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El miedo espantó a algunos; a los nuevos aspirantes, no

Desde el 26 de septiembre del año pasado, la vida no ha sido la misma para los alumnos de la Normal Rural de Ayotzinapa; además de cumplir con sus deberes, siguen buscando a sus 43 compañeros.

En Tixtla, Guerrero, el 90.1 de FM, Radio Ayotzinapa, suena así : "Faltas tú, faltas tú... En la casa con tus padres, en la mesa con tus hermanos, en la escuela, en el aula faltas tú". Es el estribillo del tema Soñador, escrito por el profesor Lucio Lucena, en memoria de los 43 normalistas desparecidos. El locutor aprovecha y envía un sentido abrazo a sus padres, desde el aula donde esta radiodifusora transmite con apenas una computadora, un par de micrófonos y una pequeña consola de audio.

Han pasado doce meses en esta normal rural, donde la vida cambió drásticamente y la rutina escolar se modificó tras el paro indefinido de labores. Ahora los alumnos son evaluados mediante trabajos de investigación con asesorías periódicas que los docentes realizan en la explanada del plantel. "Llevamos una modalidad de autodidactas con el apoyo de los profesores, leyendo libros de teoría pedagógica y del niño. Hacemos ensayos, síntesis, análisis que nos permitan recabar información para nuestra acción como docentes. Quisiéramos estar en clases, pero hay algo más importante: 43 vidas", refiere Jesús, el estudiante mexiquense de primer ingreso que es hijo de campesinos.

En realidad, dice, tuvo oportunidad de estudiar en el Edomex, pero tras los hechos ocurridos hace un año decidió hacer la prueba en Ayotzinapa. "Para muchos de nosotros esta escuela representa una esperanza, porque somos personas de bajos ingresos, hijos de campesinos. Ingresar aquí es una oportunidad y orgullo".

La tragedia no afectó la matrícula anual de 140 alumnos, que lejos de reducirse, se incrementó. O al menos eso afirman quienes concursaron contra 300 rivales más; para ellos lo difícil no fue aprobar el examen, sino convencer a sus padres respecto adónde se irían. "Le dije mamá voy a estudiar. Pero es que puedes hacerlo acá, me dijo con miedo. Le contesté que también hay muertos en el Estado de México y que después de lo ocurrido, yo no me iba a sentir a gusto en otro lado. Cuando mis papás me vieron tranquilo a mí, se tranquilizaron ellos", relata.

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Aquel día hubo cerca de 50 sobrevivientes. Algunos continuaron estudiando, pero otros no, como el sobrino de Bertha Díaz. "Ya no pudo seguir viniendo, se enfermó, se espantó", describe. "Nosotros no lo encontramos, él regresó solo. Quién sabe cómo le hizo. Él era muy gordito y después de lo que pasó adelgazó mucho, por eso le decimos que está espantado, porque quedó muy delgado y su mamá ya no quiso que siguiera aquí. Esperemos que pronto se componga", desea. Paradójicamente ni ella ni la familia Díaz se espantaron; por eso continúan apoyando a la escuela y a los padres de los 43.

Santiago García nació en la Costa Chica, estudia el segundo año y pertenece a la llamada "Generación 26 de septiembre". En realidad él tuvo suerte, pues el día de los hechos no acudió a Iguala a la toma de autobuses, porque se quedó en la escuela (que al mismo tiempo es un internado) a realizar otras actividades.

Sus calificaciones son buenas porque, reconoce, no se ha olvidado del porqué de su presencia en Ayotzinapa: estudiar. Y como el resto de sus compañeros divide el tiempo entre labores de limpieza, preparación de alimentos en el comedor, la búsqueda de los desaparecidos y manifestaciones. Hubo un tiempo en que el denominador común entre ellos fue convencerse a sí mismos de que estaban en un lugar seguro al contar con el apoyo de los tixtleños y su policía comunitaria.

"En un principio sí hubo miedo de que quisieran venir los narcos a querer sacar a los compañeros sobrevivientes, que la policía quisiera venir a cerrar la escuela. Pero todo eso se ha ido superando al paso del tiempo. Hubo alumnos que sí desertaron, tal vez unos diez. De hecho han querido salirse varios, pero nosotros los hemos motivado para que sigan en la lucha".

Al igual que Santiago de Jesús, Santiago García ha debido extender esa motivación hacia sus padres. "Mi madre siempre me habla por teléfono, me pide que me cuide mucho; y cuando ve noticias de enfrentamientos me dice que no me acerque a la policía. Mi papá me dice lo mismo. Pero yo les digo que estén tranquilos porque me sé cuidar. Sin embargo, para todos nosotros la pregunta ahí está: ¿Qué va a ser de mí si me agarra el policía?"

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Hipertensión, diabetes, estrés, insomnio y depresión, son los problemas de salud que en el último año han presentado los padres de los normalistas desaparecidos. Algunos de ellos reciben atención médica en Tixtla y otros en hospitales especializados, gracias a la intervención de organizaciones no gubernamentales. Y muchos de ellos —como María de Jesús Tatempla, madre de José Eduardo— se ha visto en la necesidad de ausentarse de sus otros hijos para encontrar al primero.

"Mi familia se encarga de ellos, a veces les llevan comida mientras yo estoy aquí; y otras me ayudan que con los 50, los 100 pesos para que me compre algo mientras andamos en la calle buscando a los muchachos. No quise que me incluyeran en la comisión que fue a Estados Unidos a entrevistarse con el Papa Francisco, porque yo quería ir al ayuno y la reunión con Peña Nieto".

Y mientras los encuentran, otros padres de familia como don Damián Arnulfo (quien vive en Rancho Papa, una de las zonas más lejanas de Costa Chica) pasa semanas completas en la Normal, apoyado con el alojamiento y alimentos que les brinda la escuela. Como puede se hace entender porque habla más mixteco que español y además, no sabe leer. “Aquí voy a estar todos los días. No puedo regresar a mi pueblo, está lejos y el pasaje sale caro”.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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