Juan Pedro Soto es un cineasta venezolano con formación en Estados Unidos. Con una voz nueva, sensible y profundamente honesta presenta su nuevo proyecto, Sandclouds, una obra animada en stop motion que codirige y coproduce, está construida desde la memoria, el sacrificio y la identidad.
Es una apuesta por contar lo invisible: los vínculos familiares, las heridas que no se nombran, los actos de amor que no se dicen pero que transforman.
Nacido en Maracaibo, Venezuela, Soto se crió en un entorno alejado del arte. Su familia, integrada por ingenieros y profesionales del mundo financiero. Sin embargo, desde pequeño, Juan mostró una inclinación muy clara: se enamoró de las películas animadas y del proceso detrás de ellas. Recuerda, con especial cariño, las mañanas con su padre viendo Art Attack, o repasando una y otra vez los detrás de cámaras de Monsters Inc.. “Ahí supe que quería dedicarme a esto toda mi vida”, afirma.
La certeza que tenía como niño comenzó a ponerse a prueba en la adolescencia. Aunque inició cursos de artes plásticas y teatro, las dudas no tardaron en llegar. “¿Realmente puedo vivir de esto?”, se preguntaba. Fue entonces cuando un gesto inesperado marcó su vida.
La interacción con Guillermo del Toro
Juan le escribió un correo a Guillermo del Toro, director al que admiraba profundamente, y sorprendentemente recibió respuesta. “Querer es poder – solo necesitas paciencia, dedicación y muchisisísimo trabajo”, le contestó el cineasta mexicano. Esa frase se convirtió en su impulso para continuar.
Con el deseo claro, se fue a estudiar a Estados Unidos, primero a Full Sail University, donde se especializó en animación 2D y 3D, aprendiendo con veteranos de los estudios Disney. Posteriormente, su pasión lo llevó a UCLA, donde estudió dirección cinematográfica con el apoyo de directores reconocidos como Peter Lauer (Malcolm in the Middle). La combinación de técnica, arte y narrativa emocional fue la fórmula que definió su voz como creador.
El primer gran proyecto que lo marcó fue Luna Azul, un cortometraje inspirado en una vivencia personal. Narra el reencuentro de una novicia inmigrante con su ex prometido. “Fue un proceso intenso, todo era nuevo para mí, pero cada segundo valía la pena”, comparte. A pesar del estrés, descubrió que filmar era lo que verdaderamente lo hacía sentir en casa.
Luego vino El cielo no es de nadie, un videoclip que produjo junto al director Manuel del Valle, con quien más adelante desarrollaría Sandclouds. Esa colaboración fue clave para descubrir la importancia del trabajo colectivo, de la escucha creativa, de la mezcla de perspectivas. “Los videoclips tienen un ritmo distinto, pero son una buena forma de explorar visualmente con libertad”, asegura.
Hoy, Sandclouds representa una evolución y un manifiesto. Este cortometraje animado, creado en técnica stop motion, nació a partir de una imagen poderosa: un hombre con alas de madera. A partir de esa metáfora visual, Juan y Manuel comenzaron a escribir sobre el sacrificio de los padres por sus hijos, sobre el choque de expectativas, sobre el amor que no siempre se entiende a primera vista.
“Queríamos hablar de cómo nuestros padres a veces dan todo por nosotros, incluso si lo que ellos consideran éxito no es lo que nosotros soñamos”, explica Soto. Sandclouds no impone una visión; propone una reflexión. Habla de la tensión entre generaciones, pero también de la ternura que puede surgir cuando ambas partes se permiten escuchar. “Es una historia agridulce, pero profundamente humana. Es, en muchos sentidos, el espejo de lo que viven muchas familias migrantes.”
La elección del stop motion como técnica también tiene un sentido profundo. “Es una forma de animación que se siente artesanal, real, llena de texturas e imperfecciones. Para mí, representa lo humano en estado puro”, afirma. En un mundo donde la animación digital busca la perfección, Sandclouds se atreve a mostrar lo imperfecto como bello, como verdadero.
El equipo de trabajo ha crecido de dos personas a más de veinte, todos comprometidos con la historia y con el detalle de cada escena. Cada fotograma requiere horas de trabajo, de paciencia y de precisión. Pero Juan no se queja. Para él, cada día en el set es un acto de agradecimiento. “Hacer cine es mi forma de vivir el presente, de entender lo que soy y lo que otros sienten. Es mi refugio.”
Al hablar del futuro, lo hace con humildad. No planea en exceso. “Solo sé que quiero seguir haciendo esto mientras la vida me lo permita. Crear me da paz”, dice.