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Roberto Calasso. Conectar con lo ignoto

El 16 de septiembre, el escritor italiano recibió el Premio Formentor de Letras. Esta distinción ha coincidido con la publicación de El ardor, un extenso comentario sobre el saber védico 


Muy poco de religioso, en sentido estricto y riguroso, subsiste en el mundo. No tanto en los individuos como en las estructuras sociales. “Es la venganza de la secularidad”, dice el escritor italiano Roberto Calasso, quien dedica su más reciente libro, El ardor, a fortalecer esta idea.

“Después de haber vivido durante centenares y miles de años en una condición de sometimiento, como sierva de poderes que se imponían sin justificarse, ahora la secularidad —no sin sarcasmo— ofrece a todo lo que aún denomina lo sagrado una manera de actuar más eficaz, más actualizada, más mortal, más adaptada a los tiempos. Este es el horror nuevo que debería cristalizarse: el siglo XX ha sido el largo periodo de incubación”, escribe.

En efecto, Calasso sostiene que para que pueda hablarse de lo religioso es necesario establecer cierta relación con lo invisible. “Es necesario que exista el reconocimiento de poderes situados más allá y fuera del orden social”. Aún más: es necesario, dice, que el orden social quiera establecer cierta relación con lo invisible, lo que, como puede verificarse en nuestro siglo XXI, no es prioridad ni de autoridades religiosas ni, mucho menos, de estamentos sociales que “guían”, “conducen”, “educan” o “regulan” las prácticas y relaciones entre individuos.

Pero esa relación, se aprecie o no, se “vea” o no, se comprenda o no, existe, como existió desde los tiempos fundadores de la conciencia humana; es decir, desde la fundación misma de los mitos que, de forma inextricable, se acompañaron de ritos.

Calasso intenta observar, en su carácter elemental, ciertos actos, advertidos o no, que nos acompañan desde siempre y sin los cuales no existiríamos: respirar, tragar, copular, cortar, matar, evacuar, hablar, quemar, verter, pensar, soñar, mirar, y algunos otros sobre los que, tras su concienzuda clasificación antropológica, ha sobrevenido cierta indiferencia. Y decidió atravesar el Satapatha Brahmana, un tratado sobre los ritos védicos que se remonta al siglo VIII a. C., el cual contiene pensamientos “inevitables desde siempre”, que sin embargo, como acusa Calasso, raramente han encontrado acogida en los libros de filosofía, y que con mucha frecuencia fueron tratados con intolerancia, como a intrusos.

El Satapatha Brahmana, como destaca Calasso, es un antídoto poderoso para la existencia actual. “Es un tratado que muestra cómo se puede vivir una vida totalmente dedicada a pasar a otro orden de cosas, que el texto osa llamar ‘verdad’. Una vida invisible, porque se agota casi completamente en el esfuerzo de ese pasaje. Una vida que algunos, en un tiempo remoto, experimentaron, y de la que quisieron dejar testimonio”.

Era una vida, recuerda el escritor, basada esencialmente en ciertos gestos, y el hecho de que algunos de esos gestos sobrevivan en la India y se difundan entre multitudes que, con frecuencia, nada saben de sus orígenes, mientras grandes civilizaciones no han dejado ninguna herencia comparable, no debe llamarnos a engaño: la civilización de los ritualistas védicos no se sustrajo al choque del tiempo, se perdió, quedando en buena medida como algo ajeno e incomprensible. Sin embargo, todo lo que aún se trasluce tiene una potencia tal que sacude a toda mente que no esté del todo sometida a lo que la rodea”.

Coincidiendo con la publicación de esta obra, Roberto Calasso (Florencia, 1941) —presidente y director literario de Adelphi, una de las editoriales de mayor prestigio internacional, y autor de obras como La ruina de Kasch (1989), Las bodas de Cadmo y Harmonía (1990), Los cuarenta y nueve escalones (1994), Ka (1999), K. (2005), La Folie Baudelaire (2011)— ha sido galardonado con el Premio Formentor de las Letras 2016, en reconocimiento al conjunto de su obra, que recibió el 16 de septiembre en Mallorca, en el marco de las Conversaciones Literarias de Formentor.

