El asesinato de Hello Kitty

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EL ÁNGEL EXTERMINADOR

EL PEZ SOLUBLE

Jordi Soler


Inspirados por el éxito de Pokémon Go, una compañía de Hong Kong ha creado una app que se aplica al mercado inmobiliario. Mientras Pokémon Go está dedicado a la pura diversión, la app Spacious orienta a la clientela de Hong Kong para que elija una casa, o un departamento, limpio de fantasmas malos porque, como se sabe, también hay fantasmas buenos.

El Pokémon Go es pura diversión, aunque su inventor argumente que, al obligar a sus usuarios a salir a la calle a cazar a sus criaturas, fomenta la convivencia y el ejercicio o, en el más modesto de los casos, consigue que ese muchacho amarillento que se pasa los días encerrado en su cuarto frente a una pantalla, salga a la intemperie y reciba un poco de aire fresco mientras su madre ventila la habitación. Este sería, con ganas de encontrarlo, un efecto secundario saludable del Pokémon Go. Lo que ofrece Spacious tiene que ver con la salud espiritual; el usuario de la app es una persona que anda buscando casa para vivir, si este vive en Londres, donde también se ofrece el servicio, la aplicación lo orienta en su búsqueda; basta apuntar con el teléfono hacia el departamento que le interesa para que salgan en la pantalla, de manera juguetona como en el Pokémon Go, una serie de datos sobre la vivienda: la antigüedad, el número de inquilinos que ha tenido, si hay cerca un supermercado, una escuela, una estación del Metro. Esto es lo que le interesa a un cliente inglés, pero un habitante de Hong Kong tiene otras preocupaciones y por esto la app Spacious allá se concentra en localizar a las personas que han muerto dentro del piso que le interesa al cliente y, sobre todo, las que no han muerto de forma natural, que son las que generan los fantasmas malignos. El cliente en Hong Kong apunta su teléfono a la casa que le interesa y, como si estuviera poniéndole el Shazam a una canción, aparece en la pantalla, no información sobre el Metro y el supermercado, como sucede en Londres, sino sobre los muertos que ha habido en esa casa y, sobre todo, de los que se han suicidado. La iconografía de la app es desconcertantemente juguetona, cada vez que el teléfono localiza un muerto aparece en la pantalla un fantasmita con los ojos vacíos y los brazos extendidos, no se sabe si porque está listo para abrazar a alguien o si es que se está preparando para levantar el vuelo. Además del fantasmita aparece debajo una parrafada que detalla el motivo de la muerte; si se trata de una muerte por causas naturales, la venta puede salvarse, pero si el que murió dentro fue un suicida, la situación se complica. Debajo del fantasma dice, por ejemplo, que el muerto acababa de discutir salvajemente con su mujer antes de arrojarse por la ventana o, por poner otro ejemplo abundante, que el muerto se suicidó inhalando monóxido de carbono de un anafre, cosa que parece ser bastante común entre los suicidas hongkonenses. Cuando la vivienda tiene uno de estos fantasmas malignos en su historial, su precio puede bajar entre 25 y 50 por ciento, según el calado, y la espectacularidad, del suicidio porque, según los maestros del feng shui, no hay cosa que contamine más un espacio doméstico que las malas vibras, encarnadas (es un decir) en el fantasma, de un suicida.

Con esta app las agencias inmobiliarias ya no pueden esconder los cadáveres, la era de la transparencia ha venido a complicarles el negocio y ahora cualquier habitáculo donde haya actuado un suicida tiene que alquilarse, o venderse, a un precio ridículo. Estos fantasmas que son una calamidad para los habitantes de Hong Kong pueden representar una oportunidad para un cliente de otra latitud que sea menos quisquilloso con los fantasmas. Para este cliente hipotético esta app funcionaría a la inversa, supongamos que un paisano nuestro, bien curtido por la escatología mortuoria nacional, podría dedicarse a localizar una vivienda con suicidas en su historial que le saldría muy barata.

Pero hay casos más dramáticos en Hong Kong que ya ni siquiera pueden rastrearse con la app, fantasmas tan poderosos que han acabado con el edificio entero. En 1999 Fan Man-yee, la hostess de un conocido centro nocturno, fue secuestrada por tres hombres que la tuvieron cautiva durante un mes en un departamento y después la descuartizaron y metieron sus trozos en una enorme muñeca de Hello Kitty. El episodio se conoce como “El asesinato de Hello Kitty”. Los asesinos fueron atrapados por la policía y condenados a cadena perpetua, y la última morada de Fan Man-yee quedó vacía durante años, nadie quería comprarla ni alquilarla. No solo el departamento donde secuestraron a Fan Man-yee quedó vacío, lo mismo le pasó a todo el edificio; después del horrible asesinato los departamentos fueron abandonados por sus dueños y sus inquilinos y en el año 2012 el edificio, que llevaba más de una década deshabitado, tuvo que ser demolido. Es probable que el de Fan Man-yee sea el único fantasma de la historia que, a pesar de su naturaleza etérea, ha conseguido derribar un edificio.

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