En la documentación de las luchas históricas es fundamental para las sociedades patriarcales hacer creer a las generaciones futuras que las mujeres participaron, pero reproduciendo sus mismos roles domésticos. Así, en la historia de las culturas machistas las mujeres siempre perdemos, pues somos borradas de los textos que se escriben para la posteridad, y que son pedagógicos para las mujeres y hombres del futuro.
En el caso específico de la Revolución Mexicana, las revolucionarias Adela Velarde y Valentina Gatica (“Adelita” y “Valentina”) son el ejemplo de cómo las mujeres hemos quedado registradas en la historia: Ambas fueron aguerridas combatientes y hábiles estrategas, al igual que muchas otras en ese tiempo, pero sólo ellas trascendieron, no por ser buenas soldadas sino por ser bellas y porque había hombres sufriendo por su amor y su rechazo.
Es verdad que las mujeres de la revolución mexicana sí iban en “la bola” cuidando infantes y realizando labores domésticas, pero no era lo único. Ellas padecieron la llamada triple jornada: lo doméstico, lo militar y una destacada participación como telegrafistas, enfermeras, oficinistas, reporteras, editoras de periódicos y maestras.
Las mujeres fueron vitales para la revolución mexicana en el ámbito político. Las magonistas, como Juana Belén Gutiérrez y Dolores Jiménez y Muro, llevaron a cabo un movimiento para liberar a los presos políticos en 1911; las maderistas Teresa Arteaga y Carmen Serdán formaron grupos antirreeleccionistas y difundieron los principios de la democracia.
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