Como señalan René Guénon o Julius Evola, la escuela Tradicionalista ama las síntesis pero no tolera los sincretismos y odia las mezclas —de todo: creencias, razas, clases—. Y no es un juego: “todo símbolo escarnecido, o mal empleado, regresa a vengarse”, amenaza Guénon.
No me refiero aquí a su valor como autores sino a su peligro como influencias. La sabiduría de los iniciados —que me parece más ficción que filosofía, pero allá cada quien— no le hace bien a los ignorantes que ignoran serlo. Por ejemplo, el campeón de la utraderecha gringa: Steve Bannon, que cree haber recibido su iniciación de Evola, junto con la revelación del destino suprahistórico que ve confirmada en la “ciencia” de los ciclos generacionales (Wikipedia: “Strauss–Howe Generational Theory”). Decidió que su aturdimiento era arcana sabiduría: vivimos el final de un ciclo y, como dice Evola en Cabalgar el tigre, habrá que precipitarlo con voluntad guerrera. Hizo películas malas (en YouTube se halla Generation Zero) y dirigió Breitbart News. Trump lo creyó genio y Bannon halló en Trump la pieza final del derrumbe del mundo liberal, para después acceder al poder Tradicional.
La Tradición “sirve a lo alto y responde a una jerarquía de castas revelada al pueblo indo–ario”, donde “la actitud guerrera y real... corresponde al ideal de una espiritualidad cuyas consignas son la victoria, la fuerza, el poder ordenador y que afecta a todas las actividades y todos los individuos en el seno de un organismo simultáneamente temporal y supratemporal (el ideal sagrado de Imperium), afirmando la preeminencia de todo lo que es diferencia y jerarquía” (Evola). Esa Tradición no cabe en el universo de los debates, las elecciones, las opiniones y el futuro incierto. La política liberal es una limitación del poder, y la naca democracia está pensada para que la ignorancia no sea esclavitud, ni freno a la libertad o la justicia.
El sueño del gran rey iniciado en el poder solar nunca ha sido más que una pesadilla, aunque lo hayan soñado Platón o Campanella. Pero abundan los reyezuelos tontos. Mussolini se deslumbró con Evola, igual que Trump con Bannon. Y los “iniciados” (toda distancia es poca entre Evola y Bannon) nunca entendieron que el poder no los escuchaba para ilustrarse sino para vestir sus tropelías con trapos mágicos.
No es lo mismo Cabalgar el tigre que cabalgar un bagre. Bannon fue relegado del equipo Trump, pero sus epígonos siguen ahí. Quizá hubiera sido más fácil lidiar con un obnubilado que con Jared Kushner y su equipo de tiburones liberales.