De cíclopes y argivos

Bichos y parientes

Mientras Odiseo se halla perdido por “el ombligo del mar”, en su casa las cosas van de la patada: un montón de argivos greñudos se ha aposentado en su palacio y, sin producir nada, lo consume todo. Ante la injusticia, Atenea decide que las cosas han de resolverse como ella sabe: de modo racional, deliberando sensatamente. A fin de cuentas, ella regaló a los hombres el complemento que cerraba la pinza de las democracias. Por un lado existía ya, entre varones, la capacidad de decidir sobre conveniencias públicas, en asambleas donde todos tenían la obligación de escuchar y hablar, antes de decidir. Atenea los complementó con el modo jurídico: el juicio entre pares, con iguales derechos. Isegoría e isonomía, las llamaban: igual facultad para el habla y frente a la justicia.

Homero describe a los cíclopes del Canto IX como seres salvajes, sin ley ni prójimo porque no cultivan la tierra, ni los rebaños ni la conversación; no temen a los dioses y mucho menos tienen “asambleas deliberativas”. No cultivan nada, ni producen nada. Y sin una cultura, las formas políticas y jurídicas carecen de lugar, tiempo y modo. Son bestias criminales y despóticas.

Odiseo sortea al atroz Polifemo, pero en su casa, las clases políticas —llamémoslas así, porque eso eran— se han encargado de depredar su patrimonio. Atenea, decíamos, decide intervenir e imbuye en Telémaco, hijo y heredero de Odiseo, la idea de convocar a una asamblea que delibere con justicia. Quiere razonar con los gorrones, pero termina huyendo de su propia casa. Los parásitos resultaron más peligrosos que los cíclopes. Quizá menos violentos, pero su depredación no halla freno sino cuando vuelve Odiseo y actúa como cíclope contra la clase política de los argivos.

Es verdad que las asambleas políticas son una lata. Esquilo se burla de ellas (mientras Clitemnestra asesina a Agamenón, los argivos escuchan los gritos y, en vez de actuar, pierden el tiempo formando y disolviendo grupos que exigen nuevas asambleas para debatir el asunto), Sócrates las desprecia, Platón las considera primitivas y confusas y Aristóteles las mira con algo peor que recelo.

Y es verdad: las formas políticas, las democracias, no son nada sencillas de mantener. Su descripción es simplísima, pero su funcionamiento es un enojoso engorro que nunca queda estable. Como trastos, o como la cama, que requieren aseo y arreglo diario, y diario dan flojera. Maldita democracia. Pero su descuido convierte a los conciudadanos en siervos de sus parásitos y víctimas de sus criminales.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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