Conocí a “Mi amor” hace cinco años, cuando trabajé con mujeres migrantes en Tula y Atitalaquia. Las quesadillas que vendía “Mi amor”, eran únicas en la región. No eran mejores, ni peores que en otros puestos, simplemente eran diferentes, porque “Mi amor” les ponía una salsa no picante que había aprendido a hacer en su natal Tegucigalpa. Ni yo, ni nadie sabíamos su nombre, porque decidió no decirlo, pero como ella a todo mundo nos decía “mi amor”, comenzamos a llamarla de esa manera.
“¿Quieres otra quesadilla, mi amor?”, me respondía cada que no deseaba contestar alguna de mis impertinentes preguntas sobre su proceso de migración hacia Estados Unidos. Varios días y varias quesadillas después, me puso en mi lugar: “Estoy en Tula tomándome un respiro, porque aquí me han dejado en paz, pero de mi paso por México, no voy a hablar ni contigo, ni con nadie. Tuve que borrar todo de mi mente, si quería volver a dormir tranquila, mi amor”.
Este 18 de diciembre es el Día Internacional de las Migraciones, que son una expresión valiente de la determinación por superar la adversidad y buscar una vida mejor. Como en todo fenómeno social que implica violencia y exclusión, en la migración las mujeres sufren discriminación adicional por el hecho de ser mujeres.
Aunque todas las personas que migran sufren violaciones a sus derechos humanos, las niñas y mujeres migrantes que viajan por México corren mayor peligro de sufrir violencia sexual a manos de bandas delictivas, traficantes de personas, otros migrantes o funcionarios corruptos.
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