En el rincón más remoto del océano Pacífico, donde la cartografía roza sus límites y la soledad adquiere un peso físico, existe un punto que desafía nuestra idea de distancia: el Punto Nemo (48°52.6′S, 123°23.6′O). Tan apartado está de la vida humana que incluso los astronautas, orbitando cientos de kilómetros sobre nuestras cabezas, suelen pasar más cerca de él que cualquier persona en la Tierra.
Sin embargo, este vacío absoluto dista de estar intacto: hasta aquí llegan restos de naves desorbitadas, microplásticos transportados por corrientes profundas y señales claras de que ningún rincón del planeta permanece al margen de nuestra influencia. Por eso exploramos cómo este punto extremo —más que una simple coordenada— se convirtió en un referente científico y cultural, revelando hasta dónde se extiende la presencia humana y qué anticipa sobre el futuro de los océanos.
El lugar más inaccesible del planeta
Para empezar, el Punto Nemo, también llamado “el polo oceánico de inaccesibilidad”, se ubica aproximadamente a 2,688 kilómetros de la masa terrestre más cercana. Su apodo no es casual: ha sido bautizado como “Punto Nemo” en honor al enigmático capitán creado por Julio Verne en Veinte mil leguas de viaje submarino. Curiosamente, “Nemo” también significa “nadie” en latín, una ironía perfecta para un lugar donde, literalmente, nunca hay nadie.
Con estos parámetros, este punto fue identificado en 1992 por el ingeniero croata-canadiense Hrvoje Lukatela, quien calculó su ubicación usando modelos geoespaciales basados en la curvatura terrestre y la distancia a las masas continentales más lejanas.
El método, completamente computacional, permitió determinar que las islas Ducie, Motu Nui y Maher son los puntos terrestres más próximos a esta coordenada perdida en el Pacífico. Ducie pertenece a las Islas Pitcairn, un territorio británico de ultramar; Motu Nui forma parte de Rapa Nui (Isla de Pascua), bajo soberanía de Chile; y Maher es una pequeña isla costera situada frente a la Antártida, en el área reclamada por Nueva Zelanda.
Su aislamiento lo coloca dentro de uno de los llamados “desiertos marinos”, regiones donde la productividad biológica es tan baja que apenas se detecta vida microscópica. Esa distancia convierte al Punto Nemo en algo más que una curiosidad geográfica: es un laboratorio natural para estudiar un océano casi sin presencia humana directa. Además, las condiciones climatológicas del Pacífico Sur —vientos fuertes, corrientes impredecibles y tormentas persistentes— hacen que muy pocos barcos científicos se atrevan a llegar hasta ese rincón del planeta.
Entre océanos, ciencia y basura espacial
Pero además de ser un ícono de aislamiento, este punto forma parte de una región oceánica que, desde los años 70, ha funcionado como “cementerio espacial”. Diversas agencias —incluida la rusa, heredera del programa soviético— han dirigido hacia esta zona la reentrada controlada de satélites, naves de carga y fragmentos de estaciones espaciales, entre ellas la Mir, desorbitada en 2001.
¿Por qué acá? Precisamente por las mismas razones que lo vuelven tan inaccesible: la probabilidad de que un objeto en reentrada represente un riesgo es casi nula. No hay rutas marítimas cercanas ni poblaciones expuestas, y por pura estadística se considera el sitio más seguro del planeta para estas maniobras. Se estima que alrededor de 300 piezas de basura espacial han sido dirigidas hacia esta zona, según recuentos de especialistas y portales científicos como Space.com y Phys.org.
Y aunque este protocolo ha disminuido con las nuevas tecnologías de desintegración atmosférica, sigue siendo evidencia de que incluso la soledad oceánica termina marcada por nuestra presencia. En ese registro figuran naves de abastecimiento rusas, etapas de cohetes y satélites obsoletos. La estación espacial Mir —con un peso aproximado de 120 toneladas— protagonizó una de las reentradas controladas más grandes documentadas.
Siguiendo esta lógica, la NASA planea aplicar la misma estrategia con la Estación Espacial Internacional (EEI) alrededor de 2031. De acuerdo con el ISS Transition Report publicado en 2022, la maniobra dirigirá la estación hacia esta región remota. Aunque la mayor parte de la estructura se desintegrará en la atmósfera, algunos materiales resistentes podrían alcanzar el océano y hundirse en esas aguas solitarias.
La fascinación literaria y científica
En paralelo, el misterio que envuelve al Punto Nemo infiltró la cultura popular. H.P. Lovecraft situó cerca de ahí la ubicación de R’lyeh, la ciudad sumergida donde duerme Cthulhu. Y aunque es pura ficción, ese detalle literario ha mantenido el interés público en un sitio que, por sí solo, ya cargaba con un aura narrativa potente.
Para la ciencia, zonas tan remotas como el área que rodea al Punto Nemo permiten observar el océano sin la interferencia directa de la actividad humana. Ahí es posible medir cómo viajan los microplásticos a través de las corrientes y cuánto tiempo permanecen incluso lejos de cualquier costa. Y el hallazgo es claro: ni siquiera el rincón más aislado del Pacífico está libre de contaminación.
Pero el aislamiento de ese enclave aislado no solo revela lo que llega desde la superficie; también expone lo que ocurre en las profundidades. Por eso, científicos de la NOAA han utilizado hidrófonos en el Pacífico Sur para registrar sonidos de muy baja frecuencia, aprovechando que esta región casi no tiene ruido proveniente de barcos. Esa quietud acústica permitió detectar uno de los sonidos más enigmáticos de los años noventa: El Bloop.
Registrado en 1997 a varios miles de kilómetros de Punto Nemo, el estallido sonoro fue tan intenso que alimentó teorías sobre criaturas colosales ocultas en el océano profundo. Años más tarde, el análisis comparativo reveló que su origen no era biológico, sino el fracturamiento de enormes icebergs antárticos que, al romperse, generan vibraciones similares.
Los contras: ¿realmente es un punto “intacto”?
Sin embargo —y aquí es donde el mito se desmorona— su aislamiento no lo convierte en un lugar verdaderamente “intacto”. Investigaciones recientes en regiones remotas del Pacífico confirman que, incluso en medio de la nada, la basura siempre encuentra camino.
Expediciones como las de The Ocean Race, en colaboración con GEOMAR, han hallado microplásticos en sus aguas. Esto ocurre debido a que las corrientes oceánicas pueden arrastrar residuos durante miles de kilómetros, lo que demuestra que ni el aislamiento extremo protege al Punto Nemo de la polución global.
Y para añadir presión, especialistas en políticas ambientales alertan que usar el Punto Nemo como cementerio espacial podría convertirse en otro problema futuro, sobre todo cuando el tráfico de satélites no deja de crecer.
Algunas investigaciones muestran que el impacto humano en estas zonas no se limita al plástico: fragmentos metálicos y otros desechos tecnológicos llegan al océano, incluso en los lugares más remotos. Además, se han detectado microorganismos capaces de degradar plásticos y ciertos compuestos industriales, lo que evidencia que los efectos de nuestras actividades alcanza incluso ecosistemas que parecen aislados.
Y aunque no hay evidencia de daño ecológico inmediato, los expertos advierten que la acumulación de fragmentos metálicos podría alterar a largo plazo la química del fondo marino, un ecosistema poco estudiado y aún lleno de incógnitas.
Exploración moderna: Chris Brown y su hijo Mika
En marzo de 2024, el explorador británico Chris Brown y su hijo Mika se convirtieron en los primeros humanos en navegar hasta el misterioso Punto Nemo a bordo del Hanse Explorer.
Durante la travesía enfrentaron olas gigantes, mareos y la amenaza de un huracán, pero lo más sorprendente fue la soledad extrema del lugar y la inesperada fauna: un albatros de 3,4 metros de envergadura descendió para atacar al encargado de filmar la expedición.
El 20 de marzo, Chris y Mika nadaron en aguas de unos 7 °C, una hazaña inédita en el punto más remoto del planeta. La expedición confirmó lo que creíamos que este sitio podía evitar: la marca humana ya forma parte del paisaje.
Así que, ¿qué más oculta el Punto Nemo?
Al final, el Punto Nemo no es solo una coordenada remota: La ciencia lo observa como laboratorio para estudiar el océano; la cultura lo percibe como símbolo de soledad; y el mundo contemporáneo lo ha transformado en depósito de desechos tecnológicos.
Algunos sugieren que podría guardar secretos aún por descubrir: especies jamás documentadas, restos de naufragios olvidados o fenómenos que la ciencia aún no explica. Por ahora, esas ideas pertenecen al terreno de lo especulativo, pero contribuyen al aura de misterio que envuelve a este punto donde ciencia, mito y soledad se encuentran.