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Annie Saumont: la gran artífice de la 'nouvelle'

Con la muerte de la escritora el 31 de enero, las letras francesas pierden concisión

Hace tiempo recibí una encomienda que me llenó de miedo. El traductor literario al español de Annie Saumont —Arturo Vázquez Barrón— tenía que acompañar a la autora a la FIL de Guadalajara, como anfitrión durante su estancia en tierras tapatías. De último momento no pudo asistir, y yo fui asignado a tal tarea.

Cuando digo miedo no estoy exagerando. Como traductor, había trabajado textos de la laureada escritora francesa, a quien no conocía personalmente, llegándome a enamorar de su trabajo en la nouvelle, género harto difícil y muy poco popular en nuestro país. A final de cuentas todo salió bien, y entre imágenes del Hospicio Cabañas, visitas a museos, caminatas y pláticas, lo que más recuerdo son las palabras de Enrique Serna a la nouvellista en su presentación en la FIL: “La más grande escritora de cuento corto no solo de Francia sino del mundo entero”.

Annie Saumont, de 89 años, falleció el martes 31 de enero. Habría cumplido 90 en marzo. Como buena traductora literaria de la vieja escuela, además de escritora, tenía la “extraña” costumbre de escribir a mano, tomar notas y volver a escribir una y otra vez frases o pasajes enteros en unos cuadernillos. Quizá de este mecanismo provenía su asombrosa precisión en el uso de las palabras, la inusual puntuación que la caracterizaba (estilo que defendió siempre, al grado de abandonar casas editoriales de enorme prestigio que osaban querer modificarlo en función del mercado) y las atmósferas perfectamente montadas en tan poco espacio.

Así como escribía, en ocasiones tardaba en pronunciar sus palabras, pero una vez con la idea, su precisión era asombrosa.

Quizá por eso exasperaba a quien no la conocía lo suficiente. En la mayoría de las emisiones o entrevistas que concedió, sobre todo en sus últimos años, hablaba exageradamente despacio y bajo. ¿Para decir qué?: que no tenía ninguna receta para hacer lo que hacía, que no sabía por qué tal personaje era como era, que no lograba definir por qué pasaba lo que pasaba en sus nouvelles. Que, simplemente, al igual que en la vida, la cosa era así.

Quizá por eso, Francia no supo apreciar en toda su dimensión la gran calidad y el peso enorme de la obra literaria de Annie Saumont.

Su ingreso a la literatura fue casi accidental. A mediados de la década de 1950, un día decidió, sin mucho ánimo, mostrarle a un editor algunos de sus textos. El editor apenas si miró los escritos. Le pidió una novela. Saumont se puso a trabajar en ella más como un reto profesional que por otra cosa. La historia se publicó y fue aniquilada por la implacable crítica francesa. “No sé si aquello fue una maldición o una bendición: el hecho de haber aceptado aquel encargo infame un tanto desde mi ignorancia o darme cuenta con semejante bofetada que no debía traicionar aquello para lo que en realidad yo estaba hecha, la nouvelle”, me confiaría en su estancia en Guadalajara.

—¿Por qué no le gusta escribir novela?

—Sencillamente porque no sé escribirla. Para empezar, la novela exige que uno dé muchas explicaciones, entrar en la psicología de los personajes y, sobre todo, hay que cuidar una construcción tan coherente que… Sencillamente no es para mí.

—¿Qué tiene entonces la nouvelle que la hace tan atractiva para usted?

—Para empezar, es muy corta, muy concisa. No es un cuento. En vez de obligarme a meterme en cuestiones psicológicas me brinda lo que me gusta: la observación, las situaciones en sí mismas, la miseria, la vida cotidiana. Aquí no hay narrador omnisciente. Uno se vuelve también lector.

Como escritora, en 1981 fue premiada con el Goncourt por Quelquefois dans les cérémonies, una recopilación de sus nouvelles (se especula que publicó alrededor de 40). Todo un reconocimiento a su aprecio por el detalle de gente y de situaciones aparentemente comunes. Son historias tan pequeñas que uno se sorprende con el mazazo que casi siempre nos terminan acomodando.

Y es por eso que la paciente y meticulosa observación tendría que ser el principal elemento de análisis literario, si tal cosa existe, a la hora de acercarse a su obra —y al género en sí—. No soy un camión, La leche es un líquido blanco, ¿Qué es lo que hay en las calles que de verdad te interese?, son títulos que emanan de su poder de observación, de ponerse en los zapatos del otro, de cincelar sus historias siempre breves.

La observación traducida en palabras en la nouvelle deja intacto el libre albedrío del lector, al que le queda muy poco margen para opinar, no así para reflexionar. El mecanismo se repite haciendo honor a lo que se dice de la nouvelle: no es una novela acortada y tampoco un cuento alargado. Eudora Welty, escritora estadunidense de nouvelles, afirmó cierto día que la escritora francesa mostraba en su estilo “la solidez de una cadena de hierro”.

En una de sus últimas apariciones televisivas en La Grande Librairie, apariciones que no le gustaban mucho que digamos, ante esta extrañeza del público y de sus interlocutores por su reservada actitud, Annie Saumont dijo: “No hablo mucho porque no soy muy buena con las palabras”. En relación con su obra: “Mi editor estaba contento, así que no hice más que lo que tenía que hacer”. Respecto de su conciencia al escribir: “Uno hace lo que puede de su vida… Mi placer en la vida es escribir nouvelles. Reivindicar el género no es lo mío. Prefiero ser, en ese sentido, una observadora más que una estrella literaria”.

Vuelvo a mis recuerdos de Guadalajara.

—Insiste mucho en ser la observadora. Como su lector siento que eso es lo que me corresponde, ser muy observador. Pero, siendo sinceros, como autora, ¿a qué se está refiriendo en realidad?

—Esto lo he dicho ya muchas veces, por eso no veo la necesidad de volver a decirlo, pero bien, lo vuelvo a decir. Siento que los lectores prefieren leer novelas porque les brindan la comodidad más alargada de ser pasivos, no como con la nouvelle. La novela solo te exige dejarte llevar. La nouvelle, para apreciarla o agarrarle gusto, te obliga a que te apropies de ella. En ese sentido, por ejemplo, obliga al lector a tomar partido y hasta decidir el final, ese famoso final que en estas historias tan pequeñas siempre permanece en suspenso.

Traductora de J. D. Salinger, Annie Saumont fue una viajera constante. Sus lugares preferidos eran Nueva Zelanda, Suiza y Estados Unidos. También México, en donde estuvo infinidad de veces.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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