Mucho tiempo creí, por lo visto ingenuamente, que en México solo había dos cosas intocables: la Virgen de Guadalupe y la bandera nacional. Desde el pasado martes, sin embargo, sé que debemos añadir a Juan Gabriel entre lo más sagrado de la sensibilidad nacional, y que sentir o pensar otra cosa —y peor aún, decirla o escribirla— puede convertirlo a uno fácilmente en blanco del más feroz linchamiento.
Redescubro así que en este país pueden pasar muchas cosas terribles, por ejemplo, que los niños de Oaxaca, Guerrero y Chiapas se queden sin clases por infame disposición de la CNTE, y que eso no genere mayor indignación entre muchos que participan activamente de las redes sociales (antes al contrario, se ha visto cómo algunos biempensantes que jamás enviarían a sus hijos con profesores de esa laya, manifiestan o solicitan apoyo a su “lucha”).
Puede ser también que la impunidad o la corrupción vayan en aumento en muchos lugares, pero parece que el mexicano que informa y se informa en internet es capaz de vivir más o menos con eso.
Pero lo que no puede soportar la masa crítica de nuestras redes sociales es que alguien se atreva a expresar una opinión diversa sobre el recién fallecido Juan Gabriel. Eso sí que no. Y si además el de la voz disonante es Nicolás Alvarado, director hasta el pasado jueves de TV UNAM, la cosa adquiere rápidamente otra connotación.
Como (su) editor, primero, y luego como mero lector, he leído y releído sus comentarios sobre Juan Gabriel, y nomás no les encuentro la mala leche clasista que sus detractores quisieron destacar hasta convertirlos en una objeción más para que siguiera ocupando la dirección de la televisora universitaria.
No obstante, bien o mal interpretados, sus comentarios sobre el difunto cantautor y la reacción que suscitaron en las redes sociales se convirtieron en una oportunidad de oro para quienes habían cuestionado su llegada a ese cargo por provenir de una universidad y televisora privadas (lo cual, atención, sí podría ser discriminatorio).
Y de una cosa se pasó a otra con la mayor simpleza y desvergüenza. ¿El director de TV UNAM, quien además anunció que la televisora se ocuparía del personaje fallecido en sus transmisiones porque, sin duda, es de interés del público, no podía decir que no le gusta Juan Gabriel?
En el clasismo que le atribuyen a Nicolás Alvarado por decir que Juan Gabriel le parece “naco”, yo encuentro mucha hipocresía, rencor y, sobre todo, una perversa utilización política para sacarlo de su puesto. Lo consiguieron, pero exhibiendo una intolerancia grotesca que simplemente debió ser rechazada por la UNAM.
Celebro por eso las palabras del ex rector José Narro pidiendo tolerancia frente a la opinión, equivocada o no, de Alvarado. Y en especial valoro como ejemplar la actitud de Raúl Trejo Delarbre, quien, habiéndose opuesto en su momento a la designación de Alvarado como director de TV UNAM, deploró que las causas de su salida fueran sus opiniones sobre un cantante y no los asuntos relativos a su desempeño como funcionario.
Y miren que discernir entre una y otra cosa resulta fundamental, porque de lo contrario la UNAM tendrá que solicitar al próximo director de su televisora que cuando menos tararee una canción del Divo de Juárez.
Mientras escribo esto, ya el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) reculó de las “medidas precautorias” que había anunciado para reeducar a Nicolás Alvarado en todas las materias de corrección política de las que se ocupa ese organismo. Sin embargo, como se dice, con la intención basta para dejar claro cómo y para qué pretende operar este Consejo que pagamos con nuestros impuestos.
No creo que Raúl Trejo Delarbre exagere un ápice cuando dice que las líneas que redactó la Conapred frente al caso de Alvarado constituyen “una de las declaraciones más intimidatorias de la libertad de expresión que puedan recordarse en la historia reciente de México. Una institución del Estado le dice a un ciudadano qué lenguaje debe emplear, cuáles opiniones tiene que evitar y, por añadidura, lo manda a una escuela de readaptación que recuerda los cursos de reeducación que se imponían a los disidentes durante la revolución cultural en China”.
Las reacciones intolerantes al comentario editorial de Nicolás hecho en estas páginas han estado plagadas de una vulgaridad y bajeza lamentables. Acaso a la Conapred le han de parecer de buen gusto, pues atacan la libertad de pensamiento y expresión que este organismo, según se ha visto, puede considerar perfectamente como “un agravio a la dignidad de las personas”.
Solo falta que ésta u otra instancia dedicada a implantar la corrección política, ordene que a los reacios a la estética musical de Juanga se nos reeduque escuchándolo de manera ininterrumpida por una semana. Ahí tienen los diputados “de izquierda” otra iniciativa con la cual sorprendernos.
ariel2001@prodigy.net.mx