Disco de la semana: 'Comala', de Jorge Reyes

Un disco oscuro, denso y ominoso de uno de los ex líderes de la banda ochentera Chac Mool, que emana un fuerte olor a muerte, a tierra y a cempasúchil.

En la escena del rock progresivo mexicano, una banda formada en 1979 destacó por la integración de una narrativa compleja, instrumentación clásica mezclada con sonidos propios del rock y la incursión de elementos sonoros de origen prehispánico. Dicha banda se llamó Chac Mool, y uno de sus líderes y fundadores, al desintegrarse la banda en 1985, es el músico que nos ocupa en esta ocasión.

Jorge Reyes nació en Uruapán, Michoacán, en 1952 y murió en su estudio de la Ciudad de México en 2009. Entre sus estudios musicales se contaba la flauta transversa en México; instrucción clásica, electrónica y de jazz en Alemania; y, también, estudios en música tradicional hindú y tibetana en la ciudad india de Dharamsala. Todo este bagaje sonoro permea en la carrera solista de Reyes, que da inicio con el álbum A la izquierda del colibrí (1985), en el que colabora el también multi intrumentalista Antonio Zepeda.

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[OBJECT]La música de Jorge Reyes saltaba al oído por la inusitada fusión de sintetizadores, secuenciadores y cajas de ritmos, propios de la música electrónica, con flautas, quenas, chirimías, teponaztles, sonajas y cascabeles de origen prehispánico. Esta “etno-fusión” —como se le calificó en su tiempo— incorporaba también instrumentos exóticos como el didgeridoo, un larguísimo instrumento australiano de viento —cuya ejecución exigía de la respiración circular que había desarrollado Reyes—, y la percusión con el propio cuerpo que era uno de los sellos del músico michoacano que cada Día de Muertos brindaba conciertos memorables en el Espacio Escultórico de CU.

Comala es, para muchos —y me incluyo— el pináculo de la obra solista de Reyes. La obvia referencia al mundo literario de Juan Rulfo y de su novela Pedro Páramo se traducen en un universo sonoro oscuro, denso, ominoso y con un fuerte olor a muerte, a tierra, a cempasúchil y a espíritus que rondan a los vivos por la noches. La pieza que abre y da nombre al álbum es una prolongada composición que remite a una región “donde el tiempo no respira”. Las atmósferas cargadas que aporta el sintetizador interactúan con voces sampleadas que, literalmente, parecen venir de ultratumba; al final, la pieza se desliza en un final percusivo capaz de dejar al escucha “muerto” en su asiento —una imagen que remite a la muerte del propio Reyes.

Este disco es ideal para conocer un interesante y complejo “lado oscuro” del rock mexicano. Algunos pensarán que también sirve para invocar a los muertos. Quién sabe: eso habría que preguntárselo a Reyes, quien ya pasea por “el otro barrio”. Para averiguarlo, te invito que escuches esta obra cuando estés solo en tu casa y con las luces apagadas. A ver qué pasa…


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