Benito Taibo ha sido tocado por el rayo, ha visto a los ojos al monstruo de mil cabezas, se ha quedado sin oxígeno en medio de una cueva de corales rodeada de tiburones hambrientos, ha sido náufrago, pirata, princesa —"por qué chingados no pudo ser princesa", dice él—.
Más o menos así, Benito inicia las presentaciones en las que cuenta, siempre ante un auditorio repleto —ante una multitud, diría yo—, cómo se ha convertido en la única cosa que realmente quiso ser desde que era niño: lector.
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Y es que Benito ha vivido numerosas vidas. Todas ellas han sido posibles —asegura— "gracias a la enorme fortuna de haberse convertido en lector".
Quienes lo han escuchado en esas charlas, saben que Benito Taibo es, en realidad, un niño entusiasmado que vive en el cuerpo de un adulto y que habla de su pasión por los libros como quien revela el mapa del tesoro.
MILENIO le pidió a ese niño grandote que revelara los secretos que lo convirtieron a él en un lector implacable:
Padres lectores, hijos lectores
Es mucho más probable que un niño se acerque al libro si ve libros en casa y ve que sus padres los leen. Es más probable que confíen en el embrujo que crean las palabras si llegan a los libros por medios distintos a la propia lectura: lectura en voz alta, por ejemplo, la conversación sobre los libros.
No temerle a internet
Internet ha hecho que la gente lea más. El fenómeno booktuber: estos chicos que recomiendan desde su propia estatura, sin otro afán que compartir el mapa de la isla del tesoro. Casi todos terminan siempre con la frase "tú dale la oportunidad", es decir no hay obligatoriedad de por medio.
No hay que obligar a los niños a leer
Yo siendo niño fui obligado a leer textos que me resultaron incomprensibles y estuvieron a punto de alejarme de la lectura, porque se habían convertido en tarea. Tarde o temprano los niños acaban llegando a los clásicos, no sólo a los "antiguos", sino a los contemporáneos: Borges, Cortázar, José Emilio Pacheco…
Leer por moda está bien
Hay que quitar la connotación negativa a la palabra moda. Se leyó por moda a Jean Paul Sartre en los cafés parisinos de los 60, a Susan Sontag en los 70… Cuando uno lee, está leyendo su tiempo, su espacio y a sus pares. Harry Potter —San Harry Potter, lo llamo— ha hecho más por la promoción de la lectura que muchos de los que hemos estado en esto por años. Los chavitos que cargaban esos libros de 800 páginas hoy son lectores profesionales.
Que lean lo que quieran. No sólo leyendo libros se crean lectores
Umberto Eco compara al libro con una cuchara. Puedes hacerla de un montón de materiales, adornarla, deconstruirla, pero al final jamás perderá su esencia, porque está construida bajo la lógica de la perfección. El libro mantiene la misma teoría: puedes leerlo en la computadora, convertido en obra infantil, hecho hoja volandera y seguirá siendo un libro. Por lo tanto, los libros son perfectos.
Empezar un libro no significa que tienes que terminarlo
Michele Petit creó los derechos del lector. El primero de ellos es no leer, aunque parezca una contradicción, porque para ganarse el derecho a no leer hay que ganarse primero el derecho a ser lector. Pero también está el derecho a saltarse páginas y a no llegar al final.
Yo durante buena parte de mi vida leí todos los libros hasta el final, porque "había que terminarlos". Pero un lector que empieza a los 10 años y lee hasta los 70, lee un promedio de 3 mil libros. Hay que saber escoger bien esos libros.
Que los libros estén al alcance de los posibles lectores
Hay muchos factores que impiden que esto suceda de manera amigable, cotidiana y justa: el precio de los libros, por el número de librerías, el acceso a las bibliotecas. Si creamos este primer inevitable paso de cercanía con el libro no sólo como objeto de veneración cultural —hay bibliotecas que no se leen, donde los libros están puestos ahí como una suerte de adorno artístico—, en cuanto logramos dejar de ver al libro como objeto de transmisión de conocimiento y lo empezamos a ver como objeto de uso cotidiano para la creación de educación sentimental, daremos ese primer inevitable paso.
El libro tiene que estar permanentemente en contacto con quien lo va a leer, tiene que estar lleno de manchas de mole.
ASS