El día de la elección, a algunos les convendrá sembrar miedo para cosechar poder; el campo más fértil para pasar el arado está en las redes sociales.
La libertad no es una noción que hallamos en los libros de historia, es una manera actual, y cotidiana, de ir siendo: nadie me va a decir qué pensar o por quien tengo que votar, nomás eso faltaba.
No me engañan, si vienen a comprar mi voto es señal de que vale más de lo que quieren pagar; además, mi regalada gana y yo no están en venta, ni en renta.
Mi voto solo no cambia las cosas. Mi voto solo afirma mi pensar y sentir político. La suma de los votos solos inicia los cambios, afirma un pensar y un sentir político de la comunidad que entiende que el resultado es la adición de los solos que sufragan, y de los que no.
Dicen: mañana será la elección más grande (más costosa) de la historia. A quién le importa. Ya entrados en gastos, la historia nos sale debiendo mucho.
Si se trata de revisar los antecedentes para apelar a la confianza, pesa más “Ave, María, dame puntería”, que las plataformas electorales o lo escuchado en los debates.
Razonar para decidir el voto o dejarse guiar por las meras entrañas; se antoja parafrasear el texto en el grabado de Goya: aquí, el sueño de la razón ha producido monstruos.
La gente no está preparada para la democracia, dicen. Más bien, la democracia que aquí promueven y sus efectos no están a la altura de la gente, digo.
Por ejemplo, hubo una aspirante decente que decidió no hacer trampa y la descalificaron; en esta democracia, ¿a quién se le ocurre actuar derecho?
Los que saben que aún no ha saben por quién votarán, saben algo, y saberlo, así de simple como es, es más de lo que han ostentado conocer muchos aspirantes.
Gane quien gane, una secuela será común: la incertidumbre, y a ésta no la ahuyentarán los festejos encendidos, tampoco las acusaciones del tipo: ya verán, se los advertimos.
¿Y si las encuestas fallaron? ¿Y si el INE y Peña Nieto se hacen bolas? ¿Y si varios reclaman airadamente el triunfo? Ojalá no salgan con que las respuestas las dará el TRIFE.
Voy a sufragar por el cambio, no me queda de otra; los billetes, incluso los de baja denominación, ya se los llevaron.
Y pensar que hay adultos, millones, a los que no les interesan las elecciones y que no ven ni oyen el Mundial; gente pobre y con hambre que no sabe priorizar y no aprovecha la democracia que la envuelve.
Según eso, somos impermeables a la política; sin embargo, resistimos mejor, con menos daños evidentes, meses con 70 millones de spots partidistas que 73 mm de lluvia en una hora.
¿Debemos diseñar un plan DN-III para luego de los huracanes electorales? Será por el calentamiento global, pero hoy son más anodinos y perjudiciales.
¿Y si no hubiera elecciones? Qué horror, gobernarían los mismos que no darían chance a los otros, que son los mismos. Entonces, ¡por la mismidad sin adjetivos!
Legislación electoral: puedes hablar del suceso, sin mencionarlo; puedes publicar tus preferencias, sin tomar partido; puedes ejercer tu libertad, sin que se note.
Interpretación de la ley: la equidad máxima entre candidatos sucede cuando no se alude a ellos; para los amorosos ojos de la ley, quien alcanza 40% en las encuestas es igual que quien araña 2%.
A este paso, habrá límites: ningún candidato puede tener más votos que sus pares. Caso hipotético: quiero votar por éste; no se puede, por ése ya votaron muchos, elija otro, todos son ídem.
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