Espectáculos

Reductos del rock marginal: Hoyos fonky, la extinción

El escritor Parménides García Saldaña los bautizó así, y aquí Alex Lora y El Pájaro Alberto evocan esos sitios subterráneos.

A principios de los años setenta, jóvenes músicos buscaban espacios en la Ciudad de México para mostrar sus propuestas sonoras basadas en un nuevo ritmo llamado rocanrol. En Inglaterra, Los Rolling Stones tocaba su música negra en el Station Hotel; en Hamburgo, cuatro adolescentes ingleses iniciaban su camino a la celebridad en un maloliente Cavern Club; en esa década se inauguró el CBGB’s OMFUG espacio/ refugio de futuros personajes como Los Ramones, Blondie y Los Damned. Todo esto sucedía al margen de las disqueras transnacionales de aquella época.

En México, sitios así eran conocidos como hoyos fonky, y fue Parménides García Saldaña* quien escribió: “Con el rock resurgen los hoyos fonky en la Ciudad de México. En la segunda parte de la década de los años cincuenta y la primera mitad de los años sesenta, estos hoyos fonky asumieron la onda de cafés. A ellos acudían jóvenes proletarios y de clase media (…). Poco a poco las autoridades citadinas fueron clausurando tales hoyos, como todos ustedes los apasionados fans del rock saben”, y más adelante en el mismo texto Parménides establece: “Funky es el lado hard (macizo), dirty (grosero), heavy (pesado, grueso), del rock. Funky es lo contrario de Straight”. Para situar la época de la publicación de este artículo, basta leer lo siguiente: “Ahora que el rock hizo posible un periódico como Piedra Rodante, los hoyos funkis empiezan a proliferar en los barrios proletarios. Los jóvenes (la chaviza) de esas colonias en torno al monumento a La Raza se reúnen domingo a domingo a bailar al compás de la música rock de Three Souls in my Mind, Peace&Love, Cherokee, Dug Dugs (…)”.

En esos lugares surgió una corriente musical que después sería conocida como rock urbano, subgénero que lideró Three Souls, primero, y luego El Tri, cuyo fundador, Alejandro Lora, platica sobre su cercanía con Parménides: “Llegó a ir un par de veces con nosotros; nos íbamos atrás, echando caguamas, en una camionetita pick up Ford de los años cincuenta que tenía el maestro Joaquín. Alguna vez nos vimos, un jueves o miércoles, y me dijo: ‘¿No van a ir a los hoyos? Invítame’. ¿Hoyos, cuáles hoyos?, le pregunté. ‘A los hoyos fonky’. Ah, a las tocadas. ‘Sí. Son hoyos fonky, por lo fonky que está allí el ambiente. Son hoyos adonde nos ha mandado el pinche gobierno. Al rocanrol no lo deja sobrevivir más que en los hoyos. Y son fonky, porque la onda está muy grasosa allí”.

Lora sigue el hilo de sus remembranzas: “Sin querer, sin planearlo, el maestro Parménides García Saldaña los bautizó así, cotorreando con nosotros. Sin siquiera estar en uno de esos lugares. Apenas nos estábamos poniendo de acuerdo para ir allá el fin de semana; tocábamos en tres, cuatro lugares; en Tlalnepantla, en Siempre lo Mismo, en el Revolución, en Tlatelolco. Andábamos en esa camionetita Ford. Allí echábamos los instrumentos y nosotros nos íbamos sentaditos atrás echando caguamas. Fue entonces cuando el maestro Parménides los bautizó sin haberlo premeditado. De hecho, Three Souls in my Mind se dio a conocer en los hoyos, sobre todo después de Avándaro. Sí existían desde antes, pero no tenían tanto auge; también, antes de Avándaro, sí había tocadas, pero en lugares más nice. En teatros, en la Arena México, en lugares donde no estaba tan fonky el cotorreo. Pero a raíz del Festival de Avándaro se viene la represión cabrona, entonces, pos no había otra más que regresar a los hoyos. Es entonces cuando nace el verdadero rocanrol callejero y contestatario. Antes era una música más complaciente: las tocadas eran el CUM, en La Salle, en los frontones de la Roma, de la Narvarte —el Parme era de la Narvarte. Cuando pasó lo de Avándaro, ya parece que iban a hacer tocadas en el CUM o en La Salle. Nos mandaron a la chingada, o sea a los hoyos fonky”, recuerda el autollamado “gritante” de El Tri.

A través del tiempo, la historia señala que los hoyos fonky son sitios donde se toca y es disfrutado el rock marginal. Esta situación se da desde los orígenes del rock&roll. A pesar que a nuestro país la llegada del R&R fue concebida como moda musical; artistas consagrados eran pretensos rocanroleros: Agustín Lara, Luis Aguilar y Pedro Vargas, por ejemplo, portagonizaron un filme de 1957 titulado, oportunistamente, Los chiflados del rock’n’roll. Por su parte, la vedette Gloria Ríos hizo el primer cover de un rock&roll famoso: “El relojito”, versión muy libre de “Rock around the Clock”.

El rocanrol sonó más genuino cuando —castellanizado— fue hecho por jóvenes dirigido a jóvenes. Ellos, desde el privilegio de su mocedad cantaban: “Voy a decirles una cosa/ que no puedo ya por más callar/ es imposible que la gente quiera que no canta el rocanrol/ y aunque digan los vetarros, música infernal/ pa’mi es un dulce canto que me hace soñar…”. Letras como estas iniciaron las disputas entre lo nuevo y lo viejo.

