Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) fue la niña "rara" del colegio y sufrió abuso escolar por ser diferente a ellos, por eso se refugió en los libros, en las bibliotecas y en sus sueños. Antes de publicar el best seller El infinito en un junco, la escritora pensó que a nadie le interesaría lo que escribía, pero su libro vendió más de un millón de copias y la convirtió en una figura de la literatura y en una guía para la “tribu del junco”.
La columnista de MILENIO recibió hace unos días el Premio Nuevo León Alfonso Reyes, motivo por el que charló sobre sus inicios cuando nadie la leía, su vida, retos y su próxima aventura literaria.
Me consideraban la nerd del salón; sufrí acoso escolar, pues mis compañeros no lo entendían. Estaba acostumbrada a ser la que no encaja. Solo con El infinito en un junco he sentido que formo parte de una comunidad, una tribu, como les llamó cariñosamente, y me di cuenta de que los raros somos multitud y solo necesitamos encontrarnos para reconocernos y darnos cobijo.
¿Esto te obligó a refugiarte en los libros?
El origen fue la curiosidad, el afán de saber, no quería ser la mejor de la clase. Yo tenía un caudal de curiosidad, pero era incomprendido; ese ingrediente me aisló. Sin grandes amistades en la escuela e hija única, mi espacio de emociones y descubrimientos eran los libros, fueron mi pandilla de amigos durante esos años; me recogieron, me abrieron los brazos y las páginas y me sentía comprendida. En los libros de aventuras, en la literatura infantil y juvenil, era mi mundo y, en cambio, el mundo de la escuela era hostil; por eso estoy agradecida a los libros. En los momentos más duros de mi vida han sido mis compañeros y han ahuyentado la soledad y me sentía comprendida.
Pienso que eso ha provocado tu libro en miles de lectores.
Muchas personas en momentos difíciles han encontrado que los libros o el arte en general les han dado fuerzas para seguir adelante. El infinito en un junco es un canto a eso. Creo que Alfonso Reyes lo sentía así y lo defendería de esa manera, esa estancia interior que crea la literatura y nos protege.
Esa niña que se refugiaba en los libros, ahora es muy famosa.
Haber pasado esa infancia me acostumbró a no buscar la aprobación de los demás. Me acostumbré a seguir mi convicción y no buscar validación externa, lo cual puede ser una forma de libertad o de rebeldía. Me identifico con Rosario Castellanos y su ensayo Mujer que sabe latín. Yo estudié latín griego y mi abuela me decía: “Mujer que sabe latín no encuentra marido y tiene mal fin” (risas). Muchas veces a las mujeres se les ha tratado de alejar del mundo del saber, del conocimiento, del estudio; lo que yo busco en mi libro son las huellas de mujeres que rompieron esquemas desde la antigüedad. Descubrí que la primera persona que firma un texto literario fue una mujer. Rescatar esos ejemplos anima a las niñas a desafiar lo que les dicen que es correcto.
¿Quieres impulsarlas, motivarlas?
Lo intento, y también a los niños. Es bueno que tengan la herencia completa. En mi libro, son historias de aventuras, de seres apasionados por la palabra, la invención y los descubrimientos. Allí nos podemos reconocer todos. Hay algo profundamente humano: el afán de descubrir, de aprender, de ir más lejos, de contar tu propia historia con tu propia voz.
¿Cómo descubres la magia de la lectura?
Me intrigaba ver el mundo desde la cabeza de otras personas. Leer libros es lo más cercano a estar dentro de la mente de otra persona, y ver el mundo a través de sus ojos, de su piel, anhelos, deseos, ambiciones; eso ayuda a entender a los demás. Los libros son como una máquina del tiempo, la invitación a hablar con los muertos, con los ausentes, y es una celebración de que no hay límites, porque muchas vidas se añaden a la nuestra, son como un torrente que desemboca en el río de nuestra vida y que nos trae aguas nuevas.
¿De qué manera has vivido esta aventura del éxito?
Todavía siento incredulidad y un cambio súbito de mi vida que no acabo de asimilar completamente. Creía que El infinito en un junco no interesaría más que a un puñadito de lectores. Ha sido una sorpresa encontrar que la comunidad del junco existía, para que saliera a la superficie, y ha sido un regalo maravilloso cuando creía que tendría que abandonar mi esperanza de ser escritora profesional.
¿Temiste que el libro no funcionara al publicarse muy cerca de la pandemia?
Sorprendentemente, el libro despegó en pleno confinamiento. Pensábamos que la pandemia era una condena para el libro, pero ha sido ir de sorpresa en sorpresa, cuando el libro asomo la cabeza y los lectores comenzaron a adoptarlo y no sabía explicar la receta (risas).
¿Cuál era tu sueño?
Publiqué este libro con muy bajas expectativas. Es lo sensato, pues la mayoría de los libros no consiguen destacar. La sorpresa llegó paulatinamente cuando el libro empezó a sumar lectores y a ser recomendado.
Dices que el ensayo en lengua española ha estado al este del Edén. ¿Por qué?
