Cultura

La oscura Cuernavaca de Charles Mingus

El jazzista Charles Mingus, uno de los pilares de la música del siglo XX, llegó a salvarse, aunque en realidad fue a terminarse de morir, a la ciudad de Cuernavaca. Mingus llegó, apretujado en una silla de ruedas, a tomar posesión de su casa en la calle Humboldt, muy cerca del centro. Iba custodiado por su mujer de entonces, una rubia adinerada de nombre Susan Graham, y una guapa enfermera que iba paliando los dolores de la esclerosis lateral amiotrófica que padecía el músico. Su mujer de entonces se llama hoy Sue Mingus y está dedicada, con enorme éxito, a la difusión, y venta, de la obra de su difunto marido, que en 1966 se había casado con ella en una ceremonia que ofició el poeta Allen Ginsberg.

El músico recaló en Cuernavaca buscando la cura que le ofrecía un brujo de la región, que evidentemente falló porque su paciente murió en menos de un año.

Mingus fue probablemente el mejor contrabajista del siglo y también fue uno de esos raros músicos capaces de lanzar el jazz a una dimensión desconocida, su obra está cruzada por un permanente mood apocalíptico y, en lugar de intentar poner en palabras lo que hacía este músico genial, cosa por otra parte imposible, yo recomendaría que, mientras va usted leyendo estas líneas, escuche su álbum Oh Yeah (1962), mi favorito; o The Black Saint and the Sinner Lady (1963), el favorito de él; o esa luminosa locura de nombre Tijuana Moods (1962), que escribió en medio de una crisis espiritual, en un bar de Tijuana, mientras bebía tequila rodeado de meretrices, de mariachis, de narcomenudistas, de veteranos tullidos, y con pistola, de la guerra de Corea: todo esto se oye, traducido al jazz, en el deslumbrante Tijuana Moods.

Mingus nació en una base militar de Nogales, Arizona, y luego fue a hacerse músico, y un combativo militante antirracista, a Los Ángeles. “No soy lo bastante blanco para dejar de pasar por negro, ni lo bastante claro para que me llamen blanco”, decía de sí mismo este hombre que tenía raíces chinas, afroamericanas y suecas.

Voy a brincar a la última fase de su vida, a su casa en el Low East Side de Manhattan, cuando estaba ya bastante tocado por la enfermedad. Mingus había sido un músico sobrio, que detestaba los talentos que necesitaban drogas para florecer y, en más de una ocasión echó a uno de sus músicos que se presentó a tocar con media estocada de heroína, y con alguno llegó a las manos, cosa grave para el otro porque Mingus era enorme e irascible.

A contrapelo de su historial de músico sobrio, en el Low East Side comenzó a desarrollar una colorida politoxicomanía: speed, Demerol, Bencedrina, cocaína, torrentes de vino y, para compensar, se ponía inyecciones vitamínicas y comía compulsivamente todo el día, por eso llegó a Cuernavaca no sentado, sino embutido en su silla. Aquella dieta, más la vida sedentaria sin la gimnasia de su amado contrabajo, lo puso paranoico, a imaginar que el Estado espiaba las aguas de su retrete para averiguar, con un análisis de la orina, el calado de sus adicciones. Para evitar el espionaje Mingus orinaba en botellas de jugo Tropicana que iba almacenando escrupulosamente en una estantería. En esa época escribió un tratado para enseñar al gato a cagar en el retrete y, después, a tirar comedidamente de la cadena con sus dos patitas. El documento está en internet (Cat Toilet Training Program), búsquelo y adiestre a su gato mientras escucha la pieza Oh Lord don’t let them drop that atomic bomb on me (Oh Señor, no dejes que me tiren la bomba atómica; del álbum Oh Yeah). No me imagino un mayor homenaje para el genial Mingus.

Además del desvío de la orina, se protegía del Estado con una pistola que escondió dentro de un libro (Cultivation of Personal Magnetism in Seven Steps, de Edmund Shaftesbury): la escondía en un hueco que escarbó en el mazo de páginas del volumen.

Llegó el momento en el que Mingus no vio más salida que el brujo recomendado de Cuernavaca, así de grande era su desesperación. No hay que pasar por alto que en Cuernavaca Malcolm Lowry escribió, o cuando menos vivió en carne propia, su novela Bajo el volcán, y que ahí Timothy Leary, el sacerdote del LSD, probó por primera vez los hongos alucinógenos.

Ya se imaginarán de qué forma se frotaba las manos, y se relamía los bigotes, ese brujo morelense al que le tocó en suerte un músico gringo, rico y famoso. Casi un año estuvo Mingus tratando de salvarse en su casa de la calle Humboldt; me pregunto si sus vecinos sabrían que en esa casa vivía una de las leyendas del jazz. Al final las yerbas del brujo fallaron y Charles Mingus murió en la ciudad de la eterna primavera, en 1979, a los 56 años de edad.

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Jordi Soler
  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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