Son las 7 de la mañana y el distribuidor vial conocido como el trébol, en la salida de la carretera Irapuato-Guadalajara, está repleto de centroamericanos, que entre jalones y empujones intentan subir a cualquier tipo de transporte que les de un aventón hacia Jalisco.
Llevan dos horas en este lugar y apenas unos 500 de los 4 mil 550 que son han logrado que los lleven.
Apenas se va esta unidad, se acerca otra, en esta ocasión es un tráiler con jaulas para transportar animales de granja. Uno a uno se aglutinan sobre las puertas de esta unidad.
Y es que a más de 26 días de haber comenzado el éxodo en Honduras, no les importa si lo que abordan son camiones, tráileres, camioneta tipo torton, montacargas o grúas; para ellos lo único que vale es que el viaje hacia Estados Unidos termine lo antes posible.
Uno de estos viajeros es Luis Enrique, un hombre de 65 años que pudo instalarse sobre una plataforma de carga luego de que un oficial de la Policía Federal lo obligara a bajarse de los travesaños de una pipa de gas.
“Yo sé que es peligroso viajar ahí, pero cuando uno es pobre no tenemos de otra”, dice el señor mientras espera el siguiente tráiler que abordará.
En un principio los conductores accedían a llevarlos fácilmente, sin embargo, hoy son tantos los centroamericanos que muchos prefieren ni siquiera pasar por los lugares en los que ellos transitan, razón por la cual los migrantes obstruyen la vialidad por varias horas.
“Prácticamente se atraviesan y se suben solos, no hay manera de decirles que no y bajarlos. Es un riesgo, yo le dije al federal que era un riesgo y él dijo que venía la ambulancia atrás para deslindar responsabilidades”, cuenta Medina, un joven conductor de camión que se negaba a llevarlos.
En este punto el viaje apenas comienza y una vez que ellos logran subir a algún tráiler tienen que soportar traslados de hasta más de tres horas exponiéndose a los rayos del sol, a las ráfagas de viento y a la latente posibilidad de caer sobre la carretera cuando el camión vaya en movimiento.
Uno de los que viaja sobre un tráiler que transporta varillas es Noe, un hombre que, dice, prefiere viajar en grupo porque así el camino es más seguro.
“Venimos aquí en transporte, porque si nos vamos separados en buses nos chingan la madre, unidos nos sentimos mejor”.
En este viaje, dice, se juegan la vida, pero todo vale la pena con tal de alejarse de la violencia y la pobreza de su país.
Sujetos hasta con las uñas, se mueven con el vaivén del montacargas. Algunos se trenzan brazo a brazo y si alguno necesita ponerse una chamarra o taparse los oídos con pedazos de papel, entre varios lo sujetan de los pies para evitar que una mala maniobra los mande al suelo.
Aseguran que el viaje ha sido largo, pero agradecen que aún haya quien los ayude a acercarse más a la tierra donde creen cumplirán sus sueños.
“Unidos estamos seguros, solos nos chingan la madre”
CRÓNICA | Caravana migrante
A algunos no les importó meterse a las jaulas para animales de granja que llevaba el tráiler
Irapuato /