiento de la familia Franco.

"Antes era frecuente que los asesinos se valieran de piedras y armas blancas; ahora, utilizan pistolas de .9 y .38 mm, escopetas, cuernos de chivo. Los cuerpos vienen muy dañados y más cuando los impactos son en la cara", cuenta.

José Luis Franco, afirma, es capaz de reconstruir un cuerpo dañado, a base de resinas y ceras. No obstante, solo el uno por ciento de los casos solicita la reconstrucción de un cuerpo, debido a sus altos costos.

"Me han traído cuerpos decapitados, de personas de nacionalidad hondureña, guatemalteca y salvadoreña. Y el tratamiento químico tiene que ser diferente, pues debe durar varios días ya que son cuerpos que serán repatriados. Muchos de ellos, alguna vez conté hasta 12, se han ido así, sin cabeza".

***

De acuerdo al Artículo 346 de la Ley General de Salud, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 26 de mayo de 2000, "Los cadáveres no pueden ser objeto de propiedad y siempre serán tratados con respeto, dignidad y consideración".

José Luis Franco afirma que ese artículo debería de aprendérselo de memoria todo aspirante a embalsamador.

"El manejo de los cuerpos siempre debe de hacerse con todo el respecto del mundo", dice.

–– ¿Hablarle a los muertos tiene que ver con ese respeto?

––Sí, yo creo que sí. Nosotros, en la familia, les hablamos cuando no encontramos la arteria. Hay cadáveres con los que, en ocasiones, resulta difícil trabajar. Y parece mentira, pero después de hablarles empiezan a relajarse. Yo creo que se entabla una relación con ellos. En la sala prendemos inciensos y usamos bálsamos para propiciar un ambiente, una atmósfera.

–– ¿Le teme a la muerte?

––No, creo que no hay que temer a la muerte. Yo, si acaso, le temo más al dolor, a una agonía prolongada.

––Entonces, ¿qué es la muerte para usted?

––La muerte es el principio de un fin.

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