Su mirada se dirige a los hallazgos que subyacen tras las lecturas convencionales de autores conónicos como Juan Rulfo, Elena Garro, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska, o bien hacia el deslumbramiento de autores menos frecuentados como Nellie Campobello, Esther Seligson, José de la Colina, Verónica Murguía. Lo primero que se agradece es el ritmo de sus exposiciones y la narrativa de su discurso. Geney Beltrán no renuncia a su voluntad como narrador, se interesa por las historias que bordean los textos, por la anécdota intrínseca a los relatos que abre una ventana para su análisis o por la biografía que incide en la concepción de un lenguaje o en la prefiguración de un destino literario. Son, por lo tanto, “los ensayos críticos de un cuentista” que más allá de la disección técnica buscan esclarecer los rasgos de una identidad literaria, construida a partir de la confirmación de cierto parentesco narrativo que no excluye la refutación, el rechazo ni el distanciamiento. Por esta razón, no se trata de un concilio de afinidades ni “el listado canónico e irrevocable” del cuento mexicano.
Geney Beltrán Félix comparte su asombro ante las más ricas minucias que los textos abordados resguardan: ya bien la palabra que determina la perspectiva de un autor como en el caso de Rulfo, la cuidadosa imposición de un ritmo en Daniel Sada o la complejidad metafórica de Ámparo Dávila o Esther Seligson que nos enfrenta a sus laberintos internos; pero también señala los espasmos de su desaliento frente a lo reiterativo, artificioso e impostado. Su lectura es frontal (“si un problema hay en la ficción de Fuentes es su debilidad ante la relectura”) y coherente con “el temperamento de la época desde la que se lee” (“García Ponce omite a grandes franjas de la población varonil de la sociedad y se enfoca en un tipo reiterado, el de la clase media alta domada por la cultura pero obediente a los impulsos de un deseo que pretende el dominio absoluto de la otredad”).
El ensayista se decanta por una literatura que atraviese la complejidad de nuestros desacomodos sociales y de nuestras máscaras intersubjetivas, ya sea desde el más fervoroso realismo que desde lo fantástico o siniestro. En cambio, cuestiona la experimentación formal que se ensimisma “en aras de una visión estetizante de lo literario, exclusivamente virada a los requerimientos de la creación” y la mistificación idealizada de lo histórico. Si bien los asombros confirman la determinación narrativa de los autores analizados, los desalientos permiten a su vez desmitificarlos. La postura de Geney Beltrán Félix como crítico, y muy probablemente como cuentísta, es clara: “leo buscando en la ficción un diálogo crítico y vehemente con el mundo, una posibilidad de la palabra escrita en que se cuestionen las raíces de lo real”.