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Juguetes que no costaban, pero valían oro: recuerdos de una infancia llena de imaginación

Los juguetes eran simples y baratos, guardando un lugar inmenso en la memoria, pues provocaba risas colectivas, amistades forjadas en las calle y tardes infinitas.

Hubo un tiempo en que la infancia no dependía de baterías, pantallas táctiles ni aplicaciones. Bastaba un palo de escoba, una liga o una tapa de refresco para abrir universos enteros. En los 70 y 80, los juguetes económicos —o que nosotros inventábamos o modificábamos— eran la chispa que mantenía encendida la imaginación, y hoy se recuerdan con una mezcla de nostalgia, añoranza y risas.

Por eso, en esta plática para el trayecto quiero que recordemos juntos algunos de estos juguetes que nos brindaron horas de diversión y que nos ayudaron a incentivar la creatividad y la imaginación.

La liga mágica

El “resorte” o “liga” fue el gimnasio portátil de toda una generación. Bastaba unir varias ligas de papelería hasta formar una cuerda interminable. Con ella se inventaban juegos de salto, coreografías y competencias. No había manual ni reglas escritas: la creatividad colectiva dictaba si se brincaba a la altura de los tobillos, las rodillas o los hombros. Para muchos, aquel objeto mínimo fue la primera lección de coordinación y trabajo en equipo.

Carritos de baleros y tablas con ruedas, mejor conocidos como “carros de roles”

Cuando no había acceso a las patinetas, fabricábamos nuestros propios vehículos con tablas viejas y llantas de patines descompuestos o baleros. El resultado era un vehículo ruidoso y veloz que desafiaba calles empinadas. La emoción no costaba nada, pero sí la piel de las rodillas, que terminaban raspadas como trofeo. Eran autos de carreras, naves espaciales o simples excusas para lanzarse cuesta abajo con los amigos.

Las canicas y las tapitas

Las canicas de vidrio eran baratas, pero había quienes ni eso podían comprar. La solución: usar tapitas de refresco aplastadas. Con ellas se jugaba a la “rayuela” o al “pocito”, y cada quien se esmeraba en decorarlas con plumones o rayones. Lo importante no era la sofisticación, sino la precisión del dedo índice para empujar la tapa hasta el objetivo.

Papalotes caseros

El viento era cómplice. Con periódico, varitas de carrizo y engrudo se armaban papalotes que podían elevarse tanto como la paciencia del fabricante lo permitiera. Algunos terminaban enredados en cables, otros surcaban el cielo como triunfadores. Lo mejor no era que volaran: era el orgullo de decir “lo hice yo”.

Las escondidas, el avioncito y la cuerda

No todo era objeto. A veces, el juguete era el grupo mismo. Un patio, la calle o el terreno baldío bastaban para las escondidas, la cuerda o el tradicional avioncito dibujado con gis. Los gritos de “¡ya voy!” o “¡te vi!” eran la banda sonora de una infancia que no necesitaba volumen de celular para sentirse viva.

El tirafichas y la resortera

Otro clásico era el tirafichas, un ingenioso invento armado con dos palos de madera en forma de cruz, ligas y fichas planas, que junto con la horquilla de tendero se convertía en rifle. Y la famosa resortera, un pedazo de hule o de cuero y una simple piedra, servía tanto para cazar ratas o iguanas en el monte como para pasar horas de puntería contra latas y árboles. Era un juego de habilidad y creatividad, mitad herramienta y mitad juguete, que nos hacía sentir cazadores, guerreros o francotiradores en miniatura.

Inventar era el verdadero juego

Un palo podía ser espada, micrófono, fusil o varita mágica. Una caja de cartón se transformaba en nave espacial o en casa de muñecas. La imaginación era el motor, y el aburrimiento, el combustible. No había tutoriales en YouTube; el aprendizaje venía de la improvisación, de compartir con los amigos, de ensuciarse y crear.

El valor de lo sencillo

Lo curioso es que, aunque aquellos juguetes eran simples y baratos, guardan un lugar inmenso en la memoria. Porque no se trataba de lo que costaban, sino de lo que provocaban: risas colectivas, amistades forjadas en las calles y tardes que parecían infinitas. Hoy, cuando los niños pasan horas frente a pantallas, recordar los juguetes de antaño es como abrir un álbum de recuerdos donde la infancia se vivía con menos cosas, pero con más imaginación.

Quizá, al repensar aquellos inventos, descubrimos una lección: no hace falta gastar mucho para entretenerse; lo que realmente cuenta es la capacidad de convertir lo ordinario en extraordinario.

Porque al final, los juguetes de nuestra niñez no venían en cajas de colores: los construíamos con lo que había a la mano… y con la infinita creatividad de querer jugar. Nos encontramos pronto en otra plática para el trayecto.

mrg

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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