Juan Gabriel Vázquez (Colombia, 1973) tardó más de 20 años en investigar y escribir la historia de Feliza Bursztyn, una mujer que “murió de tristeza”, según relató Gabriel García Márquez, su amigo y protector, quien estuvo con ella aquella fatídica noche de París en 1982.
La novela se llama Los nombres de Feliza (Alfaguara) y el autor habla con MILENIO sobre la vida de la polémica escultora (1933-1982) que fue olvidada por su país y que ahora revive gracias a este libro como lo que fue: una mujer brillante y talentosa.

¿Quién fue Feliza, lograste descubrirlo?
Una mujer que recibió constantemente los embates de la vida, pero al mismo tiempo era famosa por su carcajada. La contradicción entre su fama de extroversión, de alegría y el diagnóstico de Gabriel García Márquez de que “murió de tristeza” fueron los motores de la escritura y una de las razones por las que el personaje estuvo vivo en mi imaginación tantos años.
¿Se redescubre al personaje a partir de este libro?
Fue una gran figura hasta su muerte. Creo que después de su muerte pasó por un largo purgatorio en el cual el país cultural la olvidó, pero desde hace ya muchos años en el mundo de la cultura se le reconoce como un personaje de mucha importancia. Ahora, fuera del mundo del arte estaba completamente olvidada.
He conocido mucha gente en Colombia, culta e informada, que no sabía de su existencia y que esa figura de chatarra con la cual se cruzan todos los días en la carretera más transitada de Bogotá (la escultura Homenaje a Gandhi) es de Feliza Bursztyn. Entonces era una presencia en el mundo del arte pero fuera de él, un fantasma, una figura desconocida. A mí me da mucho gusto que este libro sirva para volverla a poner en la conversación.

¿De qué se nutre esta novela?
No es una biografía, es una novela sobre un personaje fascinante que escribí con libertad y que tiene límites, los que me impongo, que son los límites de lo que efectivamente sucedió. Pero lo que sí es libre es mi lectura, es el juego que el libro le plantea al lector: que siga a este narrador, que se llama Juan Gabriel Vázquez, en la investigación sobre el misterio de una mujer.
¿Lo consideras como el trabajo de un historiador?
Después de muchos años de escribir libros, comienzo a entender mi proceso (risas). Todos mis libros comienzan con un acto de periodismo, con un encuentro, con una persona y hay una entrevista. En este caso entrevisté a Pablo Leyva, el marido de Feliza. Después de esos comienzos periodísticos hay un trabajo de historiador porque mis novelas, con mucha frecuencia ocurren en parte en el pasado colombiano. Entonces, hay un trabajo de archivos y consigo imágenes donde trato de entender los momentos históricos que afectaron las vidas de estas personas. Y después de eso viene el novelista.

¿Encontraste lo que estabas buscando?
Sí, estaba perfectamente consciente de que, como novelista, me gusta explorar personajes que tienen en el fondo algo que no se resuelve. Es decir, siempre he creído que la novela es un espacio donde hacemos preguntas, no conseguimos respuestas. A mí me gusta que un personaje sea un misterio y que una novela ponga en escena una investigación.
Todos mis libros trabajan así y esta novela es una investigación de un escritor, que soy yo, en la vida de una mujer, esencialmente misteriosa. Para mí estos misterios tienen una respuesta o una solución tan ambigua y tan compleja que es el libro mismo; es la respuesta a esas preguntas y esas son las novelas que me gusta escribir. Investigaciones en las sombras, en los secretos, en los misterios de la condición humana que acaban confesando que no se puede llegar al final de ese misterio.

