Un giro inesperado puede convertirse en el impulso que transforma por completo una vida. Así lo experimentó Naylea Cavazos, una joven regiomontana que, tras años dedicada a la equitación, encontró en la fotografía una nueva forma de conectar consigo misma y con su entorno.
Hoy presenta en la Galería Querencia, ubicada en San Pedro Garza García, su exposición Un instante indómito, una muestra que reúne 13 imágenes tomadas en Islandia y acompañadas por poemas escritos por ella misma.
Hace dos años, durante una competencia de equitación, Naylea sufrió una fractura en el pie que la obligó a pausar su rutina y replantear su camino. Esa pausa, que en un inicio vivió con incertidumbre, se convirtió en la oportunidad que necesitaba para descubrir una vocación artística que siempre estuvo latente.
“Tuve que tener esta fractura para sentarme, pensar y descubrir este talento que tengo”, recuerda.
La recuperación coincidió con un intercambio académico en Nueva York, experiencia que describe como un proceso de madurez, independencia y crecimiento personal que le permitió ver su vida desde otra perspectiva.
En medio de esa transición decidió comprarse una cámara y comenzó a explorar la fotografía como un acto de contemplación. Sin prisas, aprendió a detenerse frente a los paisajes, a observar los detalles que muchas veces pasan desapercibidos y a traducir emociones en imágenes.
“La fotografía es un arte que no se ve a simple vista. Tienes que mirar con calma y entender qué te está diciendo ese árbol, esa cascada o ese caballo”, explica.
Ese acercamiento la llevó a emprender un viaje a Islandia, tierra que la impactó por su fuerza natural y sus espacios abiertos. Ahí capturó paisajes y animales que se convirtieron en el corazón de su obra actual. Para Naylea, una fotografía es la posibilidad de transformar lo efímero en algo eterno.
“Lo pasajero puede volverse eterno en una toma. Ese instante indomable queda congelado para que otros puedan contemplarlo”, comparte.
Entre las piezas más significativas de la exposición se encuentra Eco del silencio, un retrato de un caballo islandés que mira hacia un horizonte amplio y solitario. La imagen, cuenta, se convirtió en un espejo de su propio proceso emocional.
“Me identifiqué con él. Ambos estábamos solos, contemplando la inmensidad y entendiendo que hay muchos caminos por recorrer”, expresa.
Con sensibilidad y una mirada profunda, Naylea invita al espectador a detenerse y observar con otros ojos esos momentos que suelen escaparse entre la rutina. Su obra es un recordatorio de que incluso los tropiezos pueden abrir caminos inesperados y que, a veces, la pausa es el inicio de una transformación.
