Ciencia y Salud

El mal

  • La ciencia por gusto
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  • Martín Bonfil Olivera

Recientemente me invitaron a hacer un comentario sobre un tema intrigante: el origen del mal.

En lo primero que pensé fue en el triunfo de Donald Trump. En la crisis de la democracia que vive el mundo. En la amenaza, que algunos vislumbran, de la decadencia de la civilización y la llegada de una nueva Edad Media de ignorancia y autoritarismo. Luego respiré hondo.

Más tranquilo, concluí que no podía comentar sobre “el mal” concibiéndolo como una influencia o espíritu maligno que impulsa a las personas a cometer actos de maldad.

Me inclino por la concepción del mundo que le da sustento a la civilización moderna: la que se basa antes que nada en el valor del pensamiento racional, en la posibilidad de entender el mundo. Pero también en valores como la igualdad, la libertad, la democracia y la justicia. Una concepción del mundo donde las explicaciones sobrenaturales no son útiles para resolver problemas reales. Y así como en ciencia tales creencias resultan innecesarias, inútiles y estorbosas, también lo son en muchas otras áreas.

Si el mal no es consecuencia de influencias demoniacas, ¿tendrá una explicación natural? Se ha discutido si pudiera tener bases biológicas. Existen, sin duda, instintos animales que los humanos compartimos, que se relacionan con conductas agresivas de territorialidad, competencia, y que deben tomarse en cuenta para estudiar la maldad humana.

Sin embargo, no creo que sirva de mucho buscar en la biología el origen del mal. Es un error filosófico. Las categorías éticas no tienen cabida en el mundo natural ni biológico: no hay montañas, ríos ni huracanes “malos”; una leona no es “mala” cuando devora a una gacela. Solo en el contexto de las sociedades humanas estos valores adquieren sentido.

Por todo eso, al final el punto central de mi comentario terminó siendo éste: para mí, el origen de la maldad es la ignorancia.

La especie humana es la única en el planeta que ha desarrollado un lenguaje capaz de expresar conceptos abstractos. Que ha construido sociedades donde la experiencia de generaciones anteriores no se pierde, sino que puede conservarse y transmitirse a los jóvenes a través, precisamente, de ese lenguaje. Y gracias a ello ha sido la única especie que ha trascendido su naturaleza animal y sus instintos para desarrollar una civilización donde el conocimiento, los valores y los acuerdos comunitarios pueden irse construyendo y refinando para bien de todos.

El proceso mediante el que logramos esto es la educación. Transmitir el conocimiento —la cultura— a las generaciones humanas ha permitido que la civilización persista. Sin educación no puede haber democracia, igualdad, justicia, valores, ciencia, tecnología ni prosperidad. Un ciudadano no educado no puede tomar las decisiones más acertadas respecto a estos temas. Lo mismo ocurre cuando es toda una sociedad la que no está educada.

Creo que el oscuro panorama mundial, el avance de la derecha retrógrada, la erosión de los sistemas democráticos, la reacción contra los avances en derechos humanos y el ascenso de los totalitarismos religiosos son producto, entre otros factores, de la falta de educación.

El gran enemigo, el origen del mal, es la ignorancia. Trump es solo su consecuencia más visible. Más nos valdría, como sociedades, reforzar nuestros esfuerzos por combatirla.

mbonfil@unam.mx

Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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