Hace no mucho tiempo —o quizá el suficiente— investigadores introdujeron en una jaula grande a una rata macho con varias hembras. El macho se apareó con todas hasta que su instinto sexual quedó satisfecho y dejó de responder a los estímulos de las hembras. Cuando los investigadores metieron a una rata nueva, el macho recobró el deseo y volvió a copular.
A diferencia del macho, las hembras preferían aparearse con el mismo macho dos veces, mientras que el macho respondía mejor si era una rata nueva.
El proceso obedecía — según la ciencia — a la naturaleza química de su cuerpo, a una cascada de estímulos cerebrales.
Algo que en términos humanos podría interpretarse — según el efecto Coolidge — como un dividendo de la lealtad y la fidelidad. Es decir que, en las relaciones románticas estos conceptos no son múltiplos de lo mismo.
La naturaleza del macho lo lleva a buscar nuevas parejas.
Esa fantástica idea comprobaba científicamente que la monogamia es el peor de los castigos para las parejas, que, sobre sus hombros, llevan el peso de los años. Es también una idea seductora de la que el español, Luisgé Martín, parte para regalarnos una poco común historia carnal con tintes policiacos: Cien noches (Anagrama, 2020), que se hizo con la última entrega del Premio Herralde de Novela.
A travesada por la tradición de la literatura erótica, Cien noches, se muestra como el diario confesional e intercalado de una mujer llamada Irene. Criada bajo una estricta y acomodada educación católica, Irene descubre, en su paso de la infancia a la adolescencia, los placeres carnales del cuerpo, el sadismo y el erotismo.
A lo largo de su vida, ésta mujer —abnegada en sus relaciones emocionales y subversiva en las sexuales— experimenta toda clase de cuerpos de los que, como si se tratara de una clase de anatomía, lleva un minucioso registro.
Irene intenta encontrar la piedra filosofal del comportamiento humano, la gran verdad sobre la traición.
Su investigación se vuelve más íntima cuando al cabo de los años, en la recta final de su vida, se reencuentra con Adam, uno de sus amantes. Es mucho mayor que ella, igual de desenfrenado y también millonario. Adam ha financiando el Proyecto Coolidge, que es más un estudio sobre la mentira que sobre la sexualidad.
Entristecido por su vida conyugal, Adam recurre a Irene, convertida en detective, en busca de respuestas. Desea saber si su esposa, como la mayoría de los estudiados, también ha mentido sobre su castidad marital.
Dotada en sus primeros capítulos de una poderosa y ágil narrativa, Cien noches mezcla los subterfugios de las ciencias exactas con los expedientes policiacos y el placer de sus personajes.
A lo largo de sus páginas intenta demostrar que la monogamia, tal y como la hemos conocido desde la aparición de la propiedad privada, no es más que una idea obsoleta, e incluso antibiológica.
La aparición de un tercer personaje, (Harriet, esposa de Adam) viene a demostrar que, en efecto, las personas estamos y deseamos encuentros más allá de las parejas a las que nos consagramos, pero en esa misma proporción necesitamos el vínculo afectuoso y la tranquilidad que eso conlleva.
Quizá por ello Irene busca en sus matrimonios algo que no tiene en el sexo con desconocidos.
Esta historia polifónica, que ficciona divertidamente la realidad, revela con ferocidad cómo las pasiones humanas son capaces de manifestarse.
Si el autor ofrece un atisbo de redención a sus personajes es en la sentencia gramática de que la fidelidad y la lealtad son, de hecho, términos opuestos.
La fidelidad entendida como sacrificio del erotismo y la lealtad como una suerte de compromiso con permiso al placer, deja desnaturalizado el amor romántico. En esta novela no hay espacio para el amor judeocristiano, tan arraigado en las sociedades occidentales.
Aunque Luisgé Martín aborda con sencillez y fluidez uno de los paradigmas más tocados acerca del amor y el erotismo, la novela no alcanza a ser un cuadro hilado y conciso de sus personajes.
La prostitución forzada de su protagonista Irene, el asesinato compasivo del amor de su vida y la petición solícita del amante millonario dejan esa sensación de huecos narrativos llenados a fuerza de teclazos.
Sin embargo, la columna vertebral es una rica mina ética poco común entre los autores contemporáneos.
El autor madrileño expone la manera en cómo las convenciones sociales, los prejuicios de religión, de clase e incluso de género moldean el comportamiento sexual de las personas y cómo el erotismo transgrede y libera a la vez a éstas personas, que buscan en la invención y la fantasía el conocimiento pleno de quiénes son y de lo que son capaces de hacer.
En la preparación del escrito, Luisgé Martín contó con pequeños textos y cuentos hechos por otros escritores, que ficcionan la vida de las parejas investigadas en el estudio. Concluyendo que todos mienten.
O todos somos capaces de hacerlo, incluso a uno mismo.
Al recorrido sobre la historia sexual de la protagonista se suma a una trama detectivesca, que emana de la muerte inverosímil del novio en manos de su madre.
Cien noches es una lectura reflexiva y disfrutable, erótica y humana, pero sobretodo, cumple con la que debiera ser la máxima de la literatura: la crítica hacia nuestras propias vidas.