El entorno digital está profundamente integrado en nuestra vida cotidiana. Desde las primeras horas del día, nuestra atención se dirige inevitablemente hacia pantallas, mensajes y notificaciones que marcan el ritmo de nuestras actividades. Esta realidad, aunque brinda múltiples ventajas, plantea un desafío importante para las familias: ¿cómo podemos fomentar hábitos digitales saludables en nuestros hijos e hijas desde nuestro propio ejemplo?
En diversas ocasiones he mencionado que el bienestar integral no se limita a un solo aspecto de nuestra vida. Por el contrario, involucra múltiples dimensiones, incluyendo nuestra interacción con la tecnología. La manera en que los padres manejamos nuestra presencia digital tiene un impacto directo y significativo sobre el desarrollo emocional y mental de nuestros hijos. No se trata simplemente de establecer límites claros, sino de cultivar una relación consciente con lo digital que pueda ser observada y adoptada naturalmente por los más pequeños.

Investigaciones recientes, como las realizadas por la American Academy of Pediatrics, subrayan que los patrones de comportamiento digital de los adultos influyen considerablemente en los hábitos tecnológicos de sus hijos. En concreto, observar a sus padres pendientes del teléfono móvil en todo momento tiende a generar una mayor dependencia digital en niños y adolescentes, así como dificultades para concentrarse y menor capacidad para gestionar emociones y relaciones interpersonales.
Por esta razón, la clave para enseñar bienestar digital radica en la autenticidad y coherencia de nuestro comportamiento cotidiano. El primer paso es la autoconsciencia: es importante que, como adultos responsables, reflexionemos acerca de cómo usamos los dispositivos digitales y qué ejemplo estamos dando con ello. La atención plena o mindfulness, que implica estar conscientes del momento presente y nuestras emociones, puede ser una herramienta eficaz en este proceso.
Practicar mindfulness en el contexto digital significa ser conscientes de nuestras decisiones en línea y fuera de línea. Significa elegir de manera deliberada cuándo y cómo interactuamos con la tecnología. Si los niños nos observan tomando pausas conscientes, desconectándonos para estar plenamente presentes en conversaciones familiares o momentos de juego, aprenderán a reconocer que la vida también sucede más allá de las pantallas.

Una práctica recomendable es establecer tiempos específicos libres de tecnología en familia. Por ejemplo, durante las comidas o antes de dormir. Estos momentos permiten fomentar una conexión más profunda, generando espacios auténticos de diálogo y presencia emocional. Cuando un niño experimenta esta forma de interacción genuina y atenta, aprende a valorarla por encima de la estimulación constante que ofrecen los dispositivos digitales.
Otro aspecto clave es enseñar, a través del ejemplo, que no todas las notificaciones requieren atención inmediata. Modelar comportamientos como silenciar el teléfono durante conversaciones familiares o actividades compartidas envía un poderoso mensaje: la prioridad está en las relaciones humanas y no en la satisfacción inmediata que ofrecen las alertas digitales.
Finalmente, alinearnos con un propósito claro ayuda a mantener una relación saludable con la tecnología. En el Instituto del Propósito y Bienestar Integral de Tecmilenio hemos comprobado que definir y compartir objetivos personales y familiares permite utilizar la tecnología como una herramienta valiosa para alcanzar esos fines, en lugar de simplemente consumirla de manera pasiva.

Es decir, enseñar bienestar digital implica ayudar a nuestros hijos e hijas a reconocer cuándo y cómo utilizar la tecnología para potenciar su desarrollo integral. Al compartir objetivos familiares claros—como aprender juntos algo nuevo, apoyar causas importantes o simplemente conectarse con familiares lejanos—la tecnología adquiere un significado más profundo y enriquecedor.
En síntesis, la clave del bienestar digital familiar no radica en evitar lo digital, sino en utilizarlo con propósito, intención y presencia consciente. Los padres y madres tenemos la responsabilidad de modelar estos hábitos desde nuestra propia conducta. Al hacerlo, no sólo promovemos un entorno más saludable y equilibrado para nuestros hijos, sino que también fortalecemos los vínculos familiares, creando un entorno emocionalmente más seguro y significativo para todos.
MGR