Verano de 2014, Franja de Gaza. Un viejo palestino cae a tierra. Caminaba no lejos de un puesto de reconocimiento del ejército israelí. Un soldado decidió dispararle. Está gravemente herido en la pierna, ya no se mueve. ¿Está vivo? Los soldados discuten. Uno de ellos decide poner fin a la discusión. Él fue quien abatió al anciano.
La historia, narrada por muchos de sus actores, se inscribe en la embestida más devastadora contra el ejército israelí desde la guerra, lanzada por sus propios soldados.
La organización civil Breaking the Silence (Rompe el silencio), que agrupa a antiguos combatientes del ejército israelí, el Tsahal, publicó ayer un recuento de entrevistas acordadas bajo condición de anonimato por unos 60 participantes de la operación Marco Protector, realizada entre el 8 de julio y el 26 de agosto de 2014, que provocó la muerte de cerca de 2 mil 100 palestinos —en su mayoría civiles— y de 66 soldados israelíes. Israel destruyó 32 túneles que permitían penetrar clandestinamente en su territorio, y concluyó en un cese el fuego con Hamás que no resolvió nada.
La ofensiva provocó gastos materiales y humanos sin precedentes y arrojó, según Breaking the Silence, "graves dudas sobre la ética" del Tsahal.
La ONG Breaking the Silence no utiliza jamás la expresión "crímenes de guerra". Pero el material que ha recolectado, aun cuando haya sido recortado, ya que fue sometido a la censura militar como se exige a toda publicación ligada a la seguridad nacional, es impresionante.
"Este trabajo alienta la sospecha perturbadora de violaciones a las leyes humanitarias", explica el abogado Michael Sfard, que asesora a la ONG desde hace 10 años. "Espero que haya un debate, pero mucho me temo que se hable más del mensajero que del mensaje. Los israelíes están cada vez más autocentrados y nacionalistas, intolerantes a las críticas".
Cerca de un cuarto de los testimonios son de oficiales, aunque todos los cuerpos están representados. Algunos estaban movilizados y otros en la cadena de mando. Una diversidad que, según la ONG, permite dibujar un cuadro de las "políticas sistemáticas" decididas por el Estado Mayor, tanto durante los bombardeos como en las incursiones en el terreno.
Este marco contrasta con el mito oficial sobre la lealtad del ejército, sus procedimientos estrictos y las advertencias dirigidas a civiles, para invitarlos a huir antes de la ofensiva.
Los declarantes cuentan cómo a nombre de la obsesión del riesgo mínimo para los soldados, las reglas de compromiso —la distinción entre "enemigos combatientes" y civiles, el principio de proporcionalidad— fueron confusas.
"Los soldados recibieron como instrucciones de sus comandantes disparar sobre cualquier persona identificada en una zona de combate, cuando la hipótesis de trabajo real era que cualquiera en el terreno era un enemigo", destaca la introducción del documento. "Nos dijeron: 'Aquí no tiene que haber civiles, ¡si ven a uno, disparen!", recuerda un sargento de infantería, destinado a una zona en el norte de Gaza.
Las instrucciones son claras: la duda es un riesgo. ¿Una persona observa a los soldados desde una ventana o un techo? Es un blanco. ¿Ella camina por la calle a 200 metros del ejército? Es un blanco. ¿Ella permanece en una vivienda cuyos habitantes fueron advertidos? Es un blanco. Y cuando no hay un blanco, se disparan misiles o morteros, se "esteriliza", según la expresión recurrente. O bien se envía el D-9, una topadora blindada, para destruir las casas y "despejar la visión".