Don Camilo, el tendero, le entregó el cambio. Sintió una presencia detrás y se volvió. No pudo evitar exclamar: “¡Quihúbolas, mi Márgaro: ora sí le madrugaste!” Margarito, apenado, inclinó la cabeza. “¿Lo de siempre, Márgaro?”, preguntó amable el tendero. Y antes que le respondieran ya tenía sobre el mostrador la pachita de Tonaya. Y una Coca de medio litro.
—¡Aguas, mi Márgaro, que con eso caga uno al estómago junto con el hígado!
—No me lo espantes, Satanás, que de por sí las ventas andan por los suelos…
—Pues igualito que los sueldos, don Camilo; nomás no la ve llegar uno.
—¿Pues desde cuando te volviste alcohólito del diablo, mi Satanás? Ya qué de tiempo que no te miraba —respondió el Márgaro al tiempo que depositaba unas monedas sobre el mostrador y dejaba la pachita de Tonayán en el bolsillo de su derruido saco.
—Toco madera, mi Márgaro: ya me voy a la chamba. Y en la tarde, al doble A.
—Bien por usted, mi Satanás: que bueno que se retiró de la banqueta, no todos nacieron para ella.
—Usted menos, mi Márgaro: ¿qué le pasó, si tiene buena chamba? ¿Ya no es burrócrata, mi buen?
—Tenía, dijo el otro, no todo es eterno: cuando el cambio de gobierno me tocó nuevo jefe. Llegaron con las garras bien afiladas, arrasaron con todos los puestos y pusieron a su gente. Puros incondicionales. Yo aguanté vara, lo más que pude, Y como no me podían correr porque, según yo, me protegía la ley, me echaron. No le hace que demandes, dijeron, pa´ cuando el tribunal resuelva ya no estaremos nosotros, así que te chingas.
—¿Los demandaste laboralmente?
—Pues yo de créido. Como no tenía cola que me pisaran, pensé que ganaría. Y mira: pura verrr… tebra me dieron. Todavía se dieron el lujo de acusarme de corrupto, de pedir moches.
—¿Y por qué tanta saña, mi Márgaro? Se hubiera puesto flojito y cooperando; si ya sabe que en este rancho grande: el que no transa, no avanza… ¿Qué no estaba usted en Adquisiciones?
—Por ahí empezó el pedo, mi Satanás. Ya sabe usted que, aunque del barrio, a uno le inculcaron que nada de que algo se me pegó entre las uñas y me lo traje. Pobres pero honrados. Si no aprendiste desde chavo, ya no puedes cambiar. No creo que sea ley eso que dice: “El que no transa, no avanza…” Conocí mucha gente y había de todo. Y gente honrada, aunque no lo crea. La neta es que nunca nadie me pidió que robara. Ni a mí se me antojó para mi beneficio. Con un buen sueldo, ni necesidad hay. Ora, ya si se trae la ambición, es otra cosa.
El Márgaro caminó unos pasos y Satanás fue con él, lo siguió hasta el baldío. Acomodaron varios ladrillos y sobre ellos se sentaron. Bebió media botella de Coca y repuso el contenido con Tonaya. Agitó brevemente la mezcla, la destapó y bebió, bebió. “Ahhh”, exclamó y colocó el tapón de nueva cuenta.
—Se ve que todavía disfruta, mi Márgaro —Satanás sintió que la boca se le hacía agua—. Yo ya no: me empinaba enterito el frasco y ¡cuaz!, azotaba la res. Me quedaba bien jetón. Llevo dos años fuera del agua y no se crea: se me antoja. Pero me aprieto aquellitos y aguanto, aguanto vara para no caer en tentación.
—Hace bien, mi Satanás. Conque no me quiera apadrinar, todos contentos. Cada quien su vicio. El suyo es no tenerlo, y yo respeto.
—¿Y por qué fue la bronca finalmente, si no había de qué lo acusaran, mi buen?