El ensayo siempre está muy vivo. Hemos tenido grandes pensadores, el problema es que no han recibido la atención internacional que merecen. Desde Sor Juana, Alfonso Reyes, Octavio Paz o Juan Villoro, se escriben grandes ensayos; el pensamiento es vital. El problema es que es un género de poder; se mira el mundo, se habla de ideas, de política, pero ha sido monopolizado por las grandes potencias. El ensayo en español tiene un trato injusto y espero que lo reivindiquemos con un gran orgullo.
¿Qué mensaje querías transmitir en El infinito en un junco?
Intentaba contar que, más allá de aventureros o héroes tradicionales, existe otro heroísmo más humano, más a ras de tierra. El de las personas que enseñan, protegen la cultura, los libros, la creatividad: las bibliotecarias, los editores, traductores, viajeros que buscan conocer el mundo. También los científicos, hombres y mujeres. Todos ellos, la mayor parte son héroes anónimos, sobre todo las personas que se dedican a la educación.
Tus abuelos fueron maestros rurales…
Siempre he pensado que ese trabajo es el más valioso del mundo. Recuerdo a mis abuelos: enseñar a los niños en el mundo rural, a pesar del frío y el hambre. Ese sacrificio por la enseñanza sucede todos los días, gente que va a lugares difíciles para llevar el conocimiento y dar oportunidades. Me parece una de las formas máximas de heroísmo.
¿Por eso te gusta charlar y convivir con los jóvenes?
Es cuando me siento en contacto con mis abuelos y estoy agradecida porque la universidad me ha cambiado la vida. El infinito en un junco es una reescritura de investigaciones que hice en la universidad. En el premio Alfonso Reyes me gustó el contacto con la gente; visitar las universidades le da una dimensión enriquecedora al viaje.
¿Qué papel juegan las escuelas en la formación de lectores?
Lo deseable es que la lectura se aprenda en casa, que vean que las personas mayores dediquen tiempo a leer, que no les ordenen leer. Pero la gran oportunidad para todos es la escuela. Sería deseable que la biblioteca fuera un corazón que bombea, donde se celebren actividades y se transmita la alegría de la lectura como descubrimiento y viaje mental.
¿Cuál es su mito griego favorito?
Dionisio está asociado al teatro, la creatividad y el éxtasis. Es un dios inquietante, de la pérdida de control; es interesante cómo en el mundo griego había un lado de irracionalidad, de pasión desatada. Los políticos antiguos siempre pensaban en cómo controlar a los dionisíacos que se descontrolaban. Es muy actual, sentimos que nuestras vidas están muy controladas, vigiladas por las pantallas y tenemos ganas de escapar, de rebelarnos.
¿Cómo ve el mundo Irene Vallejo?
Estamos en un momento de turbulencias. Recibimos una catarata de estímulos a través de internet que nos zarandean, nos hacen sentir ansiedad y nos impiden pensar con claridad. Necesitamos silencio y calma para distinguir lo importante. La comunicación se está volviendo más agresiva; se busca el conflicto y la polarización en las redes sociales. Hay que hacer un esfuerzo por la serenidad, la atención a los demás, los libros y los proyectos colectivos. El camino para resolver los conflictos del presente es reparar y sanar las comunidades.
¿Has sacrificado algo en tu carrera?
Todo lo que ha pasado ha sido un desbarajuste precioso, con enormes oportunidades y un ritmo frenético. En la vida todo tiene un precio. Lo asumo feliz, es un enorme privilegio comparado con la época en la que publicaba libros en los que nadie me leía. Es difícil mantener el equilibrio entre la vida familiar y este trabajo que tanto absorbe y este mundo en el que estamos viviendo. Esa es la lucha cotidiana de muchas personas, el lugar que ocupa el trabajo en nuestras vidas, la dificultad de abrir espacios para los afectos, para el descanso, para el cuidado; creo que es el gran dilema que estamos viviendo, cómo encontrar esos equilibrios y qué difícil es a veces la lucha por la supervivencia, y es donde yo creo que está el tema sobre el que debemos pensar.
¿Cuál es tu próxima aventura literaria?
La vida es siempre una suma de muchas aventuras; la maternidad, las amistades, la familia o la relación de pareja. Estoy trabajando en mi siguiente proyecto, ya me lo pide el cuerpo. En enero iré a la Feria del Libro de El Cairo y a la Biblioteca de Alejandría, donde todo empezó, para ponerle el broche simbólicamente y ya dedicarme a la escritura del siguiente libro, que va a tener mucho que ver con los temas de esta conversación y con la cuestión de los cuidados. Mi experiencia con mi hijo, que ha tenido problemas de salud, me hace sensible. Pero los cuidados están en todas partes. Todos hemos sobrevivido gracias a los cuidados de otros. En una sociedad que envejece y se van a necesitar más. Es un concepto que lo atraviesa todo, incluso el cuidado del medioambiente, y es un concepto que tiene muchos ecos y reverberaciones.
jk