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Ser y hacer sin buscar atajos

El 6 de abril conmemoramos cien años del nacimiento de la pintora, dibujante y escritora nacida en Lancashire, Inglaterra y radicada en México desde 1942


Fue una rebelde desde que abrió los ojos el 6 de abril de 1917. Precoz desde su niñez en la tierra inglesa de Clayton Green, en Lancashire, estudió arte en Florencia y Londres aunque se le consideró “ineducable” por contravenir los deseos familiares de convertirse en una lady. A los 20 años conoció al pintor Max Ernst y ambos viajaron de Londres a París, donde establecieron redes de creación con los surrealistas.

Ernst fue llevado a un campo de concentración en 1939, lo que provocó en su compañera un trance nervioso al que sus padres respondieron con su reclusión en un hospital siquiátrico en Santander. De España, en 1941 se le trasladó a Lisboa hacia el consulado de México para escapar de sus custodios. Casó por conveniencia con el escritor mexicano Renato Leduc y ambos fueron a vivir a Nueva York, donde ella empezó a pintar y escribir. Ya instalada en México, la pareja se divorció y en 1943 Leonora Carrington conoció al fotógrafo húngaro Emerico Chiqui Weisz, su esposo desde 1946 y padre de sus hijos Gabriel y Pablo.

Luego de exhibiciones en los museos MARCO de Monterrey y el Museo de Arte Moderno en la Ciudad de México (1994 y 1995) y de la presencia de sus esculturas monumentales sobre Paseo de la Reforma, recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 2005. Murió el 25 de mayo de 2011.

Enmarcada por una mirada profunda y dulce, con el acento británico que la arropó, se negaba a las entrevistas convencionales. Prefería establecer una charla suelta con quien tenía enfrente, responder con preguntas a las preguntas y mantener el interés en la persona a su lado mientras compartía té, agua de jamaica o tequila junto a varios silencios. Más que hablar de su pintura, se entusiasmaba cuando esa otredad tenía cuerpo de elefante, inteligencia de pájaro, libertad de Lilith y los saberes del budismo tibetano, el misticismo maya, la mitología celta, la astrología y la alquimia.

En el centenario del nacimiento de Carrington, ofrezco algunas de sus reflexiones para construir uno de sus tantos retratos en primera persona.

“Mis padres me tenían preparado un destino cómodo para ellos: quedarme en Inglaterra y tener una vida en que fuera aceptada por la sociedad. Pero si una está movida por una pasión, como la pintura, debe hacerlo. Con mi madre fue más fácil que aceptara esa decisión. Ella era muy católica, irlandesa del sur. Y mi padre no era católico, se decía free thinker pero no perdonó nunca que me fuera.

“¿Quién me gustaría ser? Es una pregunta extraña. No cambiaría porque he hecho muchísimo trabajo aquí adentro (Leonora se toca el pecho). Es como decirme, bien o mal, yo hice este cuadro y no lo cambiaría por un Rembrandt o alguien mejor que yo. Diría que no porque a mi cuadro le puse mi ser allí dentro. Para mí, el valor de una obra es el trabajo de llegar a ser uno mismo, de tratar de hacer algo que no es trampa.

“Ahora estoy leyendo el libro de Jeremy Harby, Inteligencia en la naturaleza. Me fascinan los descubrimientos de ese mundo infinitamente chiquito, donde hasta el lodo y el mundo subatómico pueden ser inteligentes, o los pájaros con un don especial porque un pichón sabría la diferencia entre un cuadro de Chagall y uno de Van Gogh, mientras los humanos no nos damos cuenta de esa inteligencia que no se ve. Nos hace falta estar atentos para ser menos ignorantes porque los animales nos enseñan muchas cosas, como no matarse por miles. ¿Quién ha pensado en una guerra de caracoles?

“Todo tiene influencia para la imaginación y la fantasía. Mi madre era irlandesa y allá hay mucha fábula. Pero no sé de dónde viene todo eso en mis pinturas. En México hay mucha imaginación. Aquí vas a un mercado y está lleno de cosas que te sorprenden. Desde hace mil años que llegué a México los mercados me tenían maravillada. Yo vivía en Mixcoac, que era un lugar como el campo. Y la gente vivía en unas casitas chiquitas y cuando me veían me invitaban a pasar, a tomar café. Eran muy amables. Eso ya no existe.

“¿Qué dan y qué quitan los años? A los 88 años estoy cansada. Me falta la energía que tuve. La vejez es algo que tiene cierta amenaza. Tenemos miedo a la muerte. Y lo que me quita la edad es que quizá no aprendí bastante y quedé ignorante. No, no tengo sabiduría porque no sabemos qué pasa con la muerte. Tampoco entiendo el tiempo. No llegué a entender la teoría de Einstein, por ejemplo, que el tiempo y el espacio son la misma cosa. Eso me parece muy misterioso. También cómo una puede mover la mano así y cuando uno muere ya no puede hacerlo”.

***

Con un duende en el alma y otro en el cuerpo. Amante de animales, plantas y piedras en la complejidad del universo. Con el don de la magia y el escapismo. Temerosa de los aviones y las termitas. Con la marca de la rebeldía sin violencia y el móvil de la pasión por la pintura, las palabras y el misterio. Congruente en vida y obra creativa en su búsqueda de una conciencia interna y el conocimiento profundo y lento del existir frente a la locura del mundo. Fiel consigo misma para ser ella sin el atajo de las trampas. Algo de esto dio carne y espíritu a Leonora Carrington.


*Este texto fue escrito con extractos de las charlas de la autora con Leonora Carrington en 1993, 1994, 1995, 1996 y 2005.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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