¿Cuál es la tarea del novelista?
Es contar algo que no haya podido contar el periodista y que no haya podido contar el historiador. Es decir, la tarea del novelista es contar el lado invisible de esos lados visibles. Leer e interpretar el mundo emocional y psicológico del personaje para darle un cierto orden a los hechos de su vida. Para que los hechos tengan un significado que no tenían por sí solos. Todo eso es el ejercicio de la ficción, pero antes ha venido el historiador y antes un periodista que investiga en la vida de alguien más.
¿Utilizas la ficción para contar lo que no puedes comprobar?
Lo que no se puede comprobar desde el periodismo ni de la historia es el material de un novelista. De otra manera, una novela queda redundante. Si una novela nos cuenta todo lo que podría contar, para mí la novela se vuelve redundante y es el mayor miedo que tengo. Para mí, el único mandamiento de una novela es no ser redundante, no contar lo que se puede contar de otro modo.
¿Qué tanto es ficción y realidad?
En la novela no hay hechos inventados. Todo lo que ocurre en el mundo físico de la novela sucedió en el mundo físico de la vida de Feliza Bursztyn y de su marido. El ejercicio de la ficción consistió en darle un orden a los hechos, imponer una cierta dramaturgia sobre los hechos de su vida y era meterme donde no puedo ir como reportero o como historiador, que era su cabeza. ¿Qué sentía o qué pensaba? Todo eso es el ejercicio de la ficción, una teoría que vengo sosteniendo desde que escribí el libro anterior.
Es que la ficción no es solamente inventar de la nada, sino también darle forma a una materia que ya está ahí, pero que no tiene forma. Y me gusta recordar que la raíz latina de la palabra fingir es de donde viene ficción, que quiere decir moldear, dar forma, hallar, esculpir, y es agarrar un pedazo de piedra que ya existe y sacar una figura de ahí.
¿Feliza fue una mujer que sufrió rechazo?
Sin que la novela quiera convertirse en una novela de mensaje ni en una reivindicación política, en el caso de Feliza es muy evidente que fue víctima o que sufrió la resistencia de un mundo artístico que era predominantemente masculino, que no se la tomaba en serio, no solo por ser mujer, sino por trabajar con materiales como la chatarra, los metales de desperdicio. Eso provocó el escepticismo e incluso un rechazo del mundo del arte colombiano que era predominantemente masculino y que veía en esta forma de trabajar algo poco femenino, poco sutil, poco elegante.
Entonces, la resistencia frente a un mundo que era sencillamente machista se convirtió en parte de su persona pública, no solo en parte de su poética, en la que también se rebela en sus obras, sino en parte del personaje que montó de sí misma.
Pablo, la pareja de Feliza, es un gran personaje.
El libro no existiría sin la cooperación de Pablo Leyva, que es un hombre de una memoria prodigiosa, pero que además la puso a disposición mía, que esto es lo excepcional. Para mí hay pocas cosas o pocas actitudes tan dignas de mi gratitud como eso: recordar dolores, pasados difíciles, cosas que Pablo había querido olvidar para que yo las escriba, para que les dé permanencia y las vuelva imposibles de olvidar. Un hombre que está recordando lo que antes había querido olvidar, para que yo lo escriba, me parece de una generosidad inmensa.
Gabo protege a Feliza cuando tiene que escapar de Colombia.
Son cómplices del mismo dolor, muy cómplices de solidaridades ideológicas. Él sale de Colombia antes que ella, por eso cuando ella es perseguida y el Ejército colombiano la arresta con cargos absurdos, inventados, y la tortura emocionalmente, la obliga también a tomar la decisión de irse. Él, desde luego, la recibe. Me gusta mucho que la reciba en México, que históricamente es un país de acogida de exiliados, desde la guerra civil española hasta las dictaduras del Cono Sur. Luego las expulsiones de cada país en los pequeños momentos del exilio. México ha sido un país de llegada y la relación con Colombia es muy especial.
¿Te enamoraste de ella como seguramente lo harán tus lectores?
Llegué a conocerla, en la investigación y en la escritura de la novela, sin duda mejor que mucha de la gente que la conoció en vida, y eso es un proceso un poco espeluznante porque acabas enamorándote del personaje. Al mismo tiempo, es una mujer tremendamente compleja, contradictoria, problemática que en realidad nunca llegas a conocer. Fue una mujer tremendamente compleja, pero creo que queda claro en la novela que mi contacto con ella ha acabado en una relación muy íntima y muy privilegiada con el fantasma de Feliza Bursztyn.
¿Descubriste por qué Feliza Bursztyn murió de tristeza?
Descubrí la profunda ambigüedad de su vida. El escritor Javier Cercas tiene una teoría sobre ciertas novelas, que son novelas del punto ciego, cuyo centro tiene una pregunta que no se contesta y en eso consiste Los nombres de Feliza. ¿Murió de tristeza? La novela es el camino y la única manera de conocer la respuesta.
jk