—Si no hay, le inventan: ya sabe. Me hicieron a un lado porque me negué a autorizar compras que no estuvieran debidamente documentadas. “Tú sabes cómo hacerle”, me decía el nuevo jefe. “Por eso”, le decía yo: “Porque sé cómo hacerle veo que todas estas compras están chuecas y de pilón con los costos inflados. No digo que sea culpa suya, veré con los proveedores y que me justifiquen toda la adquisición, y luego checo que todo esté debidamente en la bodega”. “No hallarás nada”, me la soltó el nuevo jefe: “Tú sabes cómo es esto. Nomás paga y ya. Son órdenes de mero arriba”.
Márgaro echó mano a la botella y dio un profundo sorbo. Satanás tragó saliva. Las manos le sudaban, cierta ansiedad comenzó a nacerle. Apretaba los puños y de nuevo tragaba saliva. Recordó lo cigarrillos recién adquiridos, abrió el paquete y ofreció. Vio los dedos de uñas largas y ennegrecidas alargarse y aceptar la oferta. Ofreció el fuego.
—Gracias, mi buen. Como le decía: “Si no ayudas, no estorbes”, me dijo el nuevo jefe. Pero yo era el único facultado para firmar de autorizado. En todo caso, a él le correspondía. Pero de wey se comprometía. Además, traía antecedentes. Le doraron la píldora a mi subdirector y lo habilitaron para firmar. Claro que corría riesgos, porque ante una auditoría saltaría él como usurpador de funciones, pero confiaba en hacerse de un billete y llegado el momento, a volar. No obstante, continué con mis labores… hasta que me suspendieron el telefóno, correo electrónico y equipo de cómputo. Luego decidieron suspenderme del cargo.
—Tuviste qué doblar las manitas, mi buen —exclamó nervioso Satanás.
—Amenazaron con sacarme de mi changarro por medio de los elementos de seguridad. Cuando al otro día me presenté, los policías me impidieron el acceso. Luego supe que a mi subdirector lo hospitalizaron: no aguantó la presión para que autorizara millonadas y salió infartado: de por sí le entraba con ganas al suadero y a las gorditas de chicharrón. Yo me decidí demandar por Despido Injustificado, pero pues el tribunal adivina de quién depende: no iban a fallar a mi favor; decidieron que no estoy despedido, sino suspendido. Y que así puedo pasarme la eternidad, según los abogánsters; que mejor negocie y que lo que me ofrezcan es bueno: “De lo perdido, lo que aparezca”, me dijeron y doblaron las manitas.
—Pués agárreles la palabra, mi Márgaro, ¿a poco piensa que les puede ganar? ¿Qué fue de la familia? ¿Por qué se tiró al descuido? Todavía está en edad de trabajar, de encontrar en qué ocuparse. Porque luego, para salir del hoyo, está cabrón. Rete cabrón. Se deja uno ir hasta’l fondo y el pedo es salir. Se lo digo yo, que vio cómo andaba. Suerte que me hallé un padrino que me llevó al doble A, que si no otro gallo me cantaba y no estaría aquí para contarlo…
—Como muchos mecsicans, no pierdo la fe, mi Satanás. Nomás estoy agarrando vuelo para entrarle de nuevo a los chingadazos. Mi doña se fue al otro lado, porque ya no la veíamos llegar con las deudas. Además, compas de la chamba llegaron a meterle que dizque yo tenía otros quereres. Supe que, mediante amenazas, el nuevo jefe los orilló. Cuando se lo proponen, te desgracian por todos lados mi Satanás. Pero no me quiebro, apenas me doblo.
El Márgaro bebió el sobrante del envase. “Qué, ¿se pone guapo con la otra pachita? Y un Jarrito de grosella, para variarle de sabor al chínguere, ¿cómo la ve?” Satanás meneó la cabeza. Recordó fugazmente sus andanzas, se levantó y fue a la vinatería. Don Camilo movió la cabeza; puso sobre el mostrador el Tonaya y la Coca.
–Que sea de grosella el chesco, para variarle de sabor a la vidorria, ¿cómo la ve? Póngale unos churrumaiz y unos cacahuates japoneses.
Retornó al baldío. Márgaro había colgado el pico. Virtió media botella de refresco en el envase de Coca, repuso el contenido con Tonaya. Meneó la mezcla, la tapó y colocó en el bolsillo del Márgaro, junto con los churrumaiz y los cacahuates. Llevó la diestra hasta su cabeza, le alborotó el grasiento cabello y se fue.
* Escritor. Cronista de "Neza".