Durante casi todo el siglo XX (hasta 1980) predominó la tesis de que el desarrollo capitalista impulsaría la democracia y la equidad social. Uno de los más ilustres pensadores de ese siglo fue el alemán Max Weber (1864-1920). Una de sus tesis principales fue que el capitalismo se asociaría con el desarrollo de los regímenes democráticos. En sus propias palabras: “La democracia moderna, en su forma más nítida, puede ocurrir solamente bajo el capitalismo industrial”. La generación de riqueza, consecuencia del crecimiento económico, traería consigo una mayor equidad social. Dicha tesis fue demostrada contundentemente, entre otros, por el politólogo estadunidense Seymour Martin Lipset (1922-2006). En su reconocido estudio El hombre político (1960) sistematizó la tesis weberiana desde una perspectiva comparada y empírica y, la conclusión a la que llegó, demostró la plausibilidad de esa tesis.
La postura teórica del también alemán Carlos Marx (1818-1883) circuló en un sentido opuesto: el capitalismo era la explotación del hombre por el hombre y su desarrollo conduciría inevitablemente a lo que él llamó la “dictadura de la burguesía”. El socialismo/comunismo, de acuerdo con la doctrina marxista, sería en consecuencia la llave para evitar esa dictadura y hacer de la sociedad una entidad más igualitaria por la vía de una revolución del proletariado.
La trayectoria histórica del siglo XX se inclinó por la tesis de Weber. En consecuencia, y, poco a poco, la doctrina marxista fue diluyéndose con el tiempo. Hoy en día casi ningún país profesa esa ideología y podría afirmarse que la globalización tiene todos los signos de un desarrollo capitalista indiscutible.
Sin embargo, está de “moda” una tesis que se aparta de las dos posiciones analíticas antes mencionadas. Se trata del trabajo del economista francés Thomas Piketty TP): El capitalismo en el siglo XXI. Se ha traducido al inglés y se espera que, en el transcurso de este año, el Fondo de Cultura Económica publique la versión española de dicho texto. Éste se ha convertido en un best-seller y reseñado profusamente en diarios tan prestigiados como The New York Times, The Washington Post y El País.
TP sostiene que el capitalismo es incompatible con la democracia y la justicia social. Para apoyar este argumento sugiere que el capitalismo actual tiene una dinámica de acumulación de capital más rápida que el crecimiento de la economía; hay una tasa mayor de concentración de riqueza que de crecimiento. El resultado de esta combinación de factores es la generación de niveles crecientes de desigualdad social, independientemente del desarrollo de las economías.
Es indudable que la relación entre desarrollo económico y democracia fue sólida hasta 1980 y la problemática de la desigualdad, nunca ausente en los procesos de desenvolvimiento, se intensificó durante las últimas dos décadas del siglo pasado para cobrar una fuerza todavía mayor durante los primeros años del presente siglo.
La desigualdad es global. Varía, sin duda, de acuerdo con el país. Uno puede decir que en Estados Unidos, la mayor economía del mundo basada en un sistema político democrático, tiene síntomas alarmantes. Si bien el ingreso per cápita de ese país ronda los 40 mil dólares anuales, a la par una proporción muy pequeña de su población es la que concentra la riqueza que, incluso pese a las crisis recientes que se han experimentado a nivel global, no la ha afectado. Bill Gates, el dueño de Microsoft tiene una fortuna que equivale a medio punto porcentual del PIB estadunidense que, en 2013 rebasó los 16 trillones de dólares.
Que decir de México que tiene a uno de los hombres más ricos del mundo. Su fortuna equivale a alrededor de 5.5 por ciento del PIB nacional que en la actualidad es de más de un trillón de dólares (1.3). En contraste, 56 por ciento de la población mexicana no tiene los recursos para adquirir la canasta básica de sobrevivencia, cuyo valor es de 857 pesos (datos de E. Quintana, El Financiero, 11/VI/14).
Una de las alternativas que propone TP es el establecimiento de un impuesto al capital, que sería progresivo de acuerdo con la riqueza acumulada. De hacerlo tendría que ser instrumentado por el Estado. Se antoja que la propuesta, por ahora, es una utopía. Sin embargo, el tiempo puede darle la razón a TP ya que el capitalismo de hoy podría enfrentar una gran crisis como producto de la desigualdad social y la concentración del ingreso. Sería un obstáculo al crecimiento y al desplome de una economía basada en el mercado y el capital.
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