El jurado, presidido por Basilio Baltasar e integrado por Victoria Cirlot, Ramón Andrés, Francisco Ferrer y Vicente Verdú, concedió el premio a Calasso en esta su novena edición como reconocimiento a su prosa “alumbradora”, que “requiere una atención constante del lector”. El jurado destacó asimismo que la obra del italiano “integra, en un ambicioso discurso, corrientes filosóficas, estéticas y morales de muy diversa procedencia. La amplitud de campos de conocimiento que abarca su mirada constituye el fundamento mismo de una cultura humanista tal y como será rescatada en la posmodernidad de nuestro siglo” y “discurre por senderos narrativos y reflexivos en donde la belleza literaria, el rigor conceptual y la intuición poética conforman una insaciable inteligencia” en la que “el arte del ensayo alcanza una de las más altas expresiones, acaso única en la cultura europea reciente”.

Estos comentarios bien pueden referirse a El ardor, donde Calasso regresa a la religión de la antigua India y a la civilización de extraordinaria riqueza que floreció hace 3 mil años alrededor de los textos del Veda, textos que, en su mayor parte, son minuciosas prescripciones para ejecutar los ritos, desde el más sencillo hasta el más complejo, bajo la idea común del sacrificio.

Como bien apunta Calasso, “sacrificio” es una palabra que crea una incomodidad inmediata, a pesar de que muchos la usamos con desenvoltura a propósito de hechos psicológicos, económicos, bélicos, siempre vinculados a un sentimiento noble. Pero si se refiere a la modalidad ritual de lo que en el pasado fue llamado “sacrificio”, de inmediato se pasa a un movimiento de rechazo y, por definición, no se admite en la sociedad, considerándolo algo bárbaro, primitivo. Pero el sacrificio, como Calasso argumenta a lo largo de poco más de 500 páginas, permanece o quizá debería permanecer en la cultura. Porque se puede ignorar fácilmente el pensamiento mismo del sacrificio, pero el mundo, como expone el escritor, seguirá siendo “un inmenso taller sacrificial”. ¿Por qué? Porque “está fundado —en cada una de sus partes— sobre un intercambio de energía: de lo exterior hacia el interior y del interior hacia el exterior. Eso es lo que sucede para toda respiración. Igualmente para la alimentación y para las excreciones. Interpretar el intercambio fisiológico como sacrificio es el pasaje decisivo, del que todo lo demás depende. Es un pasaje que, reducido a su forma más elemental, implica solo que entre todo interior y todo exterior existe una relación, una comunicación que puede cargarse de sentido, y de los sentidos más diversos, hasta la exaltación híper significante del Veda”.

El ardor es una excursión fascinante, erudita, compleja y llena de matices en la que su autor condensa años de lectura minuciosa, contrastando fuentes, evocando otras mitologías, liturgias y saberes para someter al lector a un esfuerzo de comprensión con una voluntad de ligereza prosística que deslumbra por su precisión y hondura, y que refleja una capacidad de reflexión que une, conecta, vincula y es, a contracorriente de lo que prevalece, absolutamente analógica, aunque también sobrevuele lo convencional, lo sustitutivo y lo digital para esclarecer sus motivos.

La época a la que se remonta esta obra, que se define a sí misma como “comentario”, es la de una civilización en la que lo invisible prevalecía sobre lo visible, y de la que solo quedan los textos, el Veda, el Saber. “Los textos”, explica Calasso, “están engastados en momentos de complejas acciones rituales, que van de la doble libación, agnihotra, que el jefe de la familia debía cumplir solo, todos los días, durante casi toda la vida; hasta el sacrificio más imponente —el ‘sacrificio del caballo’ , asvamehda— que implica la participación de centenares y centenares de hombres y animales”. Era la época de los ritualistas. No había lugares sagrados de una vez para siempre, como los templos. “El lugar era la escena del sacrificio, que se escogía cada vez siguiendo criterios fijos. Era la región que hoy es la India, para cuyos habitantes la historia no era algo para preocuparse. “La cronología a la que se refieren los ritualistas es por lo general un tiempo de los dioses y de lo que sucede antes de los dioses” y solo en raras ocasiones se hace referencia a algo “arcaico”, por lo que se deja entender que se refiere al tiempo de los hombres.

A partir de este punto, Calasso se adentra y nos adentra en el corpus védico, un mundo autosuficiente y autosegregado, en el que los hombres estaban obsesionados con el rito y sus liturgias porque querían pensar y vivir en ciertos estados de la conciencia. “Querían pensar, y sobre todo: querían ser conscientes de pensar”. Y ¿pensar para qué? Para saber. Y para “saber”, es necesario, en el pensamiento védico, arder. “De otro modo todo conocimiento es ineficaz. Por eso es necesario practicar el ‘ardor’ ”. Se trata, en suma, de descubrir cómo está hecho el mundo, una visión cuya falta vuelve vano todo saber. Pero importante es también reconocer lo “ignoto”, que no es algo solo exterior a la mente, sino interior a ella y acaso aún más grande que lo ignoto que se abre en el exterior. El punto de llegada, precisa el escritor, es un sujeto dual, irreductible, desequilibrado (el individuo es un ser cualquiera de este mundo), intermitente (la percepción del sujeto dual no es un dato del que partir, sino una conquista, la más difícil, la más eficaz de las conquistas). “Indagando en el corazón, los poetas consiguieron descubrir mediante la reflexión el vínculo entre el ser y el no ser”, cita Calasso.

El escritor sabe que pisa en arenas movedizas, donde la historia oscila en siglos y donde otros perciben meses, donde los géneros literarios conviven en una maraña que, de modo magistral, funda la prosa. Y en su viaje, de la mano de estas escrituras sagradas, Calasso nos lleva al origen de todo, una acción que se cumple en cada mente, sea o no consciente de ello, porque la cosmología védica no es el relato canónico de los orígenes, sino un género literario que admite un número indefinido de variantes que convergen siempre en el mismo punto: el sacrificio, “la respiración de las cosmogonías múltiples”.

Calasso dedica un último comentario a la necesidad de volver la mirada al mundo que nos abren los textos védicos, o más bien esboza una crítica a lo que, desde Durkheim, puede llamarse la religión de la sociedad, “una totalidad secular cuajada de islas y franjas de religiones fundamentalistas” que adora a la sociedad misma como único interlocutor al que prodigar ofrendas. “Ofrendas que deben fortalecerlo y lustrar su brillo: en primer lugar, la publicidad, el haz ininterrumpido de imágenes que envuelve la epidermis del todo y se renueva sin tregua, único taller que no conoce pausa y cubre la totalidad del tiempo, como un sattra (rito)”. La paradoja que revela Calasso es que “la sociedad secularizada, en el momento en que se expande sobre el todo, asume aquellas características alucinatorias, fantasmagóricas y delirantes que Durkheim había identificado con el fenómeno religioso en general”.

Calasso se pregunta qué relevancia puede tener lo que se lee en el Veda, visto que no tiene ya ningún vínculo con lo que es la vida en la sociedad secular. Pero la mecánica cuántica tampoco corresponde de ningún modo a la vida corriente, argumenta enseguida, mientras que la física newtoniana “ha terminado por convertirse en el modelo mismo del sentido común”. ¿Por ello la mecánica cuántica es irrelevante, como se dice de los rituales védicos? “El Veda podría ser asimilable a una microfísica de la mente más que a otras categorías (pensamiento arcaico, mágico o salvaje, u otras fórmulas por el estilo, ya inertes)”, sugiere, pues “la tremenda vivacidad de esos textos, que no se sustentan en nada de la experiencia común, podría indicar que existe algo en lo que es donde todo sigue apareciendo como lo vieron los videntes védicos. O, por lo menos, a nada se parece tanto como a eso que los rsi nos han transmitido”.

Porque, en efecto, como recuerda Roberto Calasso en este hermoso libro, “los dioses viven todavía allí donde siempre han vivido. Sobre la tierra se han perdido ciertas señales que había en esos lugares. O no se sabe ya encontrarlas en viejas hojas abandonadas y dispersas. La vida, mientras tanto, procede como si nada pasara. Algunos piensan que esas hojas un día serán reencontradas. Otros, que no han tenido nunca un interés particular. Otros ignoran incluso que hayan existido nunca”.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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