El Hospicio Cabañas es “una obra protagónica de la historia de Guadalajara, afirma el sacerdote Tomás de Híjar Ornelas. En entrevista para MILENIO, afirma que fue posible gracias a “un proyecto que durante 20 años alentó y sostuvo el obispo Antonio Alcalde. Hay un trazo de medio siglo entre la labor pastoral de Alcalde, que comenzó en 1771, y la de su sucesor, Juan Cruz Ruiz de Cabañas, que concluyó en 1824.”
Cronista de la Arquidiócesis de Guadalajara, Híjar Ornelas es autor del texto “Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo antes de ser obispo”, incluido en el número más reciente de Artes de México, dedicado al monumental edificio que es parte del Patrimonio de la Humanidad desde 1997.
La publicación recoge textos de Alfonso Alfaro, Juan Palomar, Juan José Doñán y María Pilar Gutiérrez Lorenzo, especialistas en diversas disciplinas que abordan la historia del edificio y de su impulsor, sus características arquitectónicas, el entorno urbano, la vida social y hasta el valor de su archivo documental.
Margarita de Orellana, codirectora general de Artes de México, afirma en la introducción que todos “transmiten un interés común: no olvidar, detener el tiempo y reflexionar sobre el máximo de significados que un edificio y una empresa humanitaria como la del obispo Cabañas ha generado durante dos siglos”.
Alfaro refiere que el hospicio fundado por Ruiz de Cabañas con proyecto arquitectónico de Manuel Tolsá, “comenzó a funcionar como Casa de la Misericordia el 24 de agosto de 1810 y unas cuantas semanas después la guerra hizo de él un cuartel”. Con una historia no exenta de peripecias, sobre todo por la guerra, sus “23 patios abiertos al cielo protector” —como los describe Juan Palomar—, siguen causando el asombro de visitantes de todo el mundo.
El ahora Instituto Cultural Cabañas se construyó en un periodo que “va de la emancipación de Estados Unidos a la Revolución francesa, el proceso de emancipación en América, la Independencia de México y el nacimiento de la República mexicana —señala Híjar Ornelas—. Es un periodo definitorio. La actuación de estos dos obispos, en el marco de su administración del tributo eclesiástico, les llevó a alentar un proceso que tuvo cinco rutas: urbana, humanitaria, humanística, cultural y espiritual”.
Al también capellán del Templo de Santa Teresa le sorprende que “una ciudad estrangulada, entonces la décima en importancia en la Nueva España, gracias al proyecto de estos religiosos en medio siglo se va a convertir en la segunda. Eso lo dice Mariano Otero en 1842”. Y en este proyecto, el Hospicio Cabañas tuvo una importancia fundamental.
Personaje poliédrico
El cronista recuerda que Juan Cruz Ruiz de Cabañas tuvo “una carrera eclesiástica promisoria. Su mundo: las letras y la cátedra. Le toca vivir la Revolución francesa más o menos de cerca y, siendo rector del obispado de Burgos, recae sobre él la elección como obispo de Guadalajara”.
Desde su punto de vista “no es una persona monolítica ni se somete en forma inquebrantable a lealtades que son relativas, incluso la del rey. Es un personaje poliédrico que dejó un gran legado, en el que destaca el Hospicio Cabañas, pero no es su única contribución. Sus obras fueron determinantes para la construcción de un sentido urbano, humanitario y espiritual de la ciudad de Guadalajara”.
Testimonios de Gutiérrez Nájera, Peza, Yáñez y Pellicer
Hospicio Cabañas recoge testimonios literarios sobre el ambiente del orfanato y asilo, como el de Manuel Gutiérrez Nájera, quien asegura que “en ninguna parte de la República son tan ricos los pobres como en Guadalajara. Allí cuentan, no con asilos en los que acoja la caridad disculpándose de nos darles sino exigua limosna: cuentan con palacios como este monumento del Hospicio”.
Si Juan de Dios Peza afirma que “el niño abandonado, el joven huérfano, el anciano que no tenía fuera de aquellas puertas dónde reclinar la cabeza, encuentran pan, vestido, calor de hogar y palabras de consuelo”, Carlos Pellicer afirma que “las manos luminosas de quien fundó esta casa/ dan el pan y la sal y la caricia anónima/ y se abren en la noche como la flor del día”.
Agustín Yáñez centra su mirada en las ancianas: “Aquí está la Polillita, límpiase que se limpia los ojos; doña Felipita permanece allí mirando algo invisible, sea quizás el panorama de su ya larga vida. Lucía, aunque completamente ciega, va con paso seguro de su pieza al lavadero y del lavadero a su pieza”.