En tu libro de cuentos Pero yo aquí nací afirma el narrador: “Ese lugar es irreal, ¿me entiende?” ¿Fue el mundo de la República Democrática de Alemania “irreal”? Cuando uno vuelve a ver ese pasado, ¿qué forma tiene?
Es difícil contarlo, es difícil explicarlo ahora. Era un sistema de control paranoide, limitado por medio del Muro. El mundo era muy pequeño. No había nada más. Uno crecía y no podía salir. Incluso de niño tenías que reflexionar: “¿Qué digo ahora?” “¿Puedo decir esto?” “Mejor no digas lo que piensas”. “Tampoco digas lo que quieren escuchar”. Esas cosas eran en verdad surreales. Pero entonces era normal, era como era. Actualmente tengo dos hijos, y si quiero contarles cómo fue ese mundo, no sé cómo hacerlo, pues me parece las dos cosas: surreal e irreal.
¿Es todavía válido hablar de alemanes del este y del oeste (Osis y Wesis)? En ese sentido, ¿te parece que existe una separación entre literatura del este y del oeste?
No me gusta nada eso de este y oeste; tampoco clasificar a mexicanos y holandeses. Ya tengo suficiente de fronteras, de que me pongan límites. No me parece interesante. Por supuesto, narro sobre la RDA, porque es algo que viví, es mi propia experiencia. Para mí, hay buena y mala literatura; y no literatura del este y del oeste. Hay tal vez generaciones.
Si existiera una literatura “báltica”, ¿qué características tendría?
Buena pregunta, pero tal vez debería dejarla pasar. Desde luego, conozco a algunos escritores suecos, finlandeses, daneses; de escritores letones y lituanos creo que aún no he leído nada. En Alemania hay algunos que son muy buenos: Günter Grass, Uwe Johnson. Para mi libro de cuentos En otro mundo, viajé a Finlandia, Letonia, Suecia y también por Alemania; era la primera vez que viajaba por el Mar del Este. Lo cual me parecía algo raro porque me hubiera gustado hacerlo hace más de 20 años, cuando cayó el Muro de Berlín. Pero no lo hice. Tal vez lo raro es mi familiaridad con esos paisajes y sus construcciones rojas con blanco. Hay muchas por todas partes, casi se acercan al cliché, y por eso se tiene que ser muy cuidadoso. Pero me siento envuelto por el paisaje, me siento como en casa. Y tal vez la literatura báltica sea algo contrario al realismo mágico.
Y tu literatura siempre es tan báltica, tan gris. En esos paisajes se refleja una especie de aislamiento. ¿Te parece que el aislamiento de tus personajes tiene que ver también con su pasado, con la historia de Alemania?
Hay una relación. Tal vez hay que tener cuidado con los clichés. Sin embargo, es así. Cuando uno viaja a Finlandia (estuve un invierno en Laponia), no se entiende cómo se puede vivir ahí, por lo menos yo no lo entiendo. Es tan frío y tan oscuro en invierno, 20 horas de oscuridad y solo cuatro horas de un poco de claridad. Y también en verano es terrible, 20 horas de claridad y solo cuatro de oscuridad. Las personas viven la situación extrema de que en verano quieren hacer todo lo que dejaron de hacer en invierno. Sin embargo, en Finlandia ves a muchos jóvenes para quienes vivir así es normal. Entonces piensas: “Están en la Unión Europea, pueden vivir donde quieran, en Roma, en Barcelona”. Pero no, prefieren vivir ahí. En el norte de Alemania también es así. El aislamiento puede deberse en parte al paisaje, pero claro, también a nuestra historia, esa historia de la Segunda Guerra Mundial que comenzamos y perdimos. Ahora jugamos un papel importante en Europa. Y hasta hoy eso se puede sentir.
Se dice que el viaje puede tener una forma circular o puede ser eterno. ¿Cuál es el viaje que eliges?
Los dos. Aquí en México, hace un par de días pensaba sobre esto, porque me gusta mucho viajar, pero también me gusta regresar a casa. Y las dos cosas me parecen igualmente importantes. Necesito un lugar donde me sienta como en casa. Por ahora, ese lugar es Berlín. Me encanta poder viajar, a México o a cualquier lugar; entre más lejos y más extraño sea, mejor. Es bonito, pero siempre tengo que ir y venir.
Los personajes principales de Zanzíbar o la última razón intentan salvar la escultura Monjes leyendo, de Ernst Barlach. Y en tu literatura son muy importantes los oyentes en representación de los lectores. ¿Qué tipo de lectores salvarías con tus historias?¿Qué debemos hacer nosotros, tus lectores mexicanos, con esas historias grises y extraordinarias?
Leerlas, claro, como se leen los cuentos de El llano en llamas de Juan Rulfo. Creo que para mí es lo mismo que para ustedes. Para mí es igual de importante. No sé nada de ese México que describe, de hace más de cincuenta años, y sin embargo entiendo mucho de México. No sabía qué significaba “llano”, y pensé en un lugar real, en un determinado valle. Me gusta que los lectores se entretengan hablando de las historias, que hagan lo que quieran con ellas.
¿Y el lector del convento?
En mi historia sería como el hombre viejo junto al que será padre en la historia de “En otro mundo”, relato que pusieron hasta el final del libro. A mí me hubiera gustado más la historia finlandesa, “A contraluz”. En Alemania realicé una lectura de las dos; primero “A contraluz” y después “En otro mundo”. Al terminar de leer la historia finlandesa la gente estaba como muerta; el público no decía nada. Podías escuchar caer una aguja. Y con “En otro mundo” fue como si volvieran a la vida. La historia de los dos hermanos es difícil; y esa muerte terrible. En realidad, no son historias políticas, lo cual también me parece importante señalar. Quiero escribir sobre política y quiero contar historias.
La situación política está en la atmósfera, en las propias historias de los personajes. La vida casi siempre es política.
La historia no se ha ido. El Tercer Reich terminó en mayo de 1945, pero en el interior de las personas permaneció y hasta la fecha se puede sentir. También la RDA continuó, como por ejemplo en esa familia del cuento “El estado de las cosas”. Desde luego que la RDA pertenece al pasado, pero en determinados puntos continúa.
En cierta manera, esa historia te alcanza.
No, no, más bien se puede aprender a tratar con esa historia, y uno tiene que hacerlo, uno tiene que ocuparse de eso. No puedes dejarla ir.
¿Qué imagen de México tenías antes de tu viaje? ¿Ya encontraste aquí en Guadalajara la cantina La Bodega, que aparece en tu cuento “Pero yo aquí nací”?
La Bodega existía de verdad. Tenía dos imágenes de México. La que aparece en los medios, en la televisión, en el periódico, siempre de violencia y drogas. Lo de la frontera México-Estados Unidos. Un poco de literatura y películas. También está mi propia experiencia del 2008, y el viaje al sur, que fue extremadamente bello, cuatro o cinco semanas en las que los mexicanos fueron muy amables y amigables. Algo importante fue que desde entonces mi esposa y yo ya no vestimos ropa negra. Al principio piensas, es una locura, todo es tan colorido, qué raro, todas las casas son rojas o azules o grises. Después de dos semanas te parece de lo más normal. Y cuando regresas a Alemania extrañas los colores. Eso me gustó mucho de México y me dio alegría regresar… Para mí, México son los colores. Claro, sé que existen estos problemas de violencia y drogas, pero he conocido otro México.