Luego de las elecciones del domingo, se anticipan candidaturas, se declaran incontenibles ambiciones y se confiesan profundos anhelos. A ciertos posibles aspirantes les fue dado, por así decirlo, una suerte de banderazo de salida.
En el Partido Acción Nacional, el gran ganador de la jornada electoral ha sido Ricardo Anaya, a quien se le vio absolutamente exultante en el fugaz debate poselectoral que armó Joaquín López-Dóriga en la tele con los dirigentes de los principales partidos. Quien se lanzó al ruedo, sin embargo, fue Margarita Zavala: “Seré la candidata del PAN y ganaremos la Presidencia de la República; sí creo que es importante meter prisa, porque el adversario tampoco se va a quedar cruzado de brazos”, le soltó a Carlo Puig, en MILENIO Televisión. Pues, vaya que ha mostrado celeridad y vaya que ha sabido montarse en la cresta de la ola triunfadora de su partido. Naturalmente, se sabe merecedora de una gran popularidad y posee además un innegable olfato político. Muy bien, pero entonces, ¿qué hacemos con Anaya? ¿Se va, él sí, a cruzar de brazos y va a desistirse mansamente de competir por la madre de todas las candidaturas siendo, además, el primerísimo responsable de haber logrado ese cacareado “triunfo histórico” para el partido blanquiazul?
Más allá de que algunos competidores hayan exhibido tan declarada vocación por la silla presidencial y de que ello sea una jubilosa muestra del juego democrático, en el caso de Zavala y Anaya podríamos nosotros también anticipar un posible escenario: una descarnada y desgastante lucha por la nominación interna a la Presidencia de la República. Y, de ocurrir la despiadada reyerta, no sabemos si al final saldrá alguien tan suficientemente entero como para curar las heridas de la guerra fratricida.
En el PRI, curiosamente, no tienen ese problema: no seremos testigos presenciales de ninguna lucha abierta y declarada por el poder. El elegido aparecerá en su momento, debidamente consagrado por una fuerza superior e incontestable. Por ello mismo, a ninguno de los posibles pretendientes le pasa siquiera por la cabeza proclamarse como futuro candidato. Pero, hablando de prisas y apresuramientos, a lo mejor tendrían que cambiar sus reglas. Porque, señoras y señores, el tiempo pasa y, como dice Margarita, los adversarios ya andan plenamente metidos en la batalla.
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