Política

“Soy fan de la novela negra y fui candidata socialista a los 22 años”

Entrevista | ROCÍO CULEBRO

A la directora del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia, considerada por 'Forbes' una de las mujeres más poderosas en 2018, le gusta leer, cocinar y hacer ejercicio.

Por más de tres décadas ha defendido los derechos humanos de los desprotegidos u olvidados en México, trabajo al que llegó de manera casual y que la llevó el año pasado a ser calificada por la revista Forbes como una de las 100 mujeres más poderosas de nuestro país.

A Rocío Culebro (Ciudad de México, 1961), directora del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia, le gusta la novela negra; fue candidata a diputada por el PSUM; con su esposo, el ex sacerdote jesuita Édgar Cortez, comparte todas sus aficiones y, para no perder la esperanza, recuerda lo que le enseñó su abuelo siendo una niña: “Hay que aprender de esto, pero vamos a seguir, entonces, nada de tristeza”.

¿Cómo llegaste adonde estás ahora?

Por casualidad. Yo trabajaba en el Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista con Armando Martínez Verdugo; en 1987 decidí que quería dedicarme a otra cosa y un amigo me recomendó que hiciera análisis de coyuntura para la recién creada Academia Mexicana de los Derechos Humanos, donde estaban Mariclaire Acosta, Rodolfo Stavenhagen, Sergio Aguayo y Rosario Green. Yo no sabía ni qué era un análisis de coyuntura ni qué eran los derechos humanos. Aun así, me animé y aquí estoy.

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Rocío estudió Sociología en la UNAM y su niñez la vivió en Morelos.

¿Dónde naciste?

En Ciudad de México, pero cuando tenía pocos meses de nacida mis papás se separaron y me fui a vivir con mi mamá a Morelos con mis abuelos, vivíamos en Santa Rosa Treinta, donde las calles no estaban ni pavimentadas; estudié la primaria en Zacatepec, la secundaria en Jojutla y desde la preparatoria en Ciudad de México porque mi abuelo me dijo: “Es hora de que te vayas de aquí, las mujeres necesitan conocer otros lugares, otras personas y prepararse”; muy sabio mi abuelo.

¿Qué tanto influyó él en las decisiones de tu vida profesional?

Me marcó mucho su solidaridad con la gente del pueblo, cuidaba mucho a los trabajadores que nos ayudaban en el campo, 12 o 13, cuando necesitaban algo siempre les daba lo que tenía. A los 14 años me enseñó a manejar para llevarles comida, porque hacía mucho sol para que las señoras fueran caminando y me decía: “Siempre da lo que puedas y no esperes nada a cambio porque las cosas se dan de corazón”. Esa filosofía me llevó a lo que hoy soy en parte, una persona solidaria, preocupada por los otros.


¿Qué está leyendo? «‘El cielo es azul, la tierra blanca. Una historia de amor’, de Hiromi Kawakami». (Especial)
¿Qué está leyendo? «‘El cielo es azul, la tierra blanca. Una historia de amor’, de Hiromi Kawakami». (Especial)


¿Cómo te fue en esta ciudad?

Aquí conocí a gente del Partido Comunista que se estaba transformando en el Partido Socialista Unificado de México y ocurrió algo en mi vida que es poco conocido, fui candidata a diputada local del PSUM en Morelos, tendría unos 22 años. Eso fue toda una aventura, los campesinos me regañaban me decían que no entendían por qué mi abuelo me dejaba hacer esas cosas, que me fuera a mi casa; no gané, pero obtuve mil 500 votos.

¿Cómo te fuiste consolidando en la defensa de los derechos humanos?

Hubo una fractura en la Academia Mexicana y se forma la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos que encabeza Mariclaire Acosta, ahí empezó otra aventura, formar una organización de cero y hoy ese organismo es uno de los más importantes en México, igual que el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro-Juárez, donde desde muy joven empecé a trabajar invitada por el jesuita Jesús Maldonado.

¿Qué casos te han marcado?

Primero el levantamiento zapatista, documentar por qué algunos indígenas habían decidido usar las armas para ser escuchados, pero después de ver los casos de Aguas Blancas, el Charco, El Bosque y Acteal, pensé que no se podían llegar a ver cosas más complicadas, donde la impunidad era evidente, yo pensaba: Ya topamos, pero me equivoqué.

¿Te has preguntado, “yo qué hago aquí”?

Muchas veces. Me he sentido muy frustrada, triste, deprimida, sobre todo cuando empezamos a ver todo el fenómeno de la desaparición.

El año pasado Forbes te nombró como una de las 100 mujeres poderosas en México, ¿lo eres?

¡Nooo!, yo no me siento como una persona que merezca ningún reconocimiento, porque creo que el trabajo que he hecho no ha sido suficiente para cambiar las injusticias en nuestro país.

¿Te gusta cocinar?

Sí, mucho. Con mi pareja, Edgar Cortez, él es ex jesuita, comparto mis tres satisfacciones: leer, cocinar y hacer ejercicio. Nos damos nuestro tiempo para eso.

¿En qué México te gustaría vivir?

En uno donde pueda caminar tranquilamente, sin miedo a ser desaparecida o asaltada, donde una periodista pueda hacer investigaciones sin ser amenazada, donde los indígenas conserven su cultura y puedan desarrollarse; yo pienso que algún día sucederá, a lo mejor ya no lo veo, pero sería lindo.

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