Mientras hago anotaciones y un prólogo a un poema de Victor Hugo —“Réponse a un acte d'accusation” de Las contemplaciones, un poema largo, difuso, disparejo y magnífico: un “acte d’accusación” es una demanda judicial; Victor Hugo escribió el poema para defenderse de una pacatería: que con su vulgaridad habría destruido la lengua y la decencia— me asalta una incomodidad: ese poema, bravata estupenda, es el desafío a quienes quieren controlar el habla y conservarla intacta, decente, limpia de groserías o, peor, virgen frente a lo abrupto del habla cotidiana y la verdad: “Y entonces yo soy el ogro.../ en este caos del siglo en que su corazón se estrecha,/ pisé el buen gusto... con mis horrendos pies”.
El malestar viene de las noticias que voy hallando hoy, que a la vez confirman y refutan a Hugo. Parece que las palabras son lo único que cuenta. No es jactancia teórica sino lo contrario. Resulta que hoy pueden brotar cadáveres por cientos, como en un poltergeist y no pasa nada; pueden desaparecer 43 personas y no pasa nada; cundir el crimen y no pasa nada. Lo único que parece tener consecuencias jurídicas es el uso de la palabra, dicha o escrita. Y ni siquiera porque alguien mienta o esparza demagogia. El discurso de las clases políticas hace tiempo perdió todo valor. Es en otro ámbito del habla, donde las palabras sí cuentan y dicen, que ahora resultan punibles la verdad y la opinión. Quien diga la verdad puede acabar en tribunales, sobajado por querellantes y susceptibilidades que andan estrenando poderes de nuevos modos.
Pienso en las ridículas ordalías con que se ha querido someter a Sergio Aguayo (llevado a tribunales por ese lábaro de la honestidad, llamado Humberto Moreira) y a Guillermo Sheridan (léase “Crónica de una demanda sufrida”, en el sitio www.juristasunam.com, para ver de qué se trata la ecuanimidad: Sheridan convoca a la discusión inteligente).
¿De verdad en este país el único procedimiento jurídico que avanza es el de unos ciudadanos en contra de otros, por opiniones o modos del habla? De pronto, recuerdo al lépero de Bill Maher que decía a los que se asustan con las palabras: “es hora de que dejen de preocuparse por la virginidad de sus orejas y caigan en cuenta de que los están jodiendo por el culo”. También creo que Victor Hugo hizo lo correcto: “Hice una tempestad en el fondo del tintero, y mezclé, entre las sombras agobiadas, al pueblo negro de las palabras con el enjambre blanco de las ideas... Nombré al cerdo por su nombre, ¿por qué no?”.