Lo que pasó el domingo en la avenida Aztlán, a unos cinco kilómetros del estadio Universitario, no tiene nada que ver con el futbol. Ahí, bajo la estación del Metro, hubo un enfrentamiento entre barristas Rayados y Tigres.
Ahí, un seguidor de Tigres fue mortalmente agredido por al menos 20 pseudoaficionados de Rayados, previo al clásico regiomontano.
Las imágenes son espeluznantes, aterradoras, dramáticas. El aficionado del equipo felino quedó a merced de la crueldad de una pandilla.
El chico Rodolfo Manuel Palomo, de 21 años, sigue grave en el Hospital Universitario, víctima de heridas en pulmones y cráneo. Lo que pasó es un hecho lamentable y reprobable. Los que mancharon el duelo más esperado en la ciudad de Monterrey no son aficionados, ni seguidores. No representan ni a Rayados ni a Tigres. No representan los valores de la Sultana del Norte ni las ideologías de los clubes ni las empresas que los representan. Son gente sin escrúpulos que usan como pretexto el futbol para delinquir, para dañar, para lastimar.
¿Culpables? Todo empieza desde la educación en casa, de la familia. Es el principio básico de formar niños y jóvenes de bien, no supuestos aficionados que se esconden detrás de un escudo para fomentar la violencia.
Ya no queremos más casos lamentables como el de Rodolfo. La verdadera mejor afición de México no está en Aztlán. Ellos no la representan. Hoy fuimos mal ejemplo a nivel nacional y mundial por personas crueles y despiadadas. No manchemos nuestra ciudad, no dañemos el futbol que es el mejor motivo para unirnos en familia, sin importar colores.
El futbol es un juego. No confundamos amor por pasión desmedida. No confundamos cariño al equipo por fanatismo irracional. Hoy es un buen momento para comportarnos con civismo y demostrar que lo que pasó en Aztlán es un negro episodio que no queremos que se repita jamás.
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