Entre Bond y la psicodelia: Godzilla ecológico

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EL ÁNGEL EXTERMINADOR

Ricardo Guzmán Wolffer


En la película Godzilla vs Hedorah (Japón,1971) tenemos a un peculiar monstruo salido de las aguas contaminadas, formado con todos los residuos imaginados (incluso minerales) y de toda la basura. Es un bicho terrible, pues corroe cuanto toca, incluido el aire: la humanidad entera perecerá. ¿Quién podrá salvarnos? La Cofepris, no; menos los servicios de limpia chilangos. En medio de una grilla nacional pre 2018, se pierden de vista temas primordiales como la contaminación ambiental y política de este país que necesita un Godzilla particular para luchar con quienes nos quitan patria. Hedorah pertenece a la serie de películas donde las botargas reinaban y ésta es de peso completo: nada, vuela, contamina, deshace a todo ser vivo para dejarlo en los huesos: hasta un bebé llorón se hunde en la plasta corrosiva del monstruo.

El filme destaca por ser una peculiar estética psicodélica con una aproximación científica mezclada con caricaturas animadas e ilustraciones de una eficacia sorprendente que nos remiten a la mejor ciencia ficción de los sesenta. El primer ataque de Hedorah se intercala con un baile de discoteca en donde explotan burbujas multicolores que ya hubiera querido tener Jodorowsky en sus películas, más fumadas que la izquierda mexicana, como cuando uno de los comensales tiene un momento de alucinación en que todos los bailarines poseen cabeza de pez o anfibio (¡ay, Lovecraft, cómo los dejaste!). Incluso desde los títulos y créditos iniciales vemos un homenaje franco a la estética Bond pero hasta se ve serio. En un giro argumental, cuando los jóvenes se juntan para matar al monstruo se dan cuenta de la inutilidad de su intento, así que mejor se ponen a bailar: “disfrutemos mientras podamos”, y la música de rock psicodélico emerge, ante la mirada crítica de los vagos que siempre han vivido a la intemperie. Como en Avándaro, pero sin encuerada.

Dentro de la filmografía de Godzilla destaca esta alucinación no solo por la propuesta estética que aún hoy es admirable, sino por romper con varias constantes del género: Hedorah le echa proyectiles de guano radiactivo a Godzilla y lo deja tuerto; la ciudadanía participa arrojándole antorchas a Hedorah (un delicioso guiño a Frankestein y demás películas de aldeanos irascibles) pero son pulverizados por el cambiante monstruo de ojos rojo mariguana. Bueno, hasta rayos láser echa el espantajo (al que le brilla el cerebro) para dominar a Godzilla con los humos más contaminantes imaginables, cual microbusero sin placas (y sin multas). Al pobre reptil le cae la maldición gitana y el monstruo lo deja caer en un caldo de mugre en el que Godzilla apenas puede chapotear, tuerto e indefenso. Claro, al final vence, ayudado por la ciencia nipona: deshace al monstruo y le arranca los huevos al cadáver (literal). Un clásico inmediato cuando Godzilla vuela impulsado por su rayo, cual turbina. Se muestra a la ciencia como motor de la consciencia humana y se electrocuta al bicho malvado, amplificando los rayos expelidos hocicalmente por Godzilla.

Una alucinación conceptual aderezada con los fetiches de la época que, justo por eso, vale la pena contemplar en un domingo palomero.

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