Fernando Henrique Cardoso ha visto malos tiempos, tiempos de auge, y ahora la crisis. Como presidente de Brasil de 1995 a 2002, consolidó la democracia del país y reformó su economía. En la siguiente década, la revitalizada trayectoria de Brasil captó la atención del mundo, y al país se le otorgó tanto la Copa Mundial de Futbol como los Juegos Olímpicos.
Cardoso, ahora de 86 años, reconoce con tranquilidad que Brasil se enfrenta a una “crisis moral y económica”. La economía se contrajo casi 8% en 2015 y 2016.
Hicieron un juicio político a la presidenta Dilma Rousseff y la destituyeron del cargo el año pasado. El presidente actual, Michel Temer, y cerca de 40% de los miembros del Congreso están bajo investigación por temas de corrupción.
Esta crisis brasileña tiene implicaciones globales. En los buenos tiempos, el país se convirtió en el símbolo del triunfo de la política y economía liberal en todo el mundo. Sin embargo, en los malos tiempos, el compromiso de Brasil se convirtió en un síntoma de una crisis mundial en el orden liberal.
Al reducir los subsidios, controlar la inflación, buscar la privatización y abrir la economía a la competencia, Cardoso sentó las bases para una prolongada expansión económica.
Su sucesor como presidente, Luiz Inácio “Lula” da Silva, fue el político de izquierda cuya política se basó en reformas liberales que heredó de su amplia carrera política. En la era de Lula, se atacó la notable desigualdad de Brasil a través de programas sociales que recibieron los elogios mundiales.
Como país, con una población de 207 millones —aproximadamente la mitad de Sudamérica—, Brasil se convirtió en el portavoz informal del continente y de un orden mundial emergente. A través del grupo de los Brics: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, Brasil presionó para volver a un equilibrio mundial de poder.
El expresidente estadounidense, Barack Obama, públicamente acogió a Lula y dijo: ”Adoro a este tipo”. Pero este año, Lula recibió una condena por cargos de corrupción, y tal vez ahora eso le impida competir para reelegirse en las elecciones presidenciales del próximo año. Su caída es el símbolo de las frustradas esperanzas de muchos de los habitantes más pobres de Brasil.
Con la economía en crisis, la desigualdad que vuelve a crecer y la investigación “autolavado” sobre el escándalo de corrupción, la clase política brasileña es ampliamente despreciada.
En una encuesta de opinión para las elecciones presidenciales de 2018, se muestra que Jair Bolsonaro, un nacionalista de extrema derecha, ocupa el segundo lugar detrás de Lula. Dedicó su voto para el juicio político de Rousseff al coronel Brilhante Ustra.
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Al igual que Rodrigo Duterte, el incontrolable presidente de Filipinas, Bolsonaro construye su popularidad mediante la promesa de luchar duro contra el crimen. En Brasil, la semana pasada, muchos consideraban a Bolsonaro como demasiado extremo para ganar. Pero las palabras de tranquilidad que recibí en oficinas bien equipadas incómodamente me recordaron las conversaciones en Washington en 2015, cuando una victoria de Trump parecía inconcebible.
Independientemente de que Bolsonaro gane o no, su aparición como una figura política seria es una señal de la amarga polarización de la política brasileña. La crisis de Brasil tienen sus propias causas y lógica internas, pero también se ajusta a un patrón mundial.
Las reformas de Cardoso entraron en vigor en una era en que las ideas económicas y políticas liberales estaban en ascenso en el mundo. Se volvió presidente seis años después de la caída del Muro de Berlín y 10 años después de que terminó el régimen militar en Brasil.
Otros países en desarrollo y de medianos ingresos, como China, la India, México y Polonia, seguían el camino de la reforma económica liberal. Y Bill Clinton, un orgulloso “globalista”, estaba en la Casa Blanca.
Pero la crisis financiera de 2009 desató un reacción en contra del neoliberalismo. El presidente actual de Estados Unidos ahora denuncia la globalización y predica el proteccionismo. Los hombres fuertes nacionalistas están en el poder en Beijing, Delhi, Moscú y Ankara. Cardoso pertenece a una era diferente en la que los tecnócratas y los académicos estaban al mando.
Y sin embargo, los liberales de Brasil están lejos de admitir la derrota. El escándalo de corrupción puso de cabeza la política, pero muchos esperan que sea la base para que Brasil se convierta en un país más justo y eficiente.
La profundidad de la crisis económica y política actual tal vez obligue a Brasil a regresar por el camino de la reforma económica, con una renovada estrategia para atacar a los subsidios y el clientelismo.