La reflexión pasada se desarrolló en torno al trabajo coreográfico Un hombre solo, en el cual el bailarín planteó varias disertaciones en torno a la condición del hombre entendido como especie humana. A pesar de la universalidad de los planteamientos, en días recientes pensaba en la necesidad de evocar múltiples temas a reflexionar desde la perspectiva de las mujeres en tanto bailarinas y coreógrafas.
La presencia y los cuerpos femeninos en el universo de la danza es mayoritario: generalmente se entiende como un ámbito dominado por dicha presencia en la que los varones suelen verse feminizados, forzados a un estereotipo. Sin embargo, podemos decir que dicha presencia femenina se reduce al uso del cuerpo de la mujer como herramienta para el trabajo coreográfico allende el propio discurso de la bailarina y de su cuerpo mismo como mensaje. En muchos casos incluso es usado para reforzar estereotipos estéticos y deja de lado su potencial expresivo y comunicativo. Muchas veces educamos bailarinas para verse bonitas y no para expresarse y sentirse libres, para comunicarse a través de explorar las posibilidades de su cuerpo.
La relación de la danza con una estética muy concreta del cuerpo se da por sentada y en pocos espacios se discute y, menos aún, se cuestiona. No se trata de imponer una danza de cuerpos desentrenados, sino de pensar en qué medida la formación de los bailarines, y en especial de las bailarinas, se reduce a cumplir con estereotipos y se abandona la danza como arte con toda la integridad del concepto.
Pensar desde la danza el cuerpo de las mujeres, su integración en el espacio, la relación con otros cuerpos o los distintos modos de auto afirmarse como “mujer”, puede ser una puerta más para intervenir en las discusiones sobre el género más allá de los discursos demagógicos o las políticas públicas que pintando de rosa cubren la perspectiva de género. Propiciar trabajos que apunten en ese sentido es un reto para las mujeres que desde distintos estilos y modos de hacer danza podemos enriquecer con nuestra praxis creativa la reflexión sobre una ontología de lo femenino.
Las bailarinas y sus cuerpos intervienen los espacios y discursos con la radicalidad de ser lo que son: múltiples, diversas y expresivas. Danzar no solo para verse bellas, sino para sentirse libres.