La historia popular de la ciencia se solaza enumerando (y exagerando) la cantidad de descubrimientos e inventos casuales y el papel de lo inesperado en su evolución. Se dice que la suerte también desempeña una tarea fundamental dentro de la creatividad artística y literaria. Puede ser: el prodigio del arte transcurre entre la planeación racional y la intuición genial, entre el esfuerzo sostenido y la espontaneidad festiva, entre la necesidad y la contingencia, entre la voluntad y la chiripa. En la escritura literaria, el azar creativo, la llamada serendipia, se manifiesta de muchas maneras: en esa palabra transcrita con una errata que afortunadamente mejora la originalidad del verso; en el eco retenido de la estrofa de una canción popular que inesperadamente resuelve el poema largamente rumiado; en ese personaje secundario de un narrador que va creciendo hasta opacar a los más estelares (y convencionales); en ese razonamiento incidental que se va volviendo esencial en un ensayo. Las fuentes del azar creativo también son variadas: el entresueño durante la siesta, la observación durante el paseo, la conversación distraída con un interlocutor aburrido. La conocida leyenda romántica reza que Coleridge recibió la instrucción para su Kubla Khan de un sueño de opio. Pero no solo hay azares en la génesis creativa, sino rutas aleatorias y misteriosas mediante las cuales la obra trastorna las expectativas de su autor: Montaigne crea un género nuevo narrando coloquialmente sus meros pareceres; mientras que Cervantes apenas alcanza a vislumbrar que su divertimento con el enajenado lector de caballerías será la única obra suya que logrará plena posteridad.
Para esperar al azar hay que salir momentáneamente del círculo metódico de la creación y dejarse recrear por el ocio o dejarse irrumpir por la sorpresa. Sin embargo, el accidente se corrompe cuando se quiere convertir en un medio infalible de creatividad al instante. La hechura artística no puede descansar solo en la improvisación y la invocación de la suerte, pues se requiere de una mínima hoja de navegación, aunque también debe disponerse de la apertura para recibir, asimilar o, incluso, imponer el accidente dentro de cualquier plan previamente trazado. El accidente, entonces, no es tan accidental y hay que esperarlo con el overol bien puesto, ya que lo más frecuente es que surja después de mucho acarreo de materiales y de una larga incubación. Así, el azar creativo solo se produce cuando hay un trabajo anterior suficiente y cuando la casualidad acogida transforma fecundamente el sistema. El azar en parte reside en el autor, pero también lo rebasa, y el artista, en la búsqueda deliberada de un rumbo estético, está sujeto a una indeterminación que lo puede llevar a cambiar radicalmente sus medios y resultados. De modo que sí, a veces, el azar extrae a las obras de la hegemonía de la voluntad del autor y les brinda un principio de incertidumbre rayano en el milagro.