Juan Gabriel está de moda, y era inevitable preguntarle a Isaac 'Pitbull' Cruz por el divo de Juárez, claro que lo conoce aunque no es de su generación ni del mundo del boxeo.
“Juan Gabriel era un ídolo en su mundo, y yo trato de serlo en el mío. Él lo hizo con canciones, yo con golpes… pero los dos venimos de lo mismo: de abajo, del hambre.”
Así lo dice Isaac “Pitbull” Cruz, sin pose, sin cálculo, sin miedo a sonar vulnerable. La comparación no vino de mí: fue suya. En su voz, el paralelismo entre el cantante y el boxeador no parece un capricho, sino una verdad biográfica. Ambos nacieron del polvo, del rechazo, de la escasez. Uno peleó con letras; el otro, con los puños. Y ambos entendieron algo esencial: que el dolor, bien encausado, se convierte en arte.
“Desde saber lo que es no comer nada más que aire”
Isaac no busca metáforas. Las vive. “Las grandes carreras comienzan desde abajo —dice—, desde saber lo que es no comer nada más que aire, desde beber tus propias lágrimas.” Lo dice como quien recuerda una vieja costumbre, no una tragedia. Porque el hambre, en su caso, no fue una circunstancia: fue un maestro.
Cuando le hablo de Amor Eterno, la canción que Juan Gabriel escribió desde el vacío de una madre que no lo quiso, Isaac asiente. “No hay nada más duro que los golpes de la vida. Esos no los puedes esquivar. Te aferras, aprendes y sigues trabajando sobre eso para ser mejor.”
Ahí está el hilo invisible que une al cantante y al boxeador. Juanga subía al escenario con el pecho abierto; Isaac sube al ring con las manos listas para romper el silencio. Ambos canalizan la herida. Ambos han hecho del sufrimiento un oficio.
“Yo lo veo así —explica—: cuando estás en un agujero oscuro, nada brilla. Pero si logras salir, te das cuenta de que las ganas de sobresalir son lo que te hace ser quien eres.”
El ídolo que se forja, no que se fabrica
Isaac no se ve aún como un ídolo, y quizá por eso lo es. “Siento que no he hecho nada todavía —dice—. Mi carrera apenas va empezando, va hacia arriba. Ya al final, cuando la cierre, veré con quién puedo codearme.”
Lejos de los discursos prefabricados del boxeo moderno, el “Pitbull” habla como alguien que aprendió a pelear sin promotor, sin reflectores y sin certezas. “Nosotros venimos de abajo, sin reversa. Siempre para adelante.”
Por eso, cuando regrese al ring el 6 de diciembre en San Antonio, no será solo una pelea más. Será una especie de concierto a golpes. El eco de un pasado que todavía resuena.
Porque, en el fondo, Isaac Cruz y Juan Gabriel cantan la misma canción, aunque en escenarios distintos. Los dos aprendieron que el hambre es el primer entrenamiento, que la tristeza tiene ritmo y que la gloria —esa palabra tan sobada— se construye con lo que duele.
Y mientras uno dejó versos para sanar el alma, el otro reparte uppercuts para recordarnos que el cuerpo también puede contar historias.
Isaac “Pitbull” Cruz no busca ser como Juan Gabriel. Pero si la grandeza tuviera banda sonora, suena a algo parecido a eso: golpes que suenan a música, heridas que laten con ritmo, y una certeza que no se negocia —la del hombre que pelea con lo que le dolió, y vence con lo que le queda.
CIG