Al principio, para escuchar y bailar rocanrol se inventaron las llamadas tardeadas —vigiladas por los mayores—, casi siempre realizadas en casas particulares; después, la nueva generación de jóvenes (futuros rebeldes sin causa) se adueñó de los ya existentes cafés cantantes —puestos de moda por existencialistas y beatniks—, donde se sentían libres. A mediados de los sesenta, el rocanrol dejó de ser rocanrol para convertirse simplemente en rock. En México, se vivió un cambio en diferentes ámbitos. La industria discográfica trasnacional intentó crear sus propios ritmos —yenka, go-go— para imponerlo a los adolescentes. Por un tiempo, algunas espacios como las pistas de hielo Insurgentes y Revolución brindaron cobijo a chamacos con gusto por la música en inglés, que no era programada en la radio (Stones, Beatles, The Who, Kinks, Jefferson Airplane, Spooky Tooth, B. B. King, James Brown) y que tocaban músicos mexicanos marginados por televisión, prensa y disqueras: Dug Dug’s, Javier Bátiz, Los Monjes, Los Esclavos, Los Sinners et al. Los jóvenes con recursos económicos podían escuchar esto y más en lugares exclusivos como Los Globos, el Champagne a Go-Go y el Terraza Casino; los chavos de barrio, obreros, estudiantes o desocupados, tuvieron que inventar adónde ir.

Salones de fiesta, estacionamientos, bodegas y patios de escuelas eran habilitados con improvisados escenarios y con equipos de audio elementales; eran conciertos —les empezaron a llamar “tocadas”— donde se presentaban conjuntos noveles junto a grupos con cierto renombre en el ambiente subterráneo rocanrolero de finales de los sesenta.

Estos lugares florecieron al convertirse en refugios para jóvenes que no contaban con posibilidades económicas para escuchar “su música”, lejana a las fórmulas mercadológicas de las compañías disqueras; allí, unos tenían identidad y otros libertad creativa. Los hoyos fonky se convirtieron en su búnker. Después del festival de Avándaro, fueron el hábitat de músicos y seguidores del rock alejados de lo mediático y prefabricado.

Agrupaciones ya consagradas como Los Dug Dug’s y Bátiz encabezaban los carteles a principios de los años setenta; igual El Ritual, Bandido, Tequila y Enigma alternaban con Factory, Epílogo y Three Souls in my Mind, que empezaban su andar por el sinuoso y resbaladizo camino del rock en México. Sitios como el Petunias —después Salón Chicago—, el Blow up, el Mustang y el Romano iniciaron la tradición en la capital, con bandas como Love Army —descendente directo de Tijuana Five—, donde forjó su leyenda El Pájaro Alberto Isordia, quien, a propósito, refiere: “Los hoyos fonky fueron un recurso desesperado para seguir adelante con el entonces naciente rock original en México. Una especie de incubadora para grupos que hacían su propia música en un ambiente de represión y prohibición que comenzó un poco antes de Avándaro, y que después… bueno, ya sabemos lo que pasó después. Fuimos como guerrilleros musicales en un país gobernado por una pandilla de idiotas criminales, lo cual, desgraciadamente para México, no ha cambiado mucho a través de los años”. El Pájaro Alberto compuso “Caminata cerebral”, canción clásica de aquellos años: “Oye Cristo no regreses/ no te vayan a rapar/ es la era de Acuario/ y nadie te entenderá”. Otras canciones que quedaron en la memoria colectiva son “Nuestros impuestos”, “Easy woman”, “Bajo el signo de Acuario”, “La gente” y “Freedom now”; más recientes son “Él no lo mató”, “El toque mágico”, “Tu mamá no me quiere”, “Abran esa puerta”, “Esta noche es nuestra” y “Aviéntense todos”, que, entre muchas otras, son paradigmas sonoros surgidos del rock subterráneo en México.

En la actualidad, hoyos fonky y rock urbano viven una crisis generada por diversos factores. Se habla de la carencia de nuevas bandas; la proliferación de grupos dedicados a hacer covers de baladas de los años setenta; otro motivo es lo repetitivo de los carteles con grupos como El Tri, Haragán, Liranrol, Bostik, Tex Tex, Rod Levario, Charly Monttana, Interpuesto, Sam Sam, Next y Transmetal, grupos con varios lustros en su historial. No obstante, estas longevas agrupaciones lograron llevar lo fonky a festivales como el Vive Latino y han realizado conciertos en recintos como el Auditorio Nacional, el Lunario, los teatros Metropolitan y Blanquita; además, han realizado extensas giras por Estados Unidos. Pero una luz de alerta permanece prendida desde hace un tiempo ante evidencias como la poca asistencia de público a festivales y tocadas de fin de semana, así como la exigua venta de discos.

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*Parménides García Saldaña nació en Orizaba, Veracruz, el 9 de febrero de 1944; murió en la Ciudad de México el 19 de febrero de 1982. Colaborador sobre temas de rock en Excélsior, El Heraldo de México, Novedades; en las revistas La Piedra Rodante, Pop y autor de los libros Pasto verde (1968), El rey criollo (1971), En la ruta de la onda (1974), Mediodía (1975) y un libro póstumo, titulado arbitrariamente En algún lugar de rock.

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