La Bestia (disponible en MUBI) es rara en el mejor sentido. Y posmoderna en el peor. Pero es una joya tal vez justo por eso, porque abraza las referencias cruzadas del posmodernismo y porque su estructura parece caótica, pero no lo es. He aquí lo raro.

Bertrand Bonello, director de La Bestia, se basó en una novela corta de Henry James, pero aquí la historia no va de la ansiedad que impide quererse sino del amor mismo como una suerte de dios exterminador. En un futuro más o menos distante se conocen: él y ella. ¿Cuándo? No queda claro. Ni hay que saberlo, las actuaciones bastan para saber que el de los protagonistas es un deseo que trasciende las dimensiones humanas y ahonda en un tema profundo del misticismo oriental: el hilo rojo, esa unión que ata a los amantes desde la muerte. En la muerte. Hasta morir.
Hay, además, un toque de ciencia ficción que se resuelve bien desde el punto de vista del diseño de producción gracias a la fotografía de Josée Deshaies, quien puede iluminar con una vela o con luz natural. Y sí, es cierto que justo aquí entra lo peor del posmodernismo, a veces la imagen resulta un pastiche, pero es obvio que era ese justamente el deseo de Bonello. Llevar al público, como en Tiresia, del 2003, hasta el extremo del asiento, metiéndonos en una sombra de algo que nos trasciende, ese hilo rojo que va de la inundación de París en 1910 hasta la masacre de Isla Vista en el 2014 y pasa, claro, por un futuro salpicado de intrigas.
¿Quieres hacer el amor conmigo?, pregunta la inteligencia artificial. La protagonista responde: a veces das un poco de miedo, ¿sabes? Bonello y sus guionistas han producido un guion con diálogos que nos sitúan muy lejos de los lugares comunes de las comedias románticas y nos coloca más bien en las preocupaciones de nuestro tiempo. El futuro del mundo, el caos geopolítico, el cambio climático. A diferencia del cuento de Henry James, aquí no es él quien se distancia porque no puede reconocer el amor. Es ella, una mujer que estudia la música de Schönberg quien se resiste a dejar que un artificio dome sus sentimientos. Sean autodestructivos o no.
¿Qué está sintiendo la protagonista? Esto es lo mejor de la película. No lo sabemos. Y, sin embargo, estamos con ella, intuimos su frustración. Sabemos que tal vez se ha infectado en vidas pasadas de un modo que, dicen, tiene que ser purificado. ¿Y él? El final es abierto. Con un toque de Kafka y otro poco de 1984.
¿Qué papel juega la inteligencia artificial en el gobierno del mundo? ¿Qué separa a los amantes? ¿Por qué el amor es bestial? La actuación de Léa Seydoux y George MacKay está hecha de química y de arte. Tanto que uno se pregunta con toda honestidad por qué los amantes, a lo largo del tiempo y el espacio, en momentos clave, cuando el mundo está por vivir un cataclismo climático o geopolítico, se habla a veces en inglés y a veces en francés. Los actores consiguen dar verosimilitud a este guion fragmentado, a menudo difícil de digerir y que, sin embargo creo que necesitamos vivir.
Como una experiencia que trasciende todo lo que se puede escribir sobre una película que puede compararse, por sus temas, con Memoria de Apichatpong Weerasethakul (porque la protagonista tiene la inquietud de algo que la trasciende más allá de su experiencia vital) o con Wong Kar-wai en 2046, esa pasión que parece predestinada. La mejor de todas las películas que se tejen con esta cosmovisión del hilo rojo es, sin embargo, Dolls (disponible en Prime) dirigida por Takeshi Kitano.
La Bestia
Bertrand Bonello | Francia Canadá | 2023
